Elsa Punset lleva años estudiando el mundo de las emociones como psicóloga, escritora y divulgadora para acercar herramientas a millones de personas herramientas con las que comprenderse mejor y vivir con mayor plenitud. A lo largo de su trayectoria, ha sabido entrelazar ciencia y vida cotidiana en obras que se han convertido en referentes, como Una mochila para el universo.

Su nuevo libro, Alas para volar, es un viaje íntimo que está inspirado en la relación con un gorrión herido. Así, la obra se transforma en metáfora de lo que significa cuidar, reparar y dejarse transformar por los vínculos. A lo largo de las páginas, Punset invita a aprender a desplegar de nuevo las alas tras las heridas, a reencontrarse con la ternura y a recordar que incluso en medio del dolor siempre late la posibilidad de volar más alto. Hemos charlado con ella para hacerle unas preguntas al respecto de este nuevo lanzamiento.

PREGUNTA: ¿Cómo surgió la idea inicial de Alas para volar o en qué momento sentiste esa conexión especial con el pájaro al que cuidas?

RESPUESTA: El gorrión entró en mi vida de repente, cuando me agaché y lo recogí de la acera, en la puerta de casa. Cambió mi verano al momento: pasé de estar libre, a responsabilizarme de otro ser. No sabía nada de crianza de pájaros, así que tuve aprender a cuidarle desde cero. Fue una experiencia absorbente. No sabía que se podía meter bajo la piel de esta manera un ser tan diferente a ti. Me conmovían su fragilidad y su deseo intenso de querer vivir, aún en estas circunstancias extrañas, con una madre humana voluntarista pero torpe. Cuando unos meses más tarde lo llevé en el centro de rehabilitación de animales silvestres de Madrid (CRAS) —necesitaba cuidados adicionales que yo no podía darle— entonces sentí la necesidad de escribir, para contar el vínculo, tan tierno y tan inesperado, que compartí con este gorrión.

“La infancia nos deja marcas muy profundas, sobre todo en nuestra forma de vincularnos”

Ayudar a un ser de tu misma especie es algo natural y fácil. Ayudar a un miembro de otra especie es una experiencia que te transforma. Ganas una familia entera porque descubres el vínculo profundo que nos une a todos los seres vivos en la Tierra. Ese pajarillo me enseñó que todos los seres vivos necesitamos lo mismo: comida, cobijo y cariño. Y me recordó que no se puede vivir con las alas rotas.

P: En el libro ahondas mucho en cómo nuestras primeras experiencias de niños nos condicionan enormemente en nuestra vida adulta. ¿Por qué es importante mirar hacia atrás para avanzar en lugar de simplemente ignorar lo que nos duele?

R: Es importante comprender lo que llevas escrito dentro porque lo que no se comprende, se repite. Ignorar lo que te dolió no lo hace desaparecer, solo lo vuelve invisible para ti. Pero sigue actuando: se expresa en cómo amas, en cómo te defiendes, en cómo eliges. La infancia nos deja marcas muy profundas, sobre todo en nuestra forma de vincularnos. Aprendemos a amar —o a defendernos del amor— en esos primeros años de vida.

«Mirar hacia atrás no es quedarse anclado en el pasado, es comprender el mapa que te trajo hasta aquí…»

Cuando te haces adulto, llevas contigo a ese niño o niña, con sus heridas, sus defensas, sus estrategias de supervivencia y su bagaje cultural. Te sigue a todas partes como una sombra. Vive entre tú y tu pareja, entre tú y tus hijos. Es mejor aprender reconocer el impacto de esa presencia, porque si no pierdes mucha libertad. Mirar hacia atrás no es quedarse anclado en el pasado, es comprender el mapa que te trajo hasta aquí… y decidir si quieres seguir repitiéndolo o cambiar de ruta. ¿Qué puedo hacer para avanzar? Puedo adentrarme en la segunda mitad de mi vida. Para casi todos, la primera mitad de nuestra vida suele ser un error gigantesco e inevitable. Seguimos el guion que heredamos: lo que nuestros padres esperaban, lo que la sociedad premiaba, lo que pensábamos que era el éxito o el amor. Y desde ahí, tomamos decisiones que a veces nos alejan de nosotros mismos. Repetimos errores, actuamos desde la inconsciencia.

