El Festival ha acogido en su Sección competitiva a José Luis Guerín, quizá el cineasta más escurridizo del cine español y, desde luego, uno de sus más precisos narradores, a pesar de que solo se prodiga, y poco, en el documental, como si intentara … demostrarle al mundo que la ficción no necesita ser invocada, sino que se manifiesta sin invitación por los bordes de la realidad. El director de ‘Innisfree’, de ‘Tren de sombras’, de ‘En construcción’ o ‘En la ciudad de Sylvia’ ha presentado aquí ‘Historias del buen valle’, en la que mete su quirúrgica cámara en un barrio del extrarradio de Barcelona, Vallbona, y saca de allí una historia breve pero intensa del mundo contemporáneo, desde dónde viene hasta a dónde va.

En José Luis Guerín la sencillez nunca es sinónimo de simplicidad, y utiliza materiales sencillos, humildes y campechanos para llegar a lo excelso y casi suntuoso, al menos intelectualmente. Un barrio que se originó cuando las primeras inmigraciones del sur de España, situado justo al lado de Torre Baró (el lugar donde se desarrolla la película ‘El 47’), con casas y gentes que se construían sobre la marcha, de la noche a la mañana, y que con el tiempo se enriqueció con nuevas oleadas de inmigrantes, ya de todo el mundo, y cuya belleza natural quedó atrapada entre autopistas, líneas ferroviarias y cambios sociológicos.

La mirada de Guerín, siempre tan discreta, sigilosa, y a la vez tan llamativa, recorre, personaliza y escucha a todos sus habitantes, a los viejos del lugar, a los nuevos, a los chiquillos, a sus relatos, sus chismes, recuerdos, dramas y alegrías. Los chapoteos en las acequias, lo exótico del río Besós, los huertos, árboles y vegetación que sobrevive allí como ellos, a duras penas. Los pisos colmena de una ciudad ya dormitorio, el bar de pueblo en la ciudad, la fiesta, los cantes y bailes, el ser humano alejado, en el tiempo, que no en el espacio, de los olores del apocalipsis y su insistente anuncio.

La película tiene un enorme golpe de sentido del humor, gracias a esa mirada y el oído de Guerín, que le encuentra (o se la regalan) la chispa, el buen ritmo y la naturalidad sin embridar de los habitantes de Vallbona, que sacan todo el aparejo de sus vivencias y cultura para llenar de colores y frescor la pantalla. Los trenes, asfalto, velocidad y mundo alrededor, y el tiempo reposado, de pasado añejo esparcido en el presente y con una isla sin puente hacia el futuro. Una obra tan humana, tan terrenal y al tiempo tan paradisíaca que otra vez manifiesta sus sueños de ficción en los bordes de la realidad.

‘Nuremberg’

La otra película en competición era ‘Nuremberg’, de James Vanderbilt, que se basa en el libro ‘El nazi y el psiquiatra’, de Jack El-Hai, para contar el proceso que se hizo recién terminada la Segunda Guerra Mundial contra Hermann Göring, el segundo de Hitler. Luego se hicieron otros muchos, pero el de Göring fue crucial para el rumbo que tomarían los siguientes. Y el argumento trata de la relación de un psiquiatra norteamericano, Douglas Kelley, encargado de meterse en la cabeza del más fiel colaborador de Hitler.

Rami Malek interpreta al psiquiatra y Russell Crowe, el más inquietante y voluminoso Russel Crowe, interpreta al jefe nazi. Y francamente, la película es él, un tipo más listo, inteligente y culto que todos los demás, incluido el juez americano que tiene que enfrentarse con él en un juicio y que interpreta Michael Shannon. Es una película con interés y con muchísimos minutos, pero podría haber tenido mucho más interés y muchos menos minutos.

Y en la Sección Oficial y sin entrar en concurso, pues es una serie de varios capítulos, se presentó ‘La suerte’, de Paco Plaza y Pablo Guerrero, una comedia que se desarrolla en esos dos mundos tan difíciles de encajonar juntos como son el del toro y el del taxi. En una pincelada, el argumento es el casual y desastroso encuentro de un joven taxista (opositor a abogado del Estado) con la cuadrilla de un torero que vuelve a los ruedos en busca de la gloria bendita, y ellos son el opositor Ricardo Gómez y el maestro Óscar Jaenada.

El primer capítulo se lo bebe entero a porrón el actor Carlos Bernardino, uno de los vividores que van junto al maestro y cuyo personaje no para ni de reír ni de hacer reír. Se desfonda tanto entre carcajadas, que al siguiente capítulo le coge el capote Pedro Bachura, que te quita a manotazos las pocas risas que te quedaban. Una caricatura genial de todo ese mundo, o mundillo, del toro, sus ritos y supersticiones, que sobrevive ya un poco en esa misma isla que el Vallbona que retrata Guerín, pero en ‘jartá’ de reír.