Andrés González-Barba

La 48 Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Sevilla ha vivido este jueves un momento triste. Cuando el acto de inauguración de este evento siempre ha sido un motivo para la celebración de los libros, en este caso no ha sido así, ya que el que tendría que haber sido gran protagonista de este día, Antonio Rivero Taravillo, estuvo ausente tras su fallecimiento el pasado viernes. A pesar de todo, la organización de la feria ha seguido adelante con el brillante pregón que preparó este poeta y traductor para la ocasión, pues la lectura del mismo ha sido realizada por Rafael Jurado, un íntimo colaborador de Rivero durante muchos años en la Feria del Libro de Sevilla. Ha sido el mejor homenaje que se le podía hacer a este humanista de las letras.

Dada la importancia del evento, el salón de actos del Círculo Mercantil se ha llenado de personalidades del mundo de la cultura, la sociedad y de la política sevillana, entre ellos el alcalde de la ciudad, José Luis Sanz, tal y como sucedió el pasado sábado en el responso que se le dedicó al poeta en el Tanatorio de Nervión. Nadie se ha querido perder la lectura de un texto póstumo que Rivero Taravillo aceptó escribir con una gran alegría y responsabilidad, aun sabiendo que su estado de salud en los últimos meses era muy delicado.

El pregón que ha leído Rafael Jurado tenía un título revelador, ‘Breve relación de un libro viejo’. El propio poeta afirma al inicio del texto: «A mí me ha llegado el enorme honor de pronunciar el pregón de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Sevilla en un momento en el que puedo hacerme cargo, mejor que en otra etapa de mi vida, de lo que los libros viejos son y significan, porque yo mismo soy ahora uno de ellos, no tanto por razones de edad (aunque como todos voy cumpliendo años irremisiblemente) como por estar enfermo, es decir, desencuadernado, baqueteado, dolorido como el ‘descolado mueble viejo’ que cantara Carlos Gardel en el tango ‘Mano a mano’ o como el libro fatigado que he llegado a ser, aquejado también de alguna plaga que, pececillo de plata o bicho ilustrado que atienda por otro nombre en latín, me ha venido royendo secretamente los pulmones, una plaga con la que estoy en lucha declarada desde hace dos años: 730 páginas en el volumen de la existencia. Pero serán más, en zapa subterránea, constituyendo una enciclopedia o unas obras completas».

A continuación, Rivero recordaba cómo le vino la pasión por los libros por «estímulos familiares», pero fue en la Feria del Libro Antiguo del año 1980 cuando le llegó su «momento de emancipación»: «Con la asignación sema-nal, mis hermanos y yo habíamos comprado todas las semanas de nuestra infancia el tebeo ‘Pulgarcito’. Con algún dinero depositado en una cartilla de la Caja Postal, hoy un ser mitológico no menos remoto y legendario que Hércules o el Vellocino de Oro, compré mis primeros libros en esta Feria. Una libreta para libros, buen destino. ¡Tres hurras por los ahorros! Qué hermosa metamorfosis. ¿Puede haber algo más idóneo? A mi padre no le gustó, sin embargo, porque, hombre culto pero práctico, esperaba que aquellos magros caudales fueran destinados a empresas de mayor provecho. Pero ya estaba signada mi rebeldía, rebeldía doble porque aquella tríada de volúmenes —que no es que recuerde perfectamente, sino que tengo ahora encima de mi mesa de trabajo mientras escribo— eran de poesía: sendas antologías generales de la poesía mexicana y panameña pertenecientes a una colección de Bruguera (la misma editorial de aquellos tebeos en los que salían El Sheriff King, Mortadelo y Filemón y Zipi y Zape), y una edición bilingüe en Libros Río Nuevo (bastante pedestre traslación) de la poesía de Edgar Allan Poe, cuyos relatos ya había empezado a leer y a disfrutar en la, esta sí, muy buena traducción de Julio Cortázar en Alianza».

Esa antología mexicana que compró Rivero caló hondo en el poeta. No en vano, su madre había nacido en Ciudad de México en 1925. Cuando comenzó a seguir el rastro de Luis Cernuda para escribir su magnífica biografía, el pregonero descubrió en la capital azteca «la gran calle de librerías de viejo de la Ciudad de México: la calle Donceles», a la que posteriormente le dedicó un poema que también incluyó en el pregón.

Cernuda traducido por Shakespeare

Por otra parte, Antonio Rivero Taravillo habló en su pregón de una joya literaria que pudo adquirir en la última Feria del Libro de Guadalajara a la que acudió. Ese volumen era la tragedia de Shakespeare ‘Troilo y Crésida’. Se trataba de una primera edición traducida por Cernuda de la que el escritor Héctor Abad Faciolince le había hablado de su existencia. Ese gran joya le acabó costando 5.000 pesos, la tercera parte del precio original que aparecía en internet, y el libro estaba firmado por Cernuda y dedicado a Ignacio Guerrero (Nacho Guerrero), «con quien tuvo intenso trato a su llegada a México, a partir de las vacaciones de verano de 1949, baños en Acapulco incluidos», indicaba el pregonero.

Tras rememorar sus numerosas hazañas literarias, como su trascendental paso como director por la Casa de Libro de Sevilla, el pregón de Rivero Taravillo terminó, como no podía ser menos, con un poema, ‘Ex Libris’, en donde se plasmaba el amor de este inmortal poeta por los libros: «En vez de dar mi nombre a cuantos libros / apilan mis estantes / fijándolo en sus páginas primeras, / más correcto sería que mi piel / ostentara sus títulos, grabados / con la tinta indeleble del afecto. / Pues soy lo que ellos me trajeron. / Sus líneas tatuaron a mi alma».

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