Foto: elsa-punset-consejo-emociones-postura-corporal

TE PUEDE INTERESAR

Elsa Punset, escritora y divulgadora: «Nuestra postura corporal consolida nuestras emociones. Caminar erguido refuerza nuestra sensación de confianza»

Sandra Gonzálvez

Pero un día —a veces por una crisis, una pérdida, un vacío que ya no puedes ignorar— algo se resquebraja. Y empieza la segunda parte de la vida. La parte en la que ya no vives para cumplir expectativas, sino para entender quién eres de verdad. Ya no buscas pertenecer a cualquier precio. Empiezas a soltar disfraces, a dejar de complacer, a hacer preguntas más sinceras. No es fácil ni automático. Puedes vivir cien años y nunca llegar a esta segunda parte de tu vida, porque no es un momento cronológico, es un momento psicológico. No es que todo lo anterior no haya servido: era necesario para llegar hasta aquí. Pero ahora toca otra cosa. Más libre. Más honesta. Más tuya.

P: ¿Qué representan esas ‘alas’ en la vida real para una persona que se siente estancada o perdida? ¿Cómo puede encontrarlas y echar el vuelo?

R: Todos, a lo largo de la vida, nos sentimos una y otra vez estancados y perdidos. Todos tenemos que volver a empezar una y otra vez: una pérdida, un fracaso, una relación que te ha desgastado. Hablo de heridas reales: la infancia, los vínculos que duelen, el cansancio de cuidar siempre a otros, el cuerpo que somatiza lo que no decimos. No siempre lo nombramos, pero lo sentimos. Y eso es bueno, porque significa que tienes la oportunidad de aprender.

«Cuando el mundo está revuelto, necesitamos una epidemia de optimistas para avanzar»

Pero nos resistimos a enmendar esas alas rotas, porque son procesos lentos y dolorosos. La negación es un mecanismo de defensa humano corriente: nos evita enfrentarnos a verdades incómodas y a emociones difíciles. Puede ofrecer un alivio temporal, porque de entrada mantiene a raya parte del dolor emocional… pero al final el remedio es peor que la enfermedad: el problema crece o se enquista. ¿Cómo recuperas tus alas? Escuchando lo que has estado ignorando. Dejando de aparentar que todo va bien. Haciendo espacio para lo que de verdad importa. Con Alas para volar quería acompañar al lector en este proceso tan humano, tan inevitable.

P: Eres una defensora a ultranza del optimismo como motor para superar los problemas. Pero vivimos rodeados de guerras, injusticias, noticias demoledoras… ¿Se puede vivir al margen de todo eso simplemente por voluntad?

R: Decía el explorador polar Ernest Shackleton que cuanto peor van las cosas, más condenadamente optimista tienes que ser. Y no por cabezonería, sino porque nos dice la ciencia que a los optimistas les suele ir mejor la vida: tienden a tener más ingresos, mejor salud, más amigos, trabajos más satisfactorios… ¿Por qué? De entrada, son personas capaces de mirar el futuro con esperanza y ponerse manos a la obra para mejorar lo que hay. Así que cuando el mundo está revuelto, necesitamos una epidemia de optimistas para avanzar. Si tu respuesta a un mundo revuelto es vivir al margen, entonces haces lo que hacen los pesimistas: cruzarte de brazos y no cambiar nada. Eso, para mí, es una derrota.

«La tecnología nos pone cada vez más fácil destruir y hacer daño»

Entiendo que sea tentador mirar hacia otro lado, porque ahora mismo estamos desconcertados por la violencia que nos rodea. Se ve de forma muy cruda porque vivimos en un mundo globalizado y tecnológico. Pero siempre hemos sido así: los humanos vivimos en guerra porque genéticamente hemos heredado un deseo profundo de dominar y conquistar. Nuestra violencia no es solo instintiva, como puede ser la de los demás seres vivos, sino simbólica: buscamos poder, sentido, reconocimiento. Creamos relatos para justificar nuestra superioridad y organizamos estructuras que perpetúan el daño.

Hay que ser más autocríticos y realistas con lo que somos como especie. La tecnología nos pone cada vez más fácil destruir y hacer daño. Por eso importan más que nunca controlar nuestro sesgo violento, desarrollar una ética sólida y consciente. También es importante darnos cuenta de que las guerras exteriores reflejan nuestras guerras internas: con el miedo, con las heridas, con el deseo de control. Solo cuando aprendemos a tratarnos y a tratar al resto del mundo con compasión, podemos romper ese círculo destructivo. La paz empieza en lo pequeño: en cómo nos hablamos, en cómo soltamos el pasado, en cómo aprendemos y rectificamos y convivimos. Cada día, tenemos que elegir entre el amor y el miedo. Llevamos siglos mejorando en este sentido. Por eso la optimista que hay en mí confía en que a la larga, elegiremos mayoritariamente el amor.

P: No solo vivimos rodeados de noticias negativas, también el ritmo nos arrastra. ¿Cómo detenerse para reflexionar y cuidar nuestros vínculos?

