Para alguien como Paul Thomas Anderson, capaz de navegar con soltura en el porno, la religión, las drogas, el petróleo o la moda, dar rienda suelta a un puñado de géneros en una sola película no debería ser problema. Y no lo es en ‘ … Una batalla tras otra’, que fluye entre la crítica social, el drama familiar, la tragicomedia y la acción pura y trepidante. Lo hace como la persecución del final de la película, tan rápido que si respiras te la pierdes. Un consejo: cuidado con los cambios de rasante.

‘Una batalla tras otra’ es muchas películas en una y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. O lucidez del director más artístico de Hollywood, que se anticipa al futuro (la escribió antes del regreso de Donald Trump a la presidencia de EE.UU.). Empieza la película y ¡pum!, unos guerrilleros como de andar por casa enarbolan su revuelta contra el estado autárquico liberando a inmigrantes de sus jaulas en un campo de internamiento y atracando bancos. Pasan cosas, amor, sexo y traiciones, y ¡pum!, el filme da un salto hacia adelante de 16 años. Paul Thomas Anderson no deja que caiga la película, sujeta la cadencia, que marca a ritmo de jazz Jonny Greenwood, guitarrista de Radiohead y colaborador asiduo del director. El metraje, 161 minutos, se contrae entonces y asfixia por el cambio de tono: ¡pum! Represión armada de un ejército todopoderoso y omnipresente. ¡Pum! La confabulación en las sombras de un club de nacionalistas blancos para purificar el mundo que da tanta risa (se llaman Club de amantes de la Navidad) como miedo. ¡Pum, pum, pum! Y en medio de todo, como un clavo ardiendo, la búsqueda de un padre a su hija que se convierte en la verdadera revolución, la de lo cotidiano: mantener unida a la familia como analogía para que desaparezcan las barreras geográficas, ideológicas y raciales y conservar de paso algo de la esperanza perdida en esa distopía violenta y autárquica que tan cerca resuena.

‘Una batalla tras otra’ agita la conciencia pero mantiene al espectador pegado al sillón con esos giros imprevisibles a los que es imposible anticiparse. Es una oda a la violencia, contenida y desahogada, pero también una película desternillante gracias a sutiles y siempre controlados detalles, en las muecas de Sean Penn, en el derroche de carisma del apaciblepersonaje al que interpreta Benicio del Toro, mitad sensei, mitad ayudante revolucionario, y también en la hilarante conversación del Bob Ferguson de DiCaprio con la operadora de los insurgentes: mermado por las drogas, es incapaz de recordar la contraseña de los rebeldes. La burocracia también es el mal de los antisistema.

Un héroe en bata

Lidera el reparto un Leonardo DiCaprio maltratado por el guión de Paul Thomas Anderson pero liberado por la comedia, revolucionario venido a menos, insurrecto sometido a la tiranía del vicio y la pereza. De repente ‘Una batalla tras otra’ se convierte en ‘Colega, ¿dónde está mi coche?’, solo que el coche es Willa (Chase Infiniti). Y DiCaprio, magnífico, pasa de artificero de la revolución a un crápula en bata de cuadros, un perdedor de la vida pero un padre que lo intenta. Un héroe casi en el descuento. No todos van a ser Tom Cruise en ‘Misión Imposible’.

La némesis del personaje de DiCaprio es el coronel Steven J. Lockjaw de Sean Penn, un papel que en cualquier otro hubiera rozado peligrosamente la caricatura pero que, gracias a su contención justa y oportuna, que maneja de forma magistral con el ceño fruncido y la mirada nerviosa, convierte en un rígido militar de deseos reprimidos, tan peligroso como patético.

La casi debutante Chase Infiniti es un joya casi pulida como la hija de DiCaprio, pero la gran revelación de la película es Teyana Taylor como Perfidia Beverly Hills, que lleva tatuada en la piel y también en los ojos la revolución, toda ella desafío constante, al poder, a las relaciones, incluso a la maternidad, de la que huye.

Paul Thomas Anderson, que ya adaptó a Thomas Pynchon en ‘Puro vicio’, se inspira y reescribe la historia de la novela ‘Vineland’ del autor. Comparten las tramas caóticas, el humor excéntrico, en el resto el director de ‘Licorice Pizza’ y ‘Magnolias’ vuela. El reparto se ha empeñado en decir que la película no intenta imponer una ideología política. Pero PTA, convertido en gurú del cine, sí aborda las cicatrices del pasado con consecuencias en el presente, haciendo una crítica incisiva a las divisiones políticas y sociales y al autoritarismo en la América contemporánea con una película tan profundamente política como ridículamente divertida.