La actriz Claudia Cardinale, icono del cine italiano, ha fallecido este martes 23 de septiembre a los 87 años en la región de Île-de-France, que tiene como capital París, según han informado medios franceses.

Cardinale, nacida en Túnez en 1939 y con nacionalidad italiana, está considerada como una de las grandes actrices del cine europeo, desarrollando su carrera junto a directores de la talla de Sergio Leone, Mario Monicelli, Pasquale Squitieri, Luchino Visconti, Richard Brooks, Franco Zeffirelli o Federico Fellini.

Ha participado en títulos legendarios como ‘El gatopardo’, ‘Ocho y medio’, ‘La pantera rosa’, ‘La amante de Mussolini’ o ‘Las petroleras’ junto a Brigitte Bardot. Su debut fue junto a Omar Sharif, lo que le hizo ganar renombre en Hollywood.

Algunas de sus últimas producciones han sido ‘El artista y la modelo’ (Fernando Trueba, 2012) y el largometraje búlgaro ‘Twice upon a time in the west’ (Boris Despodov).  

Claudia Cardinale, indómita leyenda del cine italiano y estrella de Fellini y Visconti

Una infancia colonial, el éxito en el cine, la explotación del «mito erótico» y una vida de leyenda es el legado de Claudia Cardinale, muerta a los 87 años, una de las actrices más aclamadas del siglo XX que también sufrió el peso del machismo del cine, al que enfrentó con su inquebrantable y famosa rebeldía.

Los primeros años de su vida transcurrieron en un Túnez bajo protectorado francés, pero sus padres, de orígenes sicilianos, se encargaron de inculcar la cultura italiana a sus cuatro hijos, dos niños y dos niñas, de los que Claudia fue la primogénita.

Puede que esta posición dinástica le confiriera un fortísimo carácter que no amainó jamás, ni siquiera en la escuela de monjas a la que fue y desde donde, por casualidad, se inició en el cine.

A la joven Cardinale nunca le interesó el cine -no es cierto que adorara a Brigitte Bardot, como suele decirse- sino que soñaba con ser exploradora.

Un día cualquiera, saliendo del colegio, se le acercó un cineasta que buscaba actrices. La chica salió corriendo, desinteresada, tal y como ha recordado en alguna ocasión, pero el hombre contactó a sus padres y logró el beneplácito para incluirla en su película.

Aquel director era René Vautier, exponente anticolonialista, y la obra que tramaba era el corto «Les anneaux d’or» (1956), con el que se alzaría con el Oso de Plata de la Berlinale. Dos años después, también estrenaba en Cannes su primer papel destacado y en largo, «Goha» (1958), protagonizada por Omar Sharif.

Sin embargo Cardinale logró irrumpir en el mundo del cine coronándose en un concurso de belleza que tenía como premio un billete para la Mostra de Venecia y su paso por el certamen encantó a todos.

De este modo, aquella muchacha tunecina de orígenes italianos y que hablaba francés decidió apostar por el país de sus ancestros y volar a Italia, donde debutó en una de las comedias más reconocidas, «I soliti ignoti» (1958) de Mario Monicelli.

Pero cuando empezaba a saborear las mieles del éxito, su vida se vio marcada por un hecho doloroso: una violación de la que se que se quedó embarazada.

La joven decidió contra viento y marea tener a su hijo pero tuvo que hacerlo a escondidas en Londres. Pasaría años afirmando que aquel niño, llamado Patrick, era su hermano pequeño antes de contar la verdad a todo el mundo y a su propio vástago.

Cardinale siempre afirmó que el «único hombre» de su vida había sido el cineasta napolitano Pasquale Squiteri, fallecido en 2017, de quién se enamoró rodando «I guappi» (1974) y con quien tuvo su segunda hija, Claudia.

Sin embargo anteriormente había mantenido un largo idilio con uno de los grandes productores italianos, Franco Crisaldi, con quien se casó en 1966, aunque la actriz logró anular las nupcias.

De él siempre reconoció que se había sentido «contratada», puede que algo explotada, pues en sus mejores tiempos la hacía grabar hasta cuatro películas al año a cambio de un nimio sueldo mensual.

Los sesenta representaron su época dorada, también como un icono de belleza mundial. En 1963 fue un enigma en «Ocho y medio» de Federico Fellini y deslumbró vestida de época en «Il Gattopardo» de Luchino Visconti, dos maestros que se odiaban y que no tuvieron más remedio que repartirse a la bella Claudia en sus rodajes.

Para más inri, los dos jóvenes actores de estos clásicos, Marcello Mastrianni y Alain Delón, quedaron cautivados por ella pero a ambos dijo «no».

Después aterrizó en Hollywood pero, pese a su acogida como amiga de Alfred Hitchcock, Barbara Streisand o Steve McQueen, nunca llegó a sentirse como en casa: «Yo me siento europea y en Europa quiero vivir», decidió, tal y como reconoció en una entrevista después.

Trabajó en «Circus World» (1964) con John Wayne y Rita Hayworth, en «Blindfold» (1965) con Anthony Quinn y en «I professionisti» (1966) volvió a toparse con Burt Lancaster, con quien había bailado arrebatadoramente en la monumental película de Visconti.

Morena, exuberante, de cara redondeada y grandes ojos, Cardinale también fue una mujer del Oeste: hizo de prostituta para Sergio Leone en «C’era una volta il West» como única mujer del reparto.

Y volvería a probar suerte en ese género en «Le pistolere» (1971), un western en tierra española con dos «femme-fatale», ella y Brigitte Bardot, el icono con el que soñaban todas las niñas de su colegio.

En su nómina artística se agolpan cientos de títulos no solo de cine, sino también de televisión y teatro.

A través de su larga existencia, nunca demostró tibieza y defendió múltiples causas, desde la defensa del medio ambiente o la lucha contra la violencia machista, y para ello creó su fundación.

Sus últimos años los ha pasado en París, adonde voló espantada por unos «paparazzi» que no le dieron nunca tregua en las calles de Roma, mostrando nuevamente que la indómita Claudia Cardinale no temía a los cambios si en juego estaba su libertad.