Pues miren: creo que hay abuso de la palabra “clásico”. Críticos y reseñistas la sueltan de aquí para allá: “clásico instantáneo“, “un clásico contemporáneo”. Curiosamente pasa sobre todo en reseñas de álbumes de rock y un poco también en las de cine. ¿Será que son artes que invitan al exceso? Las críticas literarias suelen ser más prudentes, pero yo no soy una crítica literaria seria, nomás una lectora disfrutona, así que seré imprudente.

Lectores: voy a usar la palabra del día. Las dos novelas recientes de Maggie O’Farrell son clásicos contemporáneos. Sí. No encuentro otras dos novelas de una autora relativamente joven que se comparen a Hamnet o The Marriage Portrait.

O’Farrell es una escritora norirlandesa ampliamente desconocida por los lectores fuera de Gran Bretaña y sus países vecinos. Desconocida especialmente en castellano: sus novelas no estaban traducidas a nuestra lengua. Eso cambió con Hamnet, novela que la volvió una revelación mundial. Sus libros ya están traducidos a varias lenguas, incluida la nuestra. Si les pica la curiosidad, recomiendo. Están disponibles en la editorial Libros del asteroide, que suele hacer buenas traducciones.

¿Estoy exagerando con eso de llamar clásicos dos novelas de una autora apenas conocida fuera de su país? Quizá sea el entusiasmo de la lectura reciente. Ambas novelas me dejaron sin aliento, lo que significa que dejé un poco de mi espíritu en ellas. Y es que son novelas que conmueven y retan. No son difíciles de leer pero, dios, es imposible no sentirse desafiado al seguir leyendo. Son historias que lo dejan a uno en pleno llanto y conmoción.

Leí Hamnet cuando salió hace un par de años para hacer una reseña. Pensé que sería un libro olvidable, interesante pero olvidable como una película de verano. Después cuando me puse a investigar para abordar el libro vi que tenía una cauda de premios. Oquéi.

Hamnet es una historia basada en la familia Shakespeare, encabezada por un muchacho atolondrado con la cabeza eternamente en las nubes. El muchacho, cuyo nombre nunca es mencionado en la novela, tiene la suerte de que una mujer práctica lo encontrara lo bastante atractivo como para casarse con él. Agnes Hathaway —una versión muy ficticia de Anne Hathaway, la esposa real de William Shakespeare— definitivamente no tiene la cabeza en el mundo etéreo del arte y la literatura como su esposo. Pero sí conoce otras artes: las de las hierbas curativas y la cocina. Agnes es un personaje admirable que lleva su casa con pragmatismo pero también con cariño. En mi cabeza la imaginaba como un papel ideal para una Kate Winslet joven. El rol del esposo se lo di a Ansel Elgort. Son dos actores de diferentes generaciones pero es mi película y la dirijo yo.

El matrimonio tiene dos hijos gemelos, Judith y Hamnet. Recorremos su infancia, sus juegos, nos enamoramos de ellos. El luto pronto llega a la casa Shakespeare. El esposo, eternamente ausente por su vida de artista de la legua, vive el duelo a su modo: escribe una obra de teatro. A cinco siglos de distancia oímos el nombre de la obra y decimos aquello “ser o no ser”, etcétera.

Hamnet es una de las novelas más envolventes que he leído y la acabé en un suspiro por su prosa tan bonita y su estructura narrativa tan precisa: un deleite completo, perfecto. Y no sólo porque amarre al lector, muchas obras mediocres pueden resultar entretenidas, sino porque se queda con el lector para siempre. Nunca olvidaré la escena final en la que Agnes quiere confrontar a su esposo cuando la compañía teatral de este llega al pueblo sólo para llevarse la mano al pecho y entenderlo todo. Lloré.

Más reciente es mi lectura de The Marriage Portrait (repito: tanto Hamnet como esta segunda novela están publicadas en español, pero si es posible recomiendo leer en la versión original porque la prosa de O’Farrell es bellísima).

The Marriage Portrait cuenta la historia de Lucrezia de Médici, la jovencísima duquesa de Ferrara, que muere, aventura la novela, a manos de su esposo. No es un spoiler, la autora advierte desde el primer momento que esta es la historia de la destrucción de Lucrezia por parte de su esposo, Alfonso II, duque de Ferrara.

De Lucrezia de Médici se sabe poco. Fue la hija menor de Cosimo I de Médici, gran señor de Toscana. Como se sabe, la familia Médici fue una de las dinastías más poderosas de la historia: Cosimo fue uno de sus patriarcas, responsable de extender el poder de la familia sobre el ducado de Florencia —y de ahí a buena parte de Europa—a partir de su gran riqueza, su influencia como miembro de la familia banquera europea por excelencia (hasta el Vaticano les debía dinero), respetado por su patronato sobre el arte y, por supuesto, un estratega ideal para los matrimonios por conveniencia. Y el de Lucrezia con Alfonso II de Ferrara era muy conveniente; en el dominó Médici Lucre era un sacrificio menor en un juego más amplio, el de el avance del poder de su familia sobre Módena y Ferrara, ambos ducados ricos y poderosos.

Lucre murió a los 16 años quizá de una enfermedad fulminante, pero como O’Farrell advierte en una notita al comienzo de la novela, se susurró en las cortes de Ferrara y Florencia que fue envenenada por su esposo. ¿Por qué? Bueno, de eso trata la novela.

The Marriage Portrait está inspirada por el poema narrativo “My Last Duchess” del poeta inglés Robert Browning. Del poema tomó O’Farrell la personalidad (y el destino) de Lucrezia: curiosa, inteligente, malentendida por su familia. En una escena memorable, la pequeña Lucre va al zoológico privado de su padre y acaricia a una tigresa, como si la niña y la bestia se reconocieran como ambas de la misma especie, el mismo espíritu indomable. Cuando Lucre pide volver a ver a la tigresa, Cosimo le dice como cualquier cosa que un mozo dejó abierta la jaula de los leones; la tigresa fue atacada por ellos y murió. Una profecía sobre el destino de Lucre.

Así como sucede con Hamnet, la tragedia está en la muerte de un personaje muy joven. Pero la historia de Lucrezia es todavía más sobrecogedora porque se trata de una niña-mujer poco a poco sofocada por su marido y somos testigos de su sistemática caída en desgracia. Rompe al lector. No diré que sólo es trágica, también es muy entretenida. Una de esas novelas que en inglés les dicen “page turner”, no se suelta, no se cae de las manos, está tan bien lograda como el retrato que le da título. Sí: un par de clásicos contemporáneos, ambas novelas.

Maggie O’Farrell tiene una trayectoria literaria más amplia con más de diez libros, entre ellos la autobiografía I am, I am, I am: Seventeen Brushes with Death, libro que leeré a continuación. Si me buscan, tendré la nariz metida en las memorias de O’Farrell y sus diecisiete encuentros con la muerte. A ver si les vengo a contar por aquí qué tal. Estoy casi segura de que no me decepcionará. Ojalá pudiera decir lo mismo de cada libro que se me antoja. Veremos.