De la ilusión, un poco desmedida, a la sorpresa y casi rozando la decepción. En el Sevilla FC actual raramente se vive en un estado de apacible calma. Los dientes de sierra deportivos afectan al ánimo generalizado de la entidad, que también vive a … caballo entre malos y peores momentos. La luz dentro de tanta oscuridad la estaba encarnando la figura del nuevo entrenador, un Matías Almeyda que ha demostrado con su forma de entender el fútbol que es capaz de encontrar el modelo de juego que mejor se adapta a las cualidades de la plantilla nervionense. Incluso había ganado adeptos con su discurso, algo alejado del convencionalismo de las palabras vacías de contenido en una sala de prensa, enfatizando el valor del jugador como persona y el modo de llegar a él. De hacerle ver que es mejor que lo que dicen en el exterior, que si está en el Sevilla es por algo. Hasta aquí ha navegado aceptando adeptos a su causa por millares, pese a las dos derrotas iniciales en Liga, situación que entra dentro de lo normal en el actual Sevilla. Sin embargo, el tropiezo contra el Villarreal ha escocido de verdad. Se ha roto una dinámica positiva y, cómo vulgarmente se explica, se puede decir que el Sevilla ha vuelto a las andadas.
Siete puntos de 18 no es una suma para descender, pero sí para estar nervioso llegado el momento decisivo del curso. Es evidente que este Sevilla está en construcción. Que Almeyda está probando sistemas y a jugadores, por lo que en algún momento debía llegar el golpe, el error, el pecado. En muchas ocasiones son más peligrosas las formas que el fondo en sí. El crédito del argentino es si cabe mayor al de hace dos días, por el simple hecho de que ha demostrado que también debe aprender. Y los golpes sólo se superan cuando sabes de qué lugar proceden. Ha visto en el máximo nivel a casi todos sus jugadores y en diferentes situaciones. Saliendo de inicio o desde el banquillo. Ya los ha catalogado. A la hora de refrescar a su equipo, se supone, que ya debe conocer hasta qué punto puede llegar. Dentro de un proceso de conocer a una plantilla se deben pagar ciertos peajes y cometer algunos pecados, aunque sean serios como el del Villarreal, por varios motivos.
El principal fue el de romper la dinámica positiva que llevaba el Sevilla casi sin pensarlo. Sin meditarlo. Los ocho cambios en el once inicial, por mucho que lo justifique Almeyda debido al cansancio y a que ya estaba hablado con sus hombres, sólo responde a ese deseo de que todos estén contentos, incluso por encima de lo que pusiese ocurrir en el encuentro. Que si ocurría una desgracia con la derrota, como se venía de vencer al Alavés, al tropezón sería menor. Aquí la equivocación fue la de no otorgarle al duelo del martes la relevancia que sí tenía. Porque el rival llegaba con bajas y muchas rotaciones, además de que el caprichoso calendario siempre guarda las peores de las sorpresas para quien comete pecados de este nivel.
También por el hecho de que el encuentro le ofreció una segunda oportunidad con el gol de Sow antes de que interviniese la mano del técnico con las sustituciones. Dos, una y otras dos. Todo en menos de 20 minutos y quedando otros tantos por jugarse, es decir, lanzando una moneda al aire, que cayó con una cruz gigantesca.
Un estilo comprometido
«Este entrenador mide cada metro que hacen los jugadores: si lo hacen con intensidad, si están para recuperarse rápido… Muchos de ellos no estaban. Trato de no ser caprichoso. Trabajamos en equipo y yo analizo el partido, no los cambios», reflexionaba el técnico tras el encuentro, dejando claro que todo está perfectamente medido en la parcela física, una de las patas principales de su estilo. «El partido fue bueno, los jugadores estuvieron ante un gran rival en mejores números», remarcó Almeyda. «Si me dedico al exitismo, es fácil pegarme. Los ocho cambios estaban bien hechos. Algunos jugadores no estaban, no se habían recuperado», se defendió.
Y es que el Sevilla de Almeyda se caracteriza por correr mucho y, encima, a alta intensidad. Los datos revelan que es uno de los clubes del campeonato que mayor derroche físico pone sobre la hierba. Y, lógicamente, esta apuesta tiene unas consecuencias. Los jugadores terminan los partidos exhaustos. Cansadísimos. Tardan algo más en recuperar, sobre todo aquellos que no se han preparado o no han vivido en sus carreras momentos de esfuerzo tan alto. El único al que no parece afectarle tanto es a César Azpilicueta, quien ha sido futbolista top por tener esa energía en sus piernas.
Con el resto de compañeros debe ser Almeyda más cuidadoso. No hay duelo de Liga donde no tenga que utilizar uno o más cambios para suplir a un futbolista con molestias, acalambrado o lesionado. Es ya una costumbre y el técnico la asume como parte del proceso de dotar al grupo de una potencia física que aún no ha alcanzado. Esto llevará un tiempo y seguirá provocando que algunos jugadores entren en la enfermería. Está asumido. Por tanto, es aún menos entendible el riesgo que corría el azuleño quedándose sin sustituciones con tanto tiempo por delante. Temerario al competir sin red. La caída de Nianzou fue esencial para que el Sevilla no sumase al menos un punto.
Almeyda se defendió con vehemencia ante lo que entendía que era una critica a su labor. Todavía no se ha dado cuenta realmente de donde está porque todo han sido elogios a su forma de trabajar, de hablar o de dirigir. Su primer pecado ha llegado con una factura a pagar. Y debe acostumbrarse pronto a ello si por su cabeza pasa estar tiempo por el Sánchez-Pizjuán.