Paco Pérez Valencia (Sanlúcar de Barrameda, 1969), lleva enganchados sus dos apellidos, tanto como la pintura está en su ser. Vive en su Sanlúcar natal, desde donde irradia su forma de estar en la vida a través de los conceptos creados para la Universidad … Emocional, proyecto que encabeza desde hace años. Ahora presenta en la sala municipal Atín Aya la exposición ‘El perro negro’, que recoge más de doscientas cuarenta obras conformando una gran retrospectiva de su carrera.
—¿Tiene usted un perro y es negro?
—No, no, es que el perro negro era un alter ego que yo he tenido hace años y es el nombre de una cueva de un pequeño restaurante en Ciudad de México donde estaba de profesor, y allí buscaba cobijo a mi nostalgia algunas noches. Hace unos meses, releyendo ‘La Odisea’, me encontré con un poema de Borges donde mencionaba «qué fue de aquel perro errante que ya ha llegado a Ítaca…», y se me activó lo del perro.
—¿Ha sido usted también un errante?
—Sí, sin duda. Yo quería contar en esta exposición cómo puedo ser capaz de decirle a quien vea mi trabajo que todo eso soy yo, que he hecho muchas cosas y que me perdí todo el tiempo. Por eso mi mirada es poliédrica, meto figuración, abstracción, escultura, dibujo, alfombra, instalación, pintura mural… La gente me pregunta: «Paco, ¿a qué te dedicas?», y he intentado responder, lo que cuento es mi vida, he abierto la caja de Pandora y he tenido que reconocer el fracaso, el amor y el desamor en mi propio trabajo, e incluso la deslealtad. Es mi exposición más importante. Nunca había vivido un viaje así.
— El libro-catálogo empieza con un comentario del pintor Paco Molina.
—Recuerdo perfectamente dónde fue. Fue en 1991, íbamos los dos por la Avenida de la Constitución y va y me dice: «Paquito, el arte es imposible», y yo me cabreé porque empezaba a sentir el arte como mi mundo. Él quería explicarme que lo que vemos es la punta de un iceberg, pero no lo que hay debajo: las frustraciones y los caminos rechazados que nunca verá la historia del arte. Yo he estado con esa frase pegada en mis entrañas desde entonces. Y ahora sí lo comprendo. Él intentaba empujarme, no paralizarme. Lánzate ya ante lo que no vas a poder evitar. Por eso le dedico la exposición a Paco Molina. Todas mis exposiciones han tenido un guiño a él, pero aquí es algo más público.
— Si se ha vaciado casi al completo con esta muestra, ¿por dónde va a seguir a partir de ahora?
—Juan Cruz me decía el otro día en la exposición que estaba sacando todas las cartas, que parecía una exposición de un artista muerto. No sé, siempre tengo la sensación de que es mi última exposición. Pero ya no vivo así. Esto es lo que yo quiero mostrar. Me he sentido muy arropado por la institución, y a partir de ahora el hambre seguirá pidiéndome nuevas miradas a las cosas.
—¿Cómo ha influido en su obra la Universidad Emocional?
— La Universidad Emocional vino a explicarme el poder del arte. Yo era un joven estudiante que pude divisar algo importante, que pintar por pintar se me iba quedando atrás, y que el arte podría ser una herramienta poderosa para incomodar, pero hacían falta otros componentes. Qué tenía el arte que me parecía tan necesario para vivir: el placer, la desmesura y el amor, sin contrapartida. Y eso empezó a gestarse en la Universidad Emocional. Si soy capaz de llevar a las empresas y a las organizaciones un poco de todo eso que el arte me ha dado, estoy satisfecho. He tenido suerte porque me han escuchado. Lo he llevado a lugares increíbles que me han pedido ayuda. Recientemente he trabajado con la Caixa con altos directivos, y ahora la Armada española me ha pedido un proyecto de liderazgo para una nueva asignatura, un proyecto humanístico. Soy pintor, ¿quién me iba a decir a mí que me iban a llamar a la puerta estas instituciones? Y el arte ha sido el detonante de todo esto.
— ¿Qué le va a contar a los militares?
— Pues que están preparados para la guerra, pero y ¿para vivir en la paz?, porque al final resulta que hay que generar territorios comunes donde ha habido desgracia y volver a empujar. Ahora hacen falta pediatras donde antes eran traumatólogos, y gente de la cultura donde antes había estrategas, y liderar es también sentir el pulso del otro. Yo soy muy fan de la Ilustración, de aquellos marinos españoles enamorados del arte y de lo que hacían con su espíritu militar, y eso fue desapareciendo en la vida actual porque hoy se va a una velocidad tremenda. Ahora más que nunca cualquier grieta que me ofrezca el sistema es una posibilidad de inocular vida.
— La cultura nos salvó en la pandemia.
—Sin duda nos salvó a todos. Salvó la cordura, el mantener a salvo a gente que vivía sola y se nos ha olvidado. Y la cultura está muy maltratada a nivel sistémico, parece un complemento cuando es absoluta necesidad de supervivencia. Lo que decía Lorca: «Si tuviera hambre pediría medio pan y un libro». Ahora la cultura está empezando a averiguar el poder que ostenta y a salir a la calle. Hemos vivido la cultura de la cancelación delante de nuestra narices, y parece que ahora empezamos a decir no. No tiene sentido hablar de belleza con un mundo que se desmorona alrededor tuya. Y lo terrible es que el artista puede hasta convertirse en censor.
— ¿Le ha condicionado a usted querer gustar al público?
— Con treinta años quizás sí, pero ahora ya no. Ya soy el que soy y ya no puedo quebrarlo, no puedo ni quiero evitarme. Estoy contento con lo que he visto que he vivido, pero quiero más, y no es éxito, quiero más, sentir que no se me ha escapado nada por el camino. Hago malabarismos por estar escuchando a los jóvenes, meterme en la soledad de mi estudio, estar en Sanlúcar… Voy buscando episodios de soledad, pero al final estoy en todas partes.
— ¿A usted le gusta su obra?
—Me lo pone usted difícil. Verá, todo lo que amo con profundidad está muy lejos de lo que yo hago. Creo que tengo aproximaciones a un mundo que deseo, pero ni de coña llego. De hecho, lo que pinto hoy me parece una absoluta falta de valor y necesito un par de años para digerirlo, me he dado cuenta que son dos. Los escondo y cuando vuelven a aparecer en mi vida, digo: «Ahora sí». A veces voy desandando, pero he aprendido a dar valor a lo que en su momento hice.
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Dónde: Sala Atín Aya.
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Dirección: Calle Arguijo, 4.
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Cuándo: del 24 de septiembre al 11 de enero de 2026.
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Horario: de martes a sábado de 11 a 14h y de 17 a 20h. Domingos de 11 a 14h.
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Entrada: libre.