L. Carlos Sánchez
Domingo 21 de Septiembre de 2025

Un cuento a manera de reseña: Para salir del paso

Fue en la presentación del libro Para salir del paso, de Omar Gámez Navo, en el Museo de Arte se Sonora, donde antes fue un vivero enorme, donde mi cuerpo rodó cuando niño por lomas inmensas de tierra roja. Había canales de riego y eran el río donde nos sumergíamos. En desbandada nuestros amigos y yo siempre escuchábamos ruidos y rumores extraños, “son los revolucionarios que aquí cayeron”, nos contó una vez el abuelo que cuidaba los árboles.

A los años el vivero se convirtió en museo, los árboles mutaron hacia las propuestas plásticas de los pintores, y ahora allí se presentan libros, como éste que se presentó el viernes pasado. Hubo vino de honor y canapés. Pero antes las palabras describieron el contenido de los relatos y crónicas. Debo acotar que nunca antes leí un libro tan pulcro, con el cuidado minucioso de sus editores, y debo decir también qué mágicos son estos encuentros donde incluso lo que ya trascendieron la tierra, se apersonan, cito a Norma Alicia Pimientas, por ejemplo.

El caso es que fue allí, durante comentarios, felicitaciones, preguntas y respuestas, donde encontré su mirada cabizbaja, como si se mirara para adentro: el señor vestido de azul, con gorra de marinero, azul, y ojos azules, su barba blanca casi azul.

Estaba sentado a lado mío, con la respiración entre agitada y calma, en sus manos sostenía un bastón y un rosario con una imagen de la virgen de Guadalupe, lo vi de reojo, él totalmente concentrado, de pronto un rictus de felicidad, en ocasiones un rictus como de alguien que tiene dudas.

En lo que yo escuchaba y sentía esas historias narradas por el autor del libro, un señor casi calvo y con una barba desparpajada y a quien le dicen el Navo, eso escuché, que le dicen el Navo, en lo que disfrutaba todas esas imágenes de esos lugares a los que nos llevaba el señor en su lectura, sentía también que una voz a mi lado murmuraba cosas inentendibles.

Era el susurro del señor a mi lado, quien para ese momento se quitaba la gorra de marinero y con sus manos se frotaba la frente. De pronto el ruido desde su boca se convertía en un diálogo con el Navo, el Navo decía algo y el señor de azul añadía una frase, entonces me puse atento, y las historias se entrelazaban, me hacían entender de mejor manera las capacidades humanas de esos personajes que el escritor montado allá en el escenario nos compartía, historias de ese su libro Para salir del paso.

De pronto toda la claridad, supe los motivos por los cuáles el Tapis quien después se llamaba Yago, entró a la casa de su tía la Azucena, de donde sacó esa soga que a luego se pondría en el cuello, supe también por qué la fobia contra el agua de esos integrantes del grupo musical Los Lujman, “no se bañan porque son hippies”, acotó el señor de azul, mientras Navo nos contaba los cómo y los por qué de una cancha vacía en lo que debía ser un baile musical.

Muchos aplausos, comentarios, lágrimas y risas: la fraternidad completa, ante un libro perfecto. Esos pasos que pretenden salir, según el título, pero que a los espectadores – lectores nos hicieron entrar en la emoción desde las palabras y esos lugares entrañables donde suceden cosas inimaginables.

El señor de azul y su silencio, con esa entereza encendida de los ojos y oídos, casi sin movimiento, estático como para que no se le pasara nada de lo que acontecía. Alguien levantó la mano para preguntar “en que se inspira el escritor para escribir tan bonito”, “deben ser los brebajes de carne de sapo que le dieron al personaje aquel en el cuento que ya nos contó el escritor”, respondió el señor de barba blanca casi azul. Lo dijo, ya lo dije, en susurro, como para que sólo yo lo escuchara.

Luego de más comentarios, más risas, más aplausos, el escritor Navo se puso a firmar libros, (esos libros perfectamente impresos) se puso a reír de nuevo con los invitados, en una mesa grande que estaba en el escenario, nosotros los espectadores nos fuimos para el anfiteatro donde canapés y vinito nos esperaban. Miré al señor de azul servirse con fe, y entre sus manos un plato repleto de quesos y jamones, “esto para mí y esto para mis perros”, dijo, y se fue despacito, con toda la parsimonia, como si en cada movimiento regresara al gozo de la lectura dentro de la sala, como si allá afuera la vida le esperara como un murmullo de todas esas voces contenidas en Para salir del paso.

Lo miré alejarse, en lo que avanzaba se le cayó un objeto de entre sus ropas, al recogerlo supe que era el corcho de una botella de vino, con una cruz en tinta azul, algo importante debe ser si lo tenía consigo, me dije, cuando quise alcanzarlo para entregárselo, nomás al atravesar las puertas de salida, el señor azul se convirtió en un señor invisible.

Al regresar al interior del museo, recordé las voces y murmullos en ese mismo espacio en el que alguna y muchas ocasiones nos trepamos en árboles, rodamos por lomas de tierra y nos bañamos en los canales de riego.