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Las bibliotecarias que arriesgan hasta la vida contra la ofensiva censora en EEUU
LLibros

Las bibliotecarias que arriesgan hasta la vida contra la ofensiva censora en EEUU

  • 27/09/2025

Una mujer habla a contraluz delante de una ventana. Sólo se ve su silueta oscurecida y a ratos destellos de sus gafas. Un subtítulo la identifica como “bibliotecaria anónima” de Texas que ha sufrido acoso por cuestionar la eliminación de libros respaldada por el gobernador de su estado.

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“Nunca se nos ocurrió que nos atacarían, nunca pensé que estaríamos en la primera línea… Somos guardianes del espacio, de los recursos, de la gente. Ahora nos han puesto en el frente y tenemos que contar nuestra historia”, dice la bibliotecaria de Texas en el arranque del documental The Librarians, que se ha estrenado este viernes en los cines del Reino Unido y llega la semana próxima a las pantallas en Estados Unidos. 

El miedo no es infundado. Las heroínas de este documental, que salen en su mayoría a cara descubierta, cuentan sus despidos, los emails intimidatorios y las amenazas físicas, incluso de hombres con pistola que hablan abiertamente de matar a las bibliotecarias o los concejales que las apoyen. Un congreso de bibliotecarios en Estados Unidos es ahora un evento con medidas de seguridad reforzadas. “Si me hubieras dicho hace unos años que un congreso de bibliotecarios iba a necesitar esto, habría dicho que estás loca”, dice una bibliotecaria a la cámara.

Amanda Jones, bibliotecaria de un instituto en una pequeña ciudad de Luisiana, se ha esforzado en dejar claro en público que siempre lleva varias pistolas para protegerse. Cuando llega a un lugar, está acostumbrada a mirar dónde está la puerta de emergencia o cómo puede huir en caso de tiroteo. Jones es una de las que no se ha rendido pese a las amenazas. Desde que en 2022 habló en una reunión pública contra la eliminación de libros con referencias a la comunidad LGTBI o el racismo, la persecución ha sido constante.

Julie Miller se encontró su nombre escrito en todos los documentos de un hombre al que define como “agitador a sueldo” que la ha denunciado y dice ser parte del grupo Moms for Liberty, una red de mujeres conservadoras financiada por donaciones millonarias que se ha dedicado a promocionar a candidatos a los consejos escolares y hacer listas de libros supuestamente pornográficos, desde un cuento de una pareja de pingüinos machos hasta Maus, el libro sobre el Holocausto de Art Spiegelman (la excusa en este caso son las viñetas de ratones “desnudos” cuando en la mayoría llevan ropa).

Amanda Jones y Julie Miller, entre las múltiples protagonistas luchadoras del documental, participan en el preestreno de la película en la Biblioteca Weston de la Universidad de Oxford, junto al bibliotecario jefe, Richard Ovenden, y la historiadora Mary Beard.

“Es una de las ilusiones de mi vida estar aquí”, dice Jones, entre aplausos de un público mucho más cálido de lo normal en la ciudad. “Gracias, gracias”, repite Beard dirigiéndose a las bibliotecarias. Ella, historiadora de la Universidad de Cambridge especialista en el Imperio Romano, comenta que podría contar muchas historias sobre cómo los romanos quemaban libros, pero le interesa más “el futuro”.

La directora Kim Snyder, las bibliotecarias Amanda Jones y Julie Miller, y la historiadora Mary Beard, este jueves en la biblioteca Weston de la Universidad de Oxford.

“Las bibliotecas son la infraestructura de la democracia, y los bibliotecarios son los defensores, están en la primera línea de una sociedad abierta, pluralista y democrática”, dice Ovenden, autor de Quemar libros, un ensayo de 2020 sobre la historia de la persecución del conocimiento que muestra en el documental una bibliotecaria para explicar qué está pasando ahora en su país. “Debemos estar alerta ante los peligros que afrontamos frente a la estrategia de quienes buscan suprimir el conocimiento”, insiste Ovenden. “Limitar la libertad de las personas para elegir lo que leen se está convirtiendo en un riesgo para nuestra sociedad”.

Campaña organizada

Rodeadas de libros de una de las bibliotecas más antiguas de Europa, Jones y Miller reconocen que ellas mismas, como otras protagonistas del documental, no estaban “alerta”.

En Estados Unidos, no hace falta remontarse al macartismo de los años 40 y 50 del siglo pasado para encontrar ejemplos de intento de limitar la circulación de libros. De hecho, el debate seguía vivo décadas después y llegó al Tribunal Supremo, que en 1982 dictó sentencia a favor de la libertad de las bibliotecas públicas.

Pero lo que ha pasado después de la pandemia es una campaña organizada, y bien financiada, que antes no existía. No se trata solo de activismo ciudadano, sino de una respuesta inmediata de los legisladores locales del Partido Republicano, cada vez más a la derecha, para expurgar libros y castigar a sus guardianes. Parte de los grupos que protestaban en pandemia contra los cierres de las escuelas y los requisitos de vacunación o mascarillas, se reconvirtieron rápido a las campañas contra los libros en bibliotecas y colegios. 

