J. R. Alonso de la Torre

Sábado, 27 de septiembre 2025, 02:00

Mario Quintana Farrona (Mérida, 1987) trabajaba de repartidor en una panadería y tenía una editorial (Letour 1987) que publicaba libros de poesía. Cuando nació su hija Valeria en 2017, entendió que no podía atenderla con los horarios de panadero y en 15 días montó una librería en Mérida: La Selva Dentro.

–La familia y los libros…

–Mi padre murió cuando yo tenía siete años y mi madre, que nunca había leído, empezó a hacerlo a los 57. Yo era adolescente y leíamos juntos en la mesa camilla, en silencio, sin teléfonos. Nos pilló el bum de la literatura histórica, ‘El Código da Vinci’, Ken Follett. Mi madre no tenía ínfulas a la hora de leer, no leía para aprender ni porque se lo hubieran dicho. Las mujeres leen para divertirse.

–¿Y los hombres?

–Me gusta la gente que viene a comprar libros para entretenerse, no porque le hayan dicho que tiene que leer eso por prestigio social. Hay gente que se suma a la cultura porque hay que sumarse. Pasa con la novela ‘La península de las casas vacías’ o con el fenómeno de Sanguijuelas del Guadiana. Hay hombres que vienen a comprar el último de Pérez Reverte, «pero que no salga de aquí». O gente de izquierdas que compra el último Alatriste y da explicaciones de por qué lo compra. Prefiero el lector ocasional al lector intelectual moralista.

–Hablemos de clientes.

–Pretendo llevar la librería a todos los públicos, tanto económica como intelectualmente. Amazon y otros libreros tienen el mismo producto que yo, pero intento crear un grupo alrededor de mi librería. Organizo talleres de acuarela, esparto, caligrafía. Así se crea una comunidad. Mérida es una ciudad de gente de pueblos. Aquí es difícil hacer amigos y estos talleres unen a quienes no encuentran su sitio. La librería es su refugio, como los bares de antes.

–¿Estudios, trabajos?

–Empecé Historia, pero no me gusta el estudio obligado. En eso se nota la ausencia del padre. Mi madre era muy laxa, me dejaba ver ‘Crónicas Marcianas’, me acostaba tarde, pero ahora he cerrado el círculo trayendo a la librería a personajes de aquel programa como Javier Sierra o manteniendo contacto literario con Boris Izaguirre. Haber sido malcriado en esos horarios me ha servido para tener una cultura popular, que se completó con los personajes dickensianos de la panadería en la que trabajé diez años.

–¿La psicología del librero?

–El cliente de la librería es muy diverso. Si es un adolescente, has de ponerte a su nivel. Él no quiere hablar contigo, cuanto más fácil le sea comprar, mejor. El cliente más básico tiene miedo a entrar en la librería y en 30 segundos tienes que saber qué necesita y qué conversación le apetece, si es que le apetece alguna.

–Abrió por su hija.

–Valeria es la clave de la librería. Hacemos vídeos juntos, los clientes le hablan a ella en vez de a mí. En su álbum de fotos están Carlos Bardem, Juan Ramón Lucas, Benjamín Prado, Lluis Homar, Pepe Viyuela, que cada vez que viene le cuenta cuentos. Cuando tuvimos problemas con la librería, le comenté que igual cerrábamos y me dijo: «No me puedes hacer esto, papá». Y seguimos.

–¿La Selva Dentro?

–Era un blog de viajes que tenía. Si algún día cierro, se convertirá en un bar, en un hotel, en otra cosa, pero con el mismo concepto de hacer comunidad. El mundo del libro es reiterativo. La imaginación ha muerto, no hay sorpresas. Estamos en un vacío tras los bum de la literatura hispanoamericana y del thriller histórico. Ahora, la única innovación es el territorio, situar la trama en una sierra de Jaén. Todos los personajes son iguales y todas las novelas negras comienzan con una niña muerta. Eso aburre.

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