Sergio Fanjul es una de las voces más modernas de la poesía española contemporánea, aunque su talento a veces quede tapado por su actividad periodística y digital. También existe el experto en filosofía contemporánea y el ensayista incisivo. Por su probada inteligencia y su capacidad de ajustarse a cada registro, todos parecen autores distintos, similares por su interés social y su humor, pero diferentes. Pocos autores son tan completos y desconcertantes en nuestros tiempos.

Lo primero que destaca y desconcierta en El escombro fluorescente es su fijación obsesiva por la Bronwyn de Cirlot, interlocutora principal del narrador. A nadie se le ocurriría vincular al poeta catalán medievalista Juan Eduardo Cirlot, autor del mítico ciclo dedicado a su doncella céltica, nacida en una película olvidada de Franklin J. Schaffner y a un astrofísico hipster de izquierdas, columnista de El País. Pero ahí reside precisamente el genio de Fanjul, lo que le distingue y le diferencia de lo previsible: la falta de prejuicios y la capacidad de conectar universos en apariencia irreconciliables. La Bronwyn que emerge de las aguas en la obsesión cirlotiana encuentra eco en la neurosis existencial de Fanjul: ambos escritores buscan trascendencia en medio del derrumbe de sus respectivas épocas: “Brownyn en qué momento, por qué extraño hechizo o sortilegio se convierte la mercancía en basura”.

«Tal vez la personalidad principal de Fanjul sea la de beatnik posmoderno. En concreto es un heredero directo de Allen Ginsberg«

Como he indicado, Fanjul se desdobla en personalidades que no son antagónicas pero sí muy distintas: el astrofísico dueño del cosmos encaja a la perfección con el esoterismo místico de Cirlot, pero es el cronista de nuestro tiempo quien logra algunas de las piezas más memorables del poemario. Cuando escribe “Los hay que prefieren estar en casa, dentro de la respiración de los muros, los que aman los mapas porque les permiten ir lejos sin moverse; pero también temen los mapas porque señalan lugares distantes”, nos trasladamos ante la mejor tradición realista, próxima a, por ejemplo, Blas de Otero o W.H. Auden. Además se muestra profundamente político ya que el narrador se declara aislado, junto a la humanidad, en una ciudad sitiada, cuyos asaltantes amenazan con destruir todo rastro de lo humano.

Tal vez la personalidad principal de Fanjul sea la de beatnik posmoderno. En concreto es un heredero directo de Allen Ginsberg, cuyo “Aullido” está presente de principio a fin en este poemario. Esa misma rabia cósmica, esa capacidad de mirar hacia lo más bajo y lo más alto simultáneamente, ese rugido contra la mediocridad del sistema. Pero donde Ginsberg rugía contra la América de los años cincuenta, Fanjul ruge contra la España del tardocapitalismo: “Un edificio que se llama como España. Un edificio enorme, abandonado por el magnate chino y los obreros. Un galeón hundido, tupido de coral en el Triángulo de las Bermudas”. También aparece el realismo histérico, esa mirada absoluta, paranoica, detallista, omnisciente, objetiva hasta el brote, de Pynchon o DeLillo: estamos rodeados de liebres huidizas, de satélites metorológicos, de ondas electromagnéticas en todas las frecuencias, estamos rodeados de praderas, de montañas, de sistemas quitamiedos.

«El escombro fluorescente es, en definitiva, el testimonio de una voz única que ha encontrado la forma de hacer que convivan Allen Ginsberg, Juan Eduardo Cirlot y Thomas Pynchon en un supermercado de Lavapiés del siglo XXI»

Como los grandes narradores posmodernos, Fanjul es capaz de mirar hacia lo más pequeño y lo más grande: puede enfocar hacia “los estantes del Carrefour de Lavapiés, hacia su cola multicultural”, y al párrafo siguiente dirigir la vista hacia el universo, sea el real —no olvidemos su formación astrofísica— o el digital, ese mundo paralelo en el que vivimos todos. Esta doble visión, microscópica y telescópica, otorga al poemario una potencia visual asombrosa.

La variedad métrica y temática demuestra una altísima sensibilidad para lo elevado y lo pedestre. Fanjul puede escribir sobre palomitas con la misma intensidad poética con que aborda los misterios cósmicos, uniendo con asombrosa facilidad la baja y la alta cultura. Esta capacidad de comprensión de la humanidad en todos los lugares, en todas las clases sociales conecta con su trabajo periodístico, pero trasciende el mero costumbrismo para convertirse en visión antropológica, profundamente escéptica, casi nihilista: Mira los rascacielos nocturnos donde las pantallas colonizan las fachadas / los paisajes artificiales / los ciborgs que caminan guiados por smartphones  con ropa fluorescente y pelos de colores imposibles de hallar en la naturaleza.  

El escombro fluorescente es, en definitiva, el testimonio de una voz única que ha encontrado la forma de hacer que convivan Allen Ginsberg, Juan Eduardo Cirlot y Thomas Pynchon en un supermercado de Lavapiés del siglo XXI. “Lo que queda es lo que somos sin consuelo, ese vacío que flota en nuestro día a día, ese dolor astillado de recuerdo que arrastramos”. Un poemario que confirma que la mejor poesía sigue siendo capaz de mirar de frente al abismo existencial y tecnológico en que nos hallamos y hacerlo con ironía, rabia y una extraña belleza fluorescente.

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Autor: Sergio C. Fanjul. Título: El escombro fluorescente. Editorial: Letraversal. Venta: Todos tus libros.

3.5/5

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