La geografía en clave mediática y doliente (Gaza, Ucrania) olvida los rinconcillos del mundo donde también ocurren cosas secundarias o aparentemente tontas. Algunas de ellas nos resultarían chocantes o tan improbables como que Nicolás Maduro declarase a Simón Bolívar enemigo del pueblo … y arrojase el chándal bolivariano al fuego a ritmo de reguetón con Big Soto. En Serbia, sin embargo, sí ha ocurrido algo inaudito: el tenista Novak Djokovic, icono y leyenda viva de la Madre Serbia, ya no es bien visto. Al menos desde el actual y acosado gobierno.

Aleksandar Vucic, el presidente serbio, ha acusado a Djokovic de traidor y falso patriota. Ni más ni menos. Lo ha hecho tras el apoyo que el hijo pródigo de los serbios ha mostrado a las manifestaciones masivas que desde 2024 amenazan a Vucic. El 1 de noviembre del pasado año se desplomó una marquesina en la estación de tren de Novi Sad. Murieron 14 personas. El desplome fue algo más que un trágico accidente y mostró que la corrupción lo impregna todo en un país donde el trapicheo y la sinecura establecen su propio cuadro de costumbres.

La Serbia de Vucic sería el reflejo de un estado clientelar y corrupto contra el que los estudiantes, primero, y gran parte de la sociedad serbia, después, se han alzado para decir basta.

Declaraciones molestas

Nada en los Balcanes occidentales se presta al análisis de brocha gorda. Un matiz lleva a otro y lo desdice. En un país híbrido como Serbia, con un pie forzado hacia la UE y con otro pie sentimental en Rusia (la fe ortodoxa y el paneslavismo los unen), ha sorprendido el cariz unitario que han tenido las manifestaciones celebradas en Belgrado y en otras ciudades del país. El foco mediático casi ha pasado de largo donde la histórica confluencia del río Sava y el Danubio.

La secular fractura entre la Serbia rural (inmóvil y conservadora pro Vucic) y la urbanita han diluido sus contornos en un todo común. Tanto es así que Djokovic, desde sus declaraciones en el último Abierto de Australia, se ha sumado a la gran protesta. Dijo entonces que su apoyo se dirigía «a los jóvenes, a los estudiantes y a quienes pertenece el futuro de nuestro país». En Wimbledon se reafirmó en lo dicho. Vucic sólo ve injerencia extranjera en la traición del hijo pródigo. Es el clásico relato victimista y falto de ventilación al que acuden los mandamases de una parte del espacio eslavo (Rusia, Serbia y los primos serbobosnios).

Djokovic se ha mudado de Serbia y ha fijado su residencia en Atenas, donde ha abrazado la fe ortodoxa

La campaña de persecución de los medios afines al gobierno ha hecho que Djokovic (38 años) haya cambiado de residencia fuera de Serbia. Junto con su familia se ha establecido en Atenas, donde al menos el vínculo espiritual ortodoxo dará amparo a quien hace años decía ser antes cristiano que deportista. Nole luce en su cuello la cruz de Hilander, un monasterio serbio que se halla en el Monte Athos, en Grecia, la montaña sagrada para la fe ortodoxa.

Djokovic recibió además la Orden de San Sava, máxima distinción del cristianismo de raíz bizantina, por parte de Irineo I de Serbia. El patriarca le agradecía así su aportación para preservar los bellísimos monasterios de Kosovo y Metohija, cuna de la nación serbia y fuente de conflicto bélico no resuelto respecto a la mayoría albanokosovar (Kosovo, no reconocido por España, declaró unilateralmente su independencia en 2008). Entre el equilibrio público y la lealtad, el tenista siempre ha mostrado su afinidad con los serbios de Kosovo. En 2023, mientras volvía a encenderse el conflicto entre la minoría serbia y la mayoría albanokosovar, estampó un mensaje político en una cámara en Roland Garros.

La biografía del gran embajador de Serbia (todo un San Sava patriótico en versión deportiva), explica en clave generacional el país que salió de la guerra tras el sangriento fin de la antigua Yugoslavia. Djokovic es un hijo de aquella guerra, cuyo epítome fue el atroz conflicto de Kosovo (1998-1999). A fin de evitar la supuesta limpieza étnica por parte serbia, la OTAN de Javier Solana, sin autorización expresa de la ONU, bombardeó Belgrado y otros puntos logísticos clave.

Recuerda Djokovic cómo de niño tenía que salir pitando de las pistas de tenis donde entrenaba para ponerse a salvo de las bombas. La película ‘The Sky Above Us’ refleja los días aciagos en los que una especie de guerra abstracta cayó sobre Belgrado (los aviones de la OTAN lanzaban octavillas de aviso a la población). Igual que la turbadora ‘La carga’, del serbio Ognjen Glavonic, muestra también con valentía el lado más tenebroso de la guerra de Kosovo con sus crímenes de guerra y el tráfico de cadáveres ocultos. Entre el paisaje y el paisanaje de ambas películas se forjaba la futura leyenda del tenis en un país sumido en sus traumas como pueblo incomprendido.

Protestas en Belgrado del pasado mes de marzo

Protestas en Belgrado del pasado mes de marzo

Reuters

Hijo de la guerra

El tenista más laureado (24 Grand Slam) ha combinado siempre su cosmopolitismo como estrella mundial del deporte con el clásico espíritu aguerrido de los serbios (el intraducible ‘inat’). El Djokovic más íntimo y personal se ha sincerado más de una vez como el hijo de la guerra que ha sido y es, sin olvidar nunca a quienes también padecieron el horror en Croacia, Bosnia-Herzegovina o la propia Kosovo. Mantiene algo del niño que jugaba al tenis bajo el pavoroso silbo de las bombas. Y tampoco olvida sus humildes orígenes en Banjica, en aquel barrio periférico y humilde situado al sur de Belgrado, donde el hormigón de los grises ‘monoblocks’. Los grafitis de Banjica recuerdan a su héroe, a su querido abuelo Vlada y a Jelena Gencic, quien fuera su primera entrenadora.

La nueva Serbia que ahora se manifiesta contra la corrupción sistémica es la misma que ha de enfrentar sus paradojas a ojos del foráneo. En la turística travesía Knez Mihailova podían verse hasta hace bien poco quioscos de souvenirs con camisetas del general Ratko Mladic, el carnicero serbobosnio de la guerra de Bosnia (condenado en 2017 a cadena perpetua por el TPIY). Hay murales que aún hoy lo ensalzan en Belgrado para vergüenza de la ciudadanía de bien.

En los tenderetes del gran parque de Kalamegdan, donde la histórica fortaleza de la capital, se ven también camisetas con el rostro de Djokovic junto con el de Putin, el barbudo Chetnik Mihailovic o el célebre inventor e ingeniero eléctrico Nikola Tesla. Ayer como hoy, Serbia se deconstruye entre matices. Paradójicamente, hace sólo unos días, el país desunido celebraba con marcial fanfarria un desfile militar para celebrar el llamado Día de la Unidad, la Libertad y la Bandera Nacional. Serbia, o sea.