Poca gente sabe que, durante la Guerra Civil, la prostitución se multiplicó por cuatro en Barcelona. O que se generalizaron los casos de bigamia y hasta de trigamia. O que Franco legisló sobre la prostitución. Esto es lo que ha investigado el profesor Fernando Ballano (Utrilla, Soria, 1956) en su libro Amor y sexo durante la Guerra Civil (Ed. Almuzara), el primer estudio riguroso sobre el asunto que se hace en España.
La mayoría de la gente tiene la percepción de que los años de la segunda República y de la Guerra Civil fueron, en el lado republicano, una especie de locura sexual colectiva; que la población pareció enloquecer y se lanzó al fornicio indiscriminado con total desenfreno, como si no hubiese un mañana. Fernando Ballano, psicólogo e historiador, profesor en EE UU y un especialista en la historia de África y en la Guerra Civil española, sostiene que no fue para tanto ni mucho menos. Lo explica en un documentadísimo libro, el primero que aborda seriamente el tema del sexo durante la Guerra Civil española, los años anteriores y los posteriores.
«En la República hubo más libertad sexual, eso es indiscutible», dice Ballano, «pero no fue para tanto ni mucho menos. No fue una locura. Las mujeres de izquierdas decían que los hombres eran anarquistas o comunistas de cintura para arriba, pero de cintura para abajo seguían siendo los machos ibéricos dominantes de toda la vida». El libro está escrito con todo el rigor, pero también con no poco sentido del humor: «Es que si perdemos eso… Pero sí, admito que me he puesto un poco gamberrito», se ríe el autor.
Hubo varios fenómenos curiosos. Uno es el de las «madrinas de guerra», que propiciaban relaciones epistolares más bien platónicas que, en algunos casos, llegaron a terminar en matrimonio. Pero la gente tenía sus necesidades: como bromea Ballano, «tiene razón el dicho popular: hay cosas que no tienen enmienda«. Los varones que estaban en el frente regresaban de permiso en un estado de evidente embravecimiento.
La única opción posible, o, por lo menos la más rápida, era el sexo de pago. Como dice el autor, «la prostitución se multiplicó por cuatro en la Barcelona de la República durante la guerra, por ejemplo. El Gobierno no la abolió, como se ha repetido tantas veces; lo único que hizo fue, en 1935, eliminar la obligatoriedad de que las mujeres que se dedicaban a eso pasasen, cada poco tiempo, los chequeos médicos obligatorios. Eso acabó volviéndolo a imponer el gobierno de Franco, pero veinte años después».
Aunque es un hecho que, a pesar del llamativo aumento de la prostitución, las condiciones eran penosas. Un soldado republicano cobraba diez pesetas al día; un «servicio» de una prostituta costaba cinco. Y les daban permiso mucho menos que a los del bando sublevado… Pero al final de la guerra, las prostitutas ya no querían dinero, porque estaba tan devaluado que no servía para nada. Cobraban en pan, en alimentos, en comida para sobrevivir.
Otro fenómeno sorprendente: el de las bodas «múltiples». Una gran cantidad de muchachas, con República o sin República, no querían mantener relaciones sexuales con sus novios si antes no había boda. Así que un sorprendente número de soldaditos se casaban… una, dos veces, tres, las que hiciera falta, con chicas de lugares distantes. Ahí sí que la gente perdió un poco la cabeza, como se supone que sucede cuando la muerte es una posibilidad próxima y cercana. Ballano cita las palabras de Arturo Barea: «Cuando se espera la muerte, la vida se convierte en simple y clara. Se revisan los valores tradicionales y se desechan, se dejan caer como un traje viejo. Se siente el ansia de vivir no la vida anterior, sino una vida nueva, limpia y sincera».
Otro fenómeno sobre el que hay demasiada leyenda es el de la homosexualidad. «Se diga lo que se diga, siguió siendo lo peor», asegura Ballano; «no solo en el bando sublevado sino en el de la República. Hubo gente a la que se le negó el carné del Partido Comunista porque eran homosexuales. Los propagandistas de Franco aseguraban que Azaña era maricón, y los propagandistas republicanos decían lo mismo de Franco. Que eran ‘poco hombres’. Azaña llegó a decir que pintaba menos que un florero».
Claro que había excepciones, como la del militar, compositor, traductor y espía Gustavo Durán; un hombre con una vida de novela, un homosexual que, protegido por un alto jefe de las Brigadas Internacionales –esto lo documenta Ballano–, llegó a dirigir un cuerpo de Ejército durante la guerra. Pero son gotas en un océano.
El final del libro es un largo epílogo sobre lo que ocurrió… después de la guerra, bajo la dictadura nacionalcatólica de Franco. Ballano es terminante: «Una cosa es lo que dicen las normas, la actitud oficial, y otra muy distinta lo que pasa en la calle. Es cierto que la España de aquellos años, los 40 y los 50, se parecía a una ‘mezcla de cuartel y convento’, como se decía entonces, pero la gente se buscaba la vida para pasárselo bien. Y lo conseguía. Una señora ‘de orden’ de entonces lo decía: que ‘los hombres necesitan una válvula de escape para que nos dejen tranquilas a las decentes’ y eso justificaba la manga más bien ancha de Franco con la prostitución, que fue legal en España durante muchos años, dijera la Iglesia lo que dijese».
El lector se sorprenderá con los datos sobre la vida sentimental de personajes como Pasionaria, Alberti, Negrín, Hemngway, Largo Caballero, Queipo de Llano o Millán Astray, entre muchos más. Pero sobre todo tendrá acceso a datos y hechos sobre los que siempre ha habido mucha más leyenda y fantasía que veracidad. Y eso, el inventar lo que no se sabe, tampoco tiene enmienda.