«Le hemos puesto cara porque no existía una identificación. Y esa es la razón por la que iniciamos la exposición con una foto del … propio artista». Con estas palabras, Sara González de Aspuru, responsable del Museo de Bellas Artes de Álava, y Ana Arregui Barandiaran, historiadora del arte, explican por qué el rostro de Isaak Díez recibe al visitante nada más entrar en la sala de la primera planta.

La muestra ‘Isaak Díez (1891-1962). Vida y obra de un artista alavés’ no se limita a exhibir tres lienzos. También recorre los hitos principales de un creador que sufrió el exilio y murió en Caracas. Ese rostro alargado y «huesudo», descrito por la revista ‘La Libertad’ como «un modelo del Greco», es solo la fachada de un artista multidisciplinar.

En el museo vitoriano pueden verse hasta el 12 de abril de 2026 tres piezas. ‘Gitana’ (1914), de influencia simbolista y pintada con apenas 23 años; ‘Vista de Vitoria’ (hacia 1934), donde asoman las cuatro torres de la ciudad y los primeros signos de industrialización; y ‘Txistu-txiki’ (1936), con un joven tocando el txistu y el tamboril, probablemente su hijo Narkis, que más tarde alcanzaría reconocimiento como txistulari en el País Vasco francés. Esta última obra refleja esa «imagen idílica» del medio rural vasco. Ese cuadro ya se había mostrado en el verano de 1936 en la Escuela de Artes y Oficios, pocos meses antes de que Díez se incorporara al Batallón Araba en Llodio. Su militancia en el Partido Nacionalista Vasco marcó su carrera. De hecho, en la exposición se incluye una fotografía junto al lehendakari Agirre. «Como a tantos artistas que se significaron, la Guerra Civil le cambió radicalmente la vida. Esto explica también algunos vacíos documentales e históricos», apuntan desde el museo.

Luces sobre una figura olvidada

En diciembre del 36 combatía en el frente de Llodio; poco después fue prisionero en Santoña. Su rastro biográfico serpentea: en 1942 intentó exiliarse a México sin éxito; en 1945 reapareció en el País Vasco -un «hecho sorprendente»- para trabajar en encargos en Donostia e Irún; y en 1947 las fuentes ya lo sitúan en Venezuela, donde vivió hasta su fallecimiento en 1962.

«Es una pequeña exposición que puede encender más luces sobre una figura muy diluida en la historia alavesa», destaca González de Aspuru, que reivindica la labor investigadora de Arregui y Cristina Armentia. ¿Cómo se dio con su fotografía? «A través de la prensa histórica. En 1932 se celebró en Bilbao una exposición de artistas vascos y encontramos una foto de pésima calidad, que no hemos incluido en el catálogo. A partir de ahí buscamos en el Archivo Municipal de Vitoria, porque sabíamos que en 1925, en el homenaje a Díaz Olano, Díez había realizado un busto. Finalmente apareció la instantánea que nos permitió ponerle rostro».

Su estrecho vínculo con Vitoria se refleja incluso en las calles que trazan su biografía. Tuvo su estudio en las calles Cuchillería y Diputación, creó la pareja de aldeanos de Aramaiona para la comparsa de Gigantes y Cabezudos, y en 1918 fue guionista y director de ‘Josetxo’, un «drama rural vasco» rodado en Armentia, el Palacio de Bendaña y el Palacio de Augustín-Zulueta, entre otros. «Lamentablemente no se ha conservado nada de este proyecto», señala Arregui. Como subraya Ana del Val, diputada de Cultura, la exposición permite «conocer mejor tanto la obra como el tiempo de un artista que ha permanecido demasiado tiempo en un segundo plano».