Primero fue el armario, luego salir de él: Maspalomas es un drama audaz y conmovedor, que aborda la homosexualidad en la tercera edad, y celebra la libertad y la dignidad de vivir cada etapa de la vida con honestidad. La película confirma el virtuosismo de los Moriarti, su capacidad para combinar forma y fondo, y ofrece al público una experiencia cinematográfica rica, sensible y profundamente humana.
En Maspalomas, dirigida por José Mari Goenaga y Aitor Arregi, el espectador se encuentra con Vicente (José Ramón Soroiz), un hombre de más de setenta años que disfruta de su libertad sexual en el núcleo turístico del sur de Gran Canaria. Allí, entre la luz intensa, la fiesta y un ambiente hedonista, Vicente parece vivir una segunda juventud, un gueto feliz donde su homosexualidad se muestra sin tapujos. Pero la historia no se queda en la superficie: un accidente lo obliga a regresar a San Sebastián, devolviéndolo al «armario» de la madurez, al reencuentro con un pasado que no había sido completamente explorado.

El filme se convierte entonces en un retrato valiente y honesto de la vejez y la sexualidad tardía, un territorio poco visitado por el cine contemporáneo. Maspalomas evita el sentimentalismo simplón y la condescendencia hacia sus personajes, ofreciendo en cambio una exploración de la dignidad, los deseos y los miedos que persisten incluso con la edad. La película reflexiona sobre la vida más allá del orgullo y la apariencia, mostrando que la última etapa de la existencia puede ser tan compleja y rica como cualquier otra.
José Ramón Soroiz vale tanto como su mirada, a veces airada, a veces melancólica, y transmite con precisión los matices de un hombre que se enfrenta a sus errores y a la aceptación de la fragilidad física y emocional. A su lado, Nagore Aranburu, Kandido Uranga y el resto del reparto, muchos de la excelente escuela vasca de interpretación, aportan humanidad en cada interacción. La película respira autenticidad en la manera en que maneja los primeros planos, la cadencia del montaje y el uso del lenguaje original en euskera, que añade una textura poética a la narrativa.

El guion de Goenaga, firmado en solitario, combina con habilidad las múltiples capas de la existencia humana —la soledad, la sexualidad, las normas sociales, la enfermedad y el deseo—, sin perder nunca de vista la emotividad que subyace en cada personaje. La dirección conjunta de Goenaga y Arregi es elegante y precisa. De ahí el equilibrio entre el contenido profundo y una puesta en escena creíble.
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