Para entender la intensa, prolongada y productiva relación que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, mantiene desde hace décadas con el uso de la mentira como instrumento en el ejercicio del poder, basta echar un vistazo al trabajo de algunos de sus biógrafos. Por ejemplo a The Netanyahu Years (Thomas Dunne Books, 2017), del periodista israelí Ben Caspit. En 1996, logró, contra todo pronóstico, ganar sus primeras elecciones al socialdemócrata Simón Peres, a quien acusó machaconamente de querer dividir Jerusalén. El bulo, eje de la campaña, fue inventado por su asesor político, el estadounidense Arthur Finkelstein, considerado padre de las campañas en negativo. Años más tarde, en las elecciones de 2015, distribuyó vídeos falsos y aseguró que “hordas de árabes” estaban acudiendo a votar en autobuses financiados por ONG de izquierda. “Netanyahu tiende a creerse sus historias. La diferencia entre la realidad y la ficción se difumina en su mente y a menudo se construye una realidad alternativa que gradualmente se convence de que es cierta”, asegura Ben Caspit en su libro. El periodista recuerda, además, cómo Netanyahu niega haber votado cuatro veces en el pasado a favor de la “desconexión” o retirada unilateral de los asentamientos israelíes de la franja de Gaza y de una parte del norte de Cisjordania, el plan propuesto en 2004 por el entonces primer ministro Ariel Sharon.
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