Conozcan a Eliot Weiner: académico brillante y oscuro ser humano. Un arrogante con múltiples intereses y demasiados desintereses cuyo -para él mismo- punto de redención pasará por el vigésimo noveno presidente de Estados Unidos: el honorabilísimo republicano Warren G. Harding (1865-1923, inquilino … de la Casa Blanca durante apenas dos años, entre 1921 y 1923, muerto en el cargo y para muchos, hasta no hace mucho, el peor presidente de su país). Y Weiner descubre que una tal Rebekah ‘Becky’ Kenney -inspirada en la verídica Nan Britton y anciana legendaria en su mansión hollywoodense con aires de crepuscular Norma Desmond y autora de una memoir titulada El precio del amor- está en posesión de un atesorado cofre rebosante de una ya vintage pero muy aún muy hot correspondencia erótica entre ella y el presidente (quien se refiere en ella a su miembro viril siempre enhiesto bajo pero en alto alias de Howard Hardwick).
-
Autor
Robert Plunket -
Editorial
Impedimenta -
Año
2025 -
Páginas
336 -
Precio
24,95 euros
Y, claro, allí -más rápido de lo que se demora en evocar a ‘Los papeles de Aspern’- va Weiner en busca de semejante botín que, no lo duda, resultará en su ascenso al olimpo historiador. Y allí está también Jonica, madre soltera y robusta nieta de Rebekah, a la que Weiner -dispuesto «al pillaje y la violación», dice- seduce por amor no al arte sino a la Historia. Pero, claro, ‘Los papeles de Harding’ no tiene nada de la elegancia y cadencia aquella otra persecución del pasado por escrito de Henry James y sí todo de Robert Plunket. Es decir: la seducción y romance de Jonica por Weiner es de las cosas más bestiales y vergonzantes de las que se tenga memoria aunque recuerden mucho a las páginas más feroces y estrafalarias de escritores como Bruce Jay Friedman y Charles Portis o, más cerca, Joshua Farris cruzados con ‘stand up comedian’ sin límites (Larry David es fan declarado de la novela y se dice que dijo que de ella aprendió el tono para los guiones de ‘Seinfeld’). Algo dando luz y mucha sombra a una suerte de desaforada novela de campus en exteriores cruzada con alguna de esas diabólicas ficciones de Los Ángeles de Nathanael West o Aldous Huxley o Gore Vidal.
Y, sí, Weiner es el típico y woodyallensco neurótico ‘Made in Manhattan’ quien de pronto se encuentra en la para él infantil y primitiva California a la que retrata -en ácida y amarga primera persona- como el más asqueado de los cronistas a la caza de la fuente no de la eterna juventud pero sí de la inmortal trascendencia en Harvard/Columbia a las que, presume, volverá para ser recibido en olor de multitudes para dejar de ser un apestado de sus claustros.
Personaje de Plunket
¿Y quién es Robert Plunket? Plunket es nada más y nada menos (aunque también haya firmado ‘Love Junkie’, en 1992, con cuyos derechos se hizo Madonna, narrando el tránsito de un bovaryana y aburrida ama de casa que se ‘asocia’ con una homo-estrella del porno) que el autor de esta ‘Los papeles de Harding’ de 1983 (en su momento celebrada por firmas como la de Ann Beattie y Frank Conroy y Gordon Lish).
Nacido en Texas en 1945 y al día de hoy viviendo en un parque de caravanas de Florida desde donde hasta hace pocó reportó como columinista -de-chismes- locales desde bailes de caridad hasta reuniones del KKK y, sí, jura haber estado en esa escuelita en la que a otro presidente, Bush, le informaron en vivo y en directo que dos aviones se habían estrellado contra el World Trade Center (luego de haber pasado durante su infancia y adolescencia por el DF mexicano, Caracas, Buenos Aires y La Habana pre-revolucionara y hasta haber figurado en la ‘¡Jo, qué noche!’ de Martin Scorsese en el rol de «homosexual tímido»).
Es decir: Plunket es algo así como un personaje de Plunket. Y Plunket es el autor de esta novela de muy negro humor que había desparecido de todo radar hasta que la editorial New Directions la rescató en el 2003 ascendiéndola de novela de culto a clásica novela de más masiva secta en la que hoy cualquiera que se cruce con ella no dejará de creer.
Redescubierto, Plunket concedió entrevistas (entre ellas consagratorio profile en ‘The New Yorker’) en las que se hizo tiempo para despreciar a P. G. Wodehouse y Jonathan Franzen; recordar que cuando presentó el manuscrito un editor le dijo que «lo mío no era literatura; y estoy de acuerdo: lo mío es esto»; y teorizar que tal vez deberían haber esperado a su muerte para esta revancha. «Lo estoy disfrutando y fue una sorpresa.
Pero supongo que los laureles hubiesen sido aún más verdes si yo, un octogenario gay, no estuviese ya de este lado viviendo en un trailer-park junto a un perro loco. ¿Qué es lo que lo llevó a escribir sobre Harding?. No tengo la menor idea», contesta Plunket con mueca de Weiner y avisando que tiene novela inédita -otra histórica/histérica- narrada por el decorador de interiores de Wally Simpson, que avanzaba en una sobre los Confederados, y que, si tuviese veinte años, sería YouTuber.
Y, bueno, no está de más advertirlo por si ya no se hizo evidente: Weiner es cruel y antifeminista y homófobo (y, como el personaje de James, probablemente gay no asumido) y racista y disfruta (y hace sufrir mucho a Jonica) de su gordofobia, y en más de un momento recuerda un tanto a ese soberbio y absurdo Ignatius J. Reilly de ‘La conjura de los necios’. Con una atendible diferencia: aquí los necios no son los otros, aquí el necio es él.