-No podés estar acá, tenés que estar en el colegio.

-Sí, pero estoy haciendo lo que amo. Y no sé, para mi, la mejor escuela es vivir una vida que nunca imaginaste o que nadie más está viviendo.

Franco Colapinto, seguramente, tenía edad de estar en una escuela y no cruzando el Canal de la Mancha para ir a competir a Inglaterra. Pero su vida no era la normal de un pibe de 14 años y, por eso, la empleada de la aduana antes de sellarle el pasaporte le dio un sermón que hoy recuerda ya como piloto de Fórmula 1. Casi una década pasó del momento en el que dejó Buenos Aires con papá Aníbal para correr en karting en Italia y decidió quedarse solo a vivir arriba de la fábrica CRG Kart, en la zona industrial de Lonato, un municipio italiano de la provincia de Brescia en el que lo más destacado es el lago de Garda, el más grande del país.

Lo que no sabía esa empleada británica que, finalmente, le permitió pasar a aquel Franco de 14 años la frontera era que el papel firmado por Aníbal y Andrea, en el que autorizaban a ese jovencito a viajar solo, no era de dos padres desinteresados por su hijo; todo lo contrario: era un acto de fe y amor a un niño acostumbrado a tener todo servido en su casa, desde la comida hasta la cama tendida. Y, además de aprender a cocinar, Franco aprendió a estar solo.

Su familia no podía mudarse con él, pero tampoco alquilarle un departamento. Por eso, cuando Giancarlo Tinini, el dueño del equipo italiano de karting CRG, quedó sorprendido al verlo disputar una serie de carreras en Estados Unidos un año antes y decidió sumarlo como piloto, la oferta llegó también con un lugar donde dormir en la planta alta del taller.

El adolescente de Pilar pasaba las mañanas y las tardes rodeado de gente, especialmente los mecánicos del equipo, pero cuando la noche llegaba estaba solo; también cuando no había carreras los fines de semana.

«¿Qué hacías cuando la fábrica estaba cerrada?», le consultó el periodista Tom Clarkson durante el podcast Beyond the Grid en el que recordó sus inicios. «Iba al shopping y compraba cosas. Estaba en mi pico con la cocina«, le comentó con su gracia habitual Franco, quien hace un año había confesado en una entrevista que «compraba arroz y lo cocinaba en la pava eléctrica porque estaba complicado de presupuesto y había que solucionar el hambre».

Luego, con un tono más serio y más parecida a una charla con un analista que con un periodista, se explayó sobre una época de pocas redes sociales: «Realmente yo no tenía ningún amigo. Yo estaba en una zona industrial, no había nada alrededor. ¿Quién me cuidaba? Nadie, estaba por mi cuenta, no tenía manager. Estaba solo. Estaba con los mecánicos todo el día en el taller pero nadie me cuidaba. Solo tenía 14 años y fue complicado para mi. Porque cuando todo va bien es fácil disfrutar y estar feliz, pero cuando no va bien y estás solo…».

No era algo que no supiera antes de irse a Italia, pese a su corta edad. Según le contó Aníbal Colapinto a Clarín hace unos meses, en esa despedida en Italia envuelta en lágrimas, Franco le dijo: «Papá, yo sé que la vamos a pasar muy mal, que los primeros meses va a ser muy difícil. Pero si en algún momento tengo la posibilidad de llegar a las puertas de la Fórmula 1 es estando en Europa. Si no estoy en Europa, nunca voy a llegar, va a ser mucho más difícil. Si vos me bancás, yo me quedo».

Aquella estadía de Colapinto en Italia duró un año y en Buenos Aires, durante mucho tiempo, a su papá le decían que estaba loco por dejar a un chico a 12 mil kilómetros en un país donde no hablaba el idioma ni tenía una casa. «No creo que muchos padres harían lo que ellos hicieron, de hecho pensaron que mis padres estaban locos por dejarme hacer eso, aunque ahora están diciendo ‘bien hecho'», expresó con una media sonrisa el piloto de Alpine.

«Pero en ese momento también fue una decisión muy difícil para ellos -aclaró-. Estoy muy agradecido por haberme apoyado tanto al dejarme hacer lo que yo quería y no decirme que tenía que quedarme a terminar el colegio. Son muchas cosas que no podría haber hecho solo o con otros padres. Y siento que ese amor que me dieron fue al dejarme ir. Eso es algo muy complicado de hacer para los padres y es algo que siempre aprecio y por lo que estaré agradecido porque no conozco a mucha gente que lo haría y sé lo mucho que me aman y lo difícil que fue para ellos dejarme ir. Cada año es así, pero esa era la primera vez y no puedo ni imaginarme por lo que pasaron».

Antes de que terminara ese año, Aníbal volvió a Italia para buscar a su hijo y llevarlo a España, para una prueba en un Fórmula 4. Fue tan buena su actuación que su familia vendió una casa para lograr el presupuesto para correr (y salir campeón) de la categoría en 2019, cuando ya habían aparecido en su vida sus managers María Catarineu y Jamie Campbell-Walter.

Luego de un paso por Fórmula Renault Eurocup y otro obligado en los sport prototipos por cuestiones presupuestarias en medio de la pandemia, volvió a la escalera hacia la Fórmula 1: escaló a la Fórmula 3 en 2022, donde estuvo dos años, y pasó a la Fórmula 2, en la que no terminó la temporada porque Williams llamó a su puerta. Una recompensa a ese pibe que cocinaba arroz en una pava eléctrica.