En octubre de 2021, un legislador del Congreso de Texas, Matt Krause, sacó una lista de 850 libros que, según él, eran “incómodos” para los jóvenes y debían ser eliminados de las bibliotecas de las escuelas del estado, la mayoría relacionados con la diversidad sexual y otros con la historia del racismo o el antisemitismo. El gobernador de Texas, Greg Abbott, le secundó, dando más poder a los políticos y a los progenitores para que decidan qué libros pueden estar en las bibliotecas públicas.

A partir de ahí, el elenco fue engordando y se fue difundiendo en otros estados como Florida, Luisiana, Tennessee e incluso el menos conservador Nueva Jersey. Hay casos de eliminación de libros hasta en Chicago y Nueva York en batallas hiperlocales.

Gobernadores republicanos, algunos con ganas de competir en las elecciones de 2024, se lanzaron a la misma campaña e incluso amenazaron con perseguir penalmente a las bibliotecarias —la mayoría son mujeres— y a las instituciones para las que trabajan. Ron DeSantis, el fallido candidato republicano a las presidenciales y gobernador de Florida, declaró que esa era su guerra “contra lo woke”. Parte de la nueva ley que defendió ha sido rechazada este verano por un juez federal.

El canario en la mina

Desde 2021, la lista de libros cuestionados y guardados en un armario, tapados con una tela o eliminados por completo no ha hecho más que alargarse. Entre los títulos expurgados de bibliotecas y colegios más a menudo están El cuento de la criada de Margaret Atwood, Cometas en el cielo de Khaled Hosseini, El color púrpura de Alice Walker y Ojos azules de Toni Morrison. 

En Tennessee, en febrero de 2022, un pastor organizó una quema pública de libros, entre ellos los de la serie de Harry Potter, y la retransmitió en directo en internet. En la última ola después de la pandemia, PEN America, la organización dedicada a defender a escritores y editores, ha documentado 16.000 casos de vetos de libros.

Las bibliotecarias han sido “el canario en la mina”, según explica la directora de The Librarians, Kim Snyder. “Ahora se siente aún más marcado y diferente que hace tres años y medio… incluso con la expansión a otros sectores, como nuestros museos, nuestra educación superior y nuestros medios de comunicación tradicionales”.

En mayo, Trump despidió a la bibliotecaria jefe del Congreso, Carla Hayden, después de que un grupo conservador la acusara de ser “woke” y promocionar “material radical” para niños, si bien la Biblioteca del Congreso es un archivo dedicado sobre todo a la conservación y que consultan habitualmente historiadores y otros expertos.

Unos días antes de su despido, Hayden habló en la celebración de la Biblioteca de la Universidad de Oxford donde hoy están las bibliotecarias de Luisiana y Florida, y comentó que si pudiera le pediría al presidente que mantuviera “una mente abierta”.

Trump ha dado órdenes de revisar los museos semipúblicos Smithsonian de Washington para eliminar material que refleje una visión crítica del país o destaque la historia de su diversidad racial. Su Gobierno también ha retirado libros de academias militares sobre las que tiene control, en un caso que ya está en los tribunales por violación de la libertad de expresión.

En una escena del documental, un pastor afroamericano, Jeffrey Dove, del condado de la bibliotecaria Miller, se une a ella y, al borde de las lágrimas, testifica en una audiencia escolar sobre bibliotecas en Florida en defensa de los libros ilimitados, entre ellos un cuento sobre el pelo rizado de los afroamericanos. Cuando llega allí, saluda a un conocido, que le dice “¡odio a los bibliotecarios!”. “Esto no puede ser Estados Unidos”, dice dos veces el pastor.

La misma inquietud llega de una inesperada crítica de los vetos, Courtney Gore, una exprofesora conservadora y madre de varios escolares en Texas que copresentaba un podcast contra “el adoctrinamiento” de izquierdas y se metió en un consejo escolar para vigilar el plan de estudios. Después de un tiempo, descubrió que las lecturas supuestamente peligrosas y pornográficas estaban en realidad destinadas a adolescentes para ayudarles a reflexionar y enseñarles a “ser mejores amigos, mejores personas”. Renegó de la campaña. Ante el aluvión de amenazas, su hermano vigiló armado el porche de su casa por la noche.

Activistas involuntarias

Detrás de aparentes iniciativas aisladas de progenitores locales, se encuentra una campaña orquestada, nacional y con personajes oscuros, incluso relacionados con el asalto al Capitolio de 2021. En Texas, parte del dinero viene de una compañía telefónica local, que hizo campaña en 2024 por Trump y está centrada en colocar a sus portavoces en juntas escolares aunque no tengan relación con los colegios locales.

