En una era dominada por bicicletas aero de carbono, frenos de disco hidráulicos y cambios electrónicos, la camerunesa Therese Obiloma no fue la única en presentarse en la contrarreloj sub-23 del Mundial con una bicicleta equipada con ruedas de aluminio, frenos de llanta y transmisión mecánica. Mientras las favoritas pedalean sobre máquinas que superan los 20.000 euros, Therese representó a su país con un equipamiento básico y sin asistencia técnica destacada.

Terminó la prueba a más de 14 minutos de la líder virtual, pero su presencia fue una declaración: competir al más alto nivel sin acceso a los recursos que dominan el ciclismo moderno sigue siendo posible.

Su imagen cruzando la meta contrasta con la sofisticación tecnológica del pelotón. No fue una victoria deportiva, pero sí una aparición que incomoda por lo que revela: las barreras estructurales de acceso al alto rendimiento siguen vigentes.