La Glorieta ha despedido su feria envuelta en un aire de expectación que se palpaba desde los accesos a la plaza hasta el último tendido. No fue solo una corrida más: la tarde del 21 de septiembre se ha convertido en un ritual colectivo donde cada aficionado llevó consigo la ilusión y el juicio, dispuesto a medir a los toreros no solo por lo que hacen, sino por lo que significan. También a los toros, de distintas ganaderías, escogidos en principio con mimo uno por uno para la cita.
Morante de la Puebla volvió a dividir las aguas, como casi siempre, aunque esta vez con muchas más voces favorables y es que es evidente que un simple pase del de La Puebla levanta voces y tendidos. Hubo quienes aguardaron ese muletazo eterno que justifica una feria entera, y otros que miraron con la severidad de quien no perdona los caprichos del destino en forma de espada. Pero lo cierto es que cada vez que se ajusta la muleta, la plaza se recoge en un silencio reverente, convencida de que en cualquier instante podía surgir el milagro del arte.
Talavante, en cambio, es recibido con esa mezcla de intriga y confianza que arrastra desde su regreso. Sus seguidores celebran cada destello de creatividad, cada gesto personalísimo que levanta murmullos de admiración. Sus detractores no dejan de ponerle lupa, buscando la irregularidad. Pero entre unos y otros, la plaza entera reconoce que el extremeño sabe moverse entre riesgo y plasticidad.
Borja Jiménez completó la tarde con la frescura de quien llega a un terreno donde ya ha demostrado su valía. Se gana partidarios con su entrega y de quienes se mantienen seguros de que encarna la promesa de un toreo y sereno. Otros, más prudentes, observaron con cautela, aunque no pudieron negar que el sevillano deja la impronta de un torero en plenitud.
El ambiente, más allá de las embestidas, fue el verdadero protagonista. Entre tertulias improvisadas en los tendidos, discusiones encendidas en los pasillos y la emoción. La Glorieta vivió una tarde de feria que volvió a traer rostros conocidos a Salamanca como los de Ramón Calderón, otra vez presto a darle uno de esos puros de los que tanto gusta Morante, el periodista Rubén Amón, empresarios, ganaderos, y también gentes de la política, aunque esta vez con menos afluencia que el viernes. No faltó Carlos García Carbayo, habitual todo el ciclo desde su lugar de abono, y también otros como los ediles de Santa Marta, Mingo Pérez, o de Ciudad Rodrigo, Marcos Iglesias. También el consejero de Cultura, Gonzalo Santonja.
Fue el cierre de un ciclo, un broche tejido con el arte de tres nombres y la pasión de una afición que nunca se conforma con menos que la gloria.