“Estas personas que están tomando el control poco a poco de nuestras juntas de bibliotecas y nuestras juntas escolares, llevan décadas planeándolo. Y lo hacen con mucho sigilo. No te das cuenta hasta que ya ha sucedido, y entonces tienes que convertirte en activista involuntaria como yo”, explica Amanda Jones, a menudo apoyada, como otras bibliotecarias, por escolares y lectores. Cuenta que en su pequeña comunidad rural la biblioteca pública es el bien del que todos dependen y que se da por sentado que siempre estará ahí. Jones recibió premios, entre ellos por su labor durante la pandemia para mantener a los escolares encerrados en casa interesados en el mundo y la literatura. Ha escrito un libro para defenderse, That Librarian, y ha fundado una organización local.

Julie Miller cuenta que en su condado a las afueras de Jacksonville, en el norte de Florida, ni se dio cuenta de qué estaba sucediendo cuando alguien comentó que estaba incómodo con un libro y pensó que simplemente aplicaría lo que había aprendido haciendo la carrera de bibliotecaria sobre la censura y cómo defender el código de la biblioteca. “No tenía ni idea de lo que me esperaba”, dice. Tampoco sabía que el hombre que se obsesionó con ella y que se dedicó a escribir su nombre en todas las quejas sobre libros porque había coincidido con ella en una audiencia pública era parte de una organización y que se había mudado de Nueva York a su condado, muy conservador, para lanzar esta campaña. 

“Me convertí en su objetivo número uno. Era la única bibliotecaria del distrito que hablaba y decía: ‘Oigan, no censuremos libros’. Eso no es bueno. Si les das un brazo, te cogerán la cabeza”. Miller recalcaba en sus testimonios que era esposa e hija de pastores baptistas, y que simplemente hacía preguntas cada vez que un libro se quería eliminar. Fue despedida “en un suspiro”, cuenta ella. 

Preguntas incómodas

La sala en Oxford mantiene el silencio cuando las bibliotecarias cuentan las amenazas de muerte o cuando lloran al recordar a estudiantes LGTBI que se han suicidado en medio del rechazo de sus familias y sus comunidades. En esta biblioteca hay empatía y consenso.

Pero la historiadora del Imperio Romano siembra la duda sobre los principios que todo el mundo parece tener tan claros. 

Mary Beard se dirige a la audiencia llena de bibliotecarios y profesores y a sus colegas británicos en el panel que ella define como “tipos literarios liberales y agradables”. Recuerda que “los regímenes autocráticos dependen de colaboradores, no solo de activistas” y que tal vez cualquiera pueda convertirse de manera inadvertida en “colaborador”. “Tenemos que analizarnos muy detenidamente y pensar en diferentes circunstancias, con diferentes tipos de libros, con diferentes políticas. ¿Podríamos aprobar algo similar? El documental supone un buen desafío para nosotros. ¿De qué seríamos capaces? No sé la respuesta, pero creo que deberíamos pensar en qué circunstancias podríamos ser culpables de algo así”. Beard recuerda que su madre, una profesora izquierdista, no le dejaba leer los libros de Enid Blyton porque decía que eran “demasiado conservadores y pijos”, aunque ella los consiguió de todas formas.

Le replica Miller, acostumbrada a un ambiente mucho más conservador que el de Oxford. Dice que no quiere que simplemente el péndulo oscile hacia el otro lado aunque ahora esté en un lado muy extremo de manera “muy peligrosa” en Estados Unidos. “Mis ideas políticas personales no son importantes a la hora de crear mi colección en una biblioteca. En una biblioteca escolar, se trata de tener un libro para cada niño que entra. Y esa es la belleza de la diversidad en la literatura. Y no solo hablamos de libros sobre raza, sexualidad o género, sino también de religión, fe, caza y pesca. Es decir, se trata de tener algo para todos”.

La directora Kim Snyder, las bibliotecarias Amanda Jones y Julie Miller, la historiadora Mary Beard, y el jefe de bibliotecas de la Universidad de Oxford, Richard Ovenden.

Su lucha se ha hecho menos solitaria gracias al apoyo de redes de bibliotecarios, como Freedom To Read en Florida, Citizens Against Censorship en Luisiana o, más grandes y nacionales, como PEN. El documental se ofrece gratis a bibliotecas rurales para ayudarlas a organizar eventos para financiarse. La directora cuenta que también está haciendo pases para editoriales, que están bajo presión para no publicar autores que luego puedan acabar en listas de libros cuestionados. Según ella, algunos de los jefes de grandes editoriales están reaccionando ahora. 

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“Algunas de esas personas en la cima están siendo valientes y animando a sus editores a que se examinen a sí mismos y consideren si están empezando a ceder al efecto disuasorio”, explica Snyder, que dice que la autocensura está ahora en todas las conversaciones creativas dado el riesgo de que no haya financiación o incluso persecución de las autoridades. Ella misma tiene dudas y dice: “Hay que autoevaluarse. Los documentalistas tenemos que hacerlo constantemente. Hay que preguntarse, ¿no estoy yendo en esa dirección por miedo?”.

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