Bajo el candor dorado del otoño, en el Madrid del aire de oro, se abre, alcalde, la nueva edición de la Feria del Libro Viejo y Antiguo. Y van ya treinta y cinco. Puede decirse en otra órbita: el Paseo de Recoletos va a … cumplir de escenario de encuentros insólitos. De modo que ahí no van a ser los transeúntes quienes buscan los libros, sino más bien los libros quienes aguardan el momento mágico y recóndito de decidir su lector.

Esta feria del libro pudiera ser la feria contraria a la feria del libro del Retiro, donde todo está entre la oferta y el show, entre la verbena y el escaparatismo, cuando en Recoletos ocurre el diálogo silencioso del libro y su comprador, que es más bien el dueño selecto. Más de medio millón de ejemplares se muestran desde este jueves, al azar de las miradas. Ahí habrá humildes folletos de un euro y también volúmenes clásicos o solemnes, con encuadernaciones museales, a la espera del amante coleccionista.

La feria del Retiro convoca multitudes, ruido, firmas, celebridad. Aquí, en cambio, en Recoletos, los pasos son largos, demorados, pensativos, y los transeúntes no van a la caza sino a dejarse cazar. Porque un ejemplar de Ruano dedicado a Ana María Matute no se encuentra. Se deja encontrar. Un poemario de Alberti con dibujo autógrafo no se busca, se revela. Los viejos cuadernos de El guerrero del antifaz, ofrecidos a cuarenta o cincuenta euros, se presentan como reliquias para quien los amó en silencio. Incluso los clásicos de la colección Austral, vendidos por dos euros, son un botín gratísimo para quien aún creen que una biblioteca es el paraíso.

En una punta de la feria, está la fuente de Cibeles, que pone mirada estatuaria a este acontecimiento público, tan privado, y en la otra punta, al fondo, el Café Gijón vive a la orilla, ya dimitido de su aura bohemia, sosteniendo su condición de comedor de burócratas. Se reinaugura mañana, alcalde, un territorio de revelaciones. Ahí, los transeúntes, con algo de arqueólogos, quizá sin saberlo, prosperan distraídos hasta que un tomo los imanta, que es como decir que los nombra. Porque en esta feria ocurre la alquimia: el libro espera en silencio y, si llega su lector verdadero, se ilumina. Existe la búsqueda, existe el hallazgo. Y ese hallazgo contiene maravilla.