R: La velocidad de cambio se ha disparado en las últimas décadas. Y esto no va a cambiar: los expertos preven que en los próximos 20 años, vamos a cambiar hasta cuatro veces más deprisa. ¡Nuestro cerebro humano, en cambio, sigue inmerso en el paleolítico!… requiere tiempos para asimilar, contacto visual y físico para conectar, espacios de calma y silencio para poder confiar.

«Todo está diseñado para que no pares nunca: notificaciones, trabajo, productividad, distracciones constantes»

El resultado de este desfase entre tecnología y humanidad es la pobreza afectiva en que estamos viviendo. Vivimos en esta pobreza afectiva porque vivimos desconectados: de nosotros mismos, de los demás y de la naturaleza. La desconexión de nosotros mismos la vemos en cómo no escuchamos al cuerpo y ni entendemos lo que nos pasa por dentro. La desconexión de los demás la vemos en la epidemia de soledad, en los vínculos frágiles, en las relaciones superficiales. Y la desconexión de la naturaleza la vemos en cómo vivimos como si no formáramos parte de ella.

Foto: salud-mental-equilibrio-reflexion-experta-1qrt

TE PUEDE INTERESAR

Alicia González, psicóloga: «Las relaciones están llenas de miedos cubiertos de orgullo y así no se experimenta el buen amor»

C. Acuña

Vivimos sin pisar la tierra ni ver el cielo: pasamos la mayor parte del tiempo en interiores, con luz artificial, sin contacto con el sol, el viento o el verde. No reconocemos los cantos de los pájaros ni sabemos el nombre de las plantas que nos rodean. Vemos los insectos como amenazas o molestias, no como parte de un ecosistema del que dependemos. Comemos alimentos procesados sin saber de dónde vienen, sin relación con el ciclo natural de siembra, maduración y cosecha. Contaminamos sin darnos cuenta: no vemos el impacto de nuestras acciones porque está lejos, externalizado, invisible. Creemos que la naturaleza es algo “fuera” de nosotros, cuando en realidad somos naturaleza.

Todo está diseñado para que no pares nunca: notificaciones, trabajo, productividad, distracciones constantes. Pero sin pausa no hay comprensión. Sin silencio, no hay escucha. Y sin escucha, no hay vínculo real. Detenerse, pensar, meditar, escuchar, estar solo… son actos radicales hoy en día. Alas para volar es una invitación a recuperar esa conexión y a salir de la pobreza afectiva en la que vivimos.

P: ¿Cómo se relaciona el autoconocimiento con nuestra forma de vincularnos con los demás? ¿Somos un espejo o una diferencia del resto?

R: A menudo repetimos vínculos que nos resultan familiares, aunque nos hagan daño. Buscamos aprobación, huimos del abandono, queremos controlar. Todo eso viene de historias pasadas que no hemos revisado. Conocerse no es mirarse el ombligo, es hacerse preguntas incómodas. Es entender por qué atraes lo que atraes, por qué aguantas lo que aguantas. Así que a veces somos espejo, a veces diferencia. Pero hasta que no te ves con claridad, no puedes ver al otro sin distorsión.

«Escucha tu cuerpo, porque sabe antes que tu mente cuando algo no va bien. Si se encoge, si se tensa, si se apaga… ahí hay una señal»

Y cuando no te conoces, confundes amor con costumbre, necesidad con deseo, celos con cuidado, intensidad con conexión. Y acabas llamando “pareja” a lo que en realidad es una repetición mal disimulada de tu pasado. Conocerte no garantiza que no te equivoques, pero dejas de vivir en piloto automático. Y eso te permite vivir aprendiendo. Porque los humanos no somos productos terminados: somos proyectos en constante evolución. Tenemos el deseo y la capacidad innata de seguir aprendiendo hasta el último día de nuestra vida.

P: El libro ofrece herramientas prácticas para lograr libertad emocional. Si solo pudieras quedarte con una que los lectores puedan aplicar hoy mismo, ¿cuál sería?

R: Escucha tu cuerpo. El cuerpo sabe. Mientras la mente se enreda en sus justificaciones, el cuerpo es directo. No tiene palabras, pero tampoco mentiras. No necesita justificarse, no disimula, no se autoengaña. Cuando algo no va bien, lo muestra: con insomnio, ansiedad, cansancio, contracturas, un nudo en el estómago, una resistencia sorda, una urticaria… hasta que lo escuchas. Así que no escuches solo tu cabeza, que muchas veces repite ruido viejo. Escucha tu cuerpo, porque sabe antes que tu mente cuando algo no va bien. Si se encoge, si se tensa, si se apaga… ahí hay una señal. Ese es tu radar más fiable. Es una brújula muy certera, que puedes usar ahora mismo. Y cuanto más lo escuchas, más libre te vuelves.