Más que proyectarse Los domingos en San Sebastián, los espectadores se han proyectado en Los domingos. La nueva película de Alauda Ruiz de Azúa (Cinco lobitos, Querer) monopoliza los debates en del festival de cine. Una historia con una trama radical en su punto de partida -una adolescente de 17 años medita ingresar en un convento como monja de clausura- que luego va desplegando y abriendo melones sobre la educaciones (religiosas y parentales), y las tensiones económicas entre familiares.

Ruiz de Azúa, que se define como no creyente, ha urdido sin embargo un artefacto, muy bien recibido en el festival, con la voluntad de entender y explicar a sus personajes, pero que también ha soliviantado a algunos anticlericales.

La debutante Blanca Soroa interpreta a esa joven de una familia tradicional de clase media solvente, de colegio privado católico, pero venida un poco menos tras el fallecimiento de su madre y los proyectos empresariales fallidos de un padre de mentalidad conservadora (Miguel Garcés), que también es incapaz de cuidar la formación de sus hijas. La tía de la adolescente y hermana de su padre, interpretada por Patricia López de Arnaiz, es una mujer atea que trata de desactivar la vocación mientras sufre en su propia relación de pareja y mantiene tiranteces con su hermano por la herencia familiar.

“Me interesaba que la familia podía ser un ángulo muy interesante para abordar el tema de la vocación religiosa. Vi un caso parecido y es algo que puede provocar una división muy fuerte. ¿Qué haces con alguien que va cumplir la mayoría de edad y va poder tomar sus decisiones? ¿Acompañas? ¿Muestras tu parecer?”, explica la directora y guionista en una entrevista con RTVE.es.

Ruiz de Azúa entiende la fe en un sentido amplio. “No soy una persona creyente, tenía más un interés humano, ético y político”, define. “Pero no soy ajena al hecho de que los no creyentes también necesitamos creer en algo, hacemos actos de fe para vivir en un universo indiferente y a veces cruel. Creemos en proyectos de familias, profesiones, vocaciones artísticas o amigos enumera”.

Como hizo con Querer, la serie en la que aborda los maltratos, para Los domingos realizó una minuciosa documentación con múltiples entrevistas. ¿También con monjas de clausura? “Con mucha gente”, responde con una sonrisa misteriosa pero elocuente. “En este proceso, fueron claves los testimonios que hablaban de ‘amor’ (hacia Dios), que me dieron la clave para construir la película con dos puntos de vista radicales: el de la tía que considera una locura la decisión y el de la chica que siente la vocación. Contraponer el amor espiritual, divino, frente al amor más terrenal y más imperfecto, que es la familia: si no tienes un asidero religioso, te queda ese amor más imperfecto”.

El equipo de ‘Los domingos’, en San Sebastián. ANDER GILLENEA / AFP

En ese sentido, se puede leer Los domingos como una radicalización de un joven que es carne de cañón: machaque religioso católico en la escuela, ausencia de madre y padre tradicional que le censura por tener cualquier tipo de inclinación sexual. Pero, para quién crea que Dios puede hablar a una joven para ponerla a su servicio, la película deja un espacio a la fe. “La película no ha cambiado mi opinión sobre la Iglesia como institución, pero sí he descubierto que gente creyente ha encontrado consuelo real en la fe”, opina.

Nagore Aramburu interpreta a la priora de la orden, un papel clave para advertir cómo la Iglesia maneja las vocaciones. “Era un personaje peligrosísimo, que no podía validar ni parodiar. Como espectador te planteas si está acompañando a alguien en un sentimiento religioso o lo está empujando, porque la línea es muy fina”.

Los coros religiosos del colegio envuelven la película, lo que, de nuevo, puede ser casi un elemento de terror como una elevación espiritual, según el punto de vista. Nada es fácil en Los domingos, pero incluso los que detectan equidistancia admiten la voluntad rigurosa de su creadora.