La grancanaria Inés Collado Cordero (19-01-2009) es la esperanza del Rocasa. El pasado 3 de septiembre, con tan sólo 16 años, debutó en la Liga Guerreras Iberdrola en la segunda jornada, celebrada en el Antonio Moreno de Telde. Collado, que empezó a jugar al balonmano hace cuatro años, aspira a «ser la mejor».

Inés Collado quiere volar alto. Ser una de las mejores en el balonmano y convertirse en enfermera, la profesión que tiene pensado estudiar una vez finalice el Bachillerato. Quiere brillar con el 28 a la espalda, que su debut con el Rocasa, el pasado 3 de septiembre en la Liga Guerreras Iberdrola no se convierta en algo aislado y que su hermana Nora la siga viendo como una referente. Que corra a abrazarla cuando consigue algún logro y que cuchichee con sus amigas de lo buena que es su hermana Inés. Pero sobre todo, quiere ser una de las mejores centrales y dedicarle sus logros a su abuelo, que falleció hace cinco años, justo cuando Inés empezó a probarse en el balonmano.

No imaginó esta teldense los cambios que le traería su incorporación al instituto. Dejar atrás la etapa del colegio no fue suficiente, porque con su llegada al centro de secundaria su vida cambió en todos los sentidos. Una charla fue suficiente para que empezara a hacer deporte y una prueba bastó para que desde el Rocasa pusieran el foco sobre ella. «Lisandra Lussón vino a darnos una charla sobre el balonmano y me dijo que fuera a probar una clase. Al terminar, me dijo que tenía habilidades», recuerda Inés Collado. Ella, que nunca había practicado ningún deporte, se sintió atraída y decidió quedarse. «Yo lo único que había hecho durante mi vida era baile y poco más, y esto fue totalmente nuevo», asegura.

Un inicio repentino

Por aquel entonces Inés tenía doce años. Al vivir en Telde, muy cerca del pabellón Antonio Moreno, no dudó en probar y alternar un poco de deporte con los estudios. «Cuando empecé había un equipo sin jugadoras, se empezó a formar poco a poco con las niñas que íbamos llegando», comenta. Y así, casi sin esperarlo, llegó su gran momento. El día de su debut y un 3 de septiembre que difícilmente podrá olvidar. «No me lo esperaba. Cuando el entrenador nos mandó a calentar estaba temblando; jugué centrada pero nerviosa y tengo claro que todavía me queda mucho por aprender», recalca.

Una niña que a pesar de su corta edad ya muestra su madurez, esa que en cierto modo le ha dado el deporte. Tan solo tiene 16 años, pero ya sabe que quedar con sus amigas es complicado. No puede regatear a la dieta, esa que sigue a rajatabla y que se salta, con suerte, una vez al mes. «Como variado pero sano, así como frutas, verduras, carne y pescado», comenta. Además, los entrenamientos son fundamentales, día sí y día también. Tiene claro que para ser la mejor tiene que luchar y no rendirse.

Su día a día no es sencillo: se levanta a las siete de la mañana, se prepara para ir al instituto y ahí está hasta las dos, hora que finaliza su jornada educativa. Después, hay veces que puede almorzar a la hora estipulada, y otras veces que se va directamente a entrenar. «Por ahora me organizo bien porque estoy empezando el curso, pero cuando empiecen los exámenes estudiaré por la tarde noche», asegura. Su objetivo no es otro que ser enfermera, un reto por el que se desvive en el instituto: «me gusta ayudar a la gente, estar en contacto con ellos y la medicina».

La familia de Inés ha sido clave en su proceso. Son los que la sostienen cuando está a punto de caerse, y los que hacen que levante la cabeza cuando las cosas se complican. Además, su hermana pequeña Nora es la culpable de sus sonrisas, esas que suelta cada vez que habla de ella. «A veces mientras entreno la escucho hablar con sus amigas y decirles que soy su hermana y que soy la mejor», dice emocionada. «Ella siempre me dice cosas bonitas y el día que debuté, cuando terminó el partido, vino corriendo y me dio un abrazo», explica Collado.

A su espalda, el número 28. Un dorsal que para ella tiene mucho significado. «Es por mi abuelo. Nació el 28 de noviembre y murió el 28 de agosto. Fue hace cinco años y no llegó a verme jugar al balonmano», recuerda. Su abuela, aunque está pendiente de sus partidos, lo hace desde casa porque verla en el pabellón «le pone histérica». Cuestionada por el futuro, Inés todavía lo ve lejano. Aun así, después de pensarlo durante unos segundos le sale la respuesta: «Espero verme jugando. Quiero ser la mejor».

Una referente y un cambio

Con Silvia Arderius como referente, esta joven expresa que en su categoría, la juvenil, juega como central, pero en Primera División lo hace como extremo. «Mi vida ha cambiado mucho. Ahora todo es diferente, me ha cambiado el cuerpo e incluso la personalidad. Mi vida es intensa, pero diría que sobre todo feliz», sentencia Collado.

A su lado, además de familia y amigos, están sus entrenadores y como no, Lisandra Lussón, la culpable de que Inés sea ahora la persona que es. «Desde que vi su agilidad y su buena coordinación aquel día de prueba le dije que iba a ser central. Ella no lo sabía pero yo tuve esa visión. Tuve la tarea de formarla y cumplí con la misión», comenta satisfecha.

Lisandra, que la ha visto desde sus inicios y está siendo testigo de su proyección, intenta que Inés mantenga los pies en el suelo: «Tiene que seguir avanzando. Al principio me senté con ella y le dije que triunfar sólo dependía de sí misma, según la seguridad que tuviera. Si se lo propone puede ser la mejor pero sin dejar de lado los estudios», comenta la internacional cubana y leyenda del Rocasa.

Así, de este modo tan simple, el Rocasa empezó a forjar a su nueva estrella. La ilusión que permite al club soñar con la vista puesta en el futuro y cuyo objetivo es seguir formando a las jóvenes promesas. Como protagonista, Inés apunta maneras para ser la mejor y cumplir su deseo. En el cielo, la vigila una de las estrellas que más quiere y por la que lleva el 28 a la espalda. Sin duda, su abuelo también ha sido una parte importante en este gran proceso.