27/09/2025


Actualizado a las 11:06h.

El 27 de septiembre de 1950, Jerez de la Frontera despedía a uno de sus hijos más ilustres: Francisco Hernández-Rubio y Gómez. Su muerte, causada por un atropello frente a su casa de la calle Porvera, ponía fin a una vida larga y fecunda, dedicada por entero a la arquitectura. Hoy, setenta y cinco años después, su nombre sigue ligado al paisaje urbano de la ciudad y a una obra que atravesó diversos estilos; desde el eclecticismo finisecular hasta las corrientes modernistas y regionalistas del primer tercio del siglo XX.

Nacido en Jerez en 1859, Hernández-Rubio se formó en Madrid, donde se tituló como número uno de su promoción y obtuvo el Premio Marqués de Urquijo al mejor expediente nacional. Aquella brillantez académica se tradujo pronto en una carrera profesional de gran proyección. En la capital colaboró con Ricardo Velázquez Bosco, participando en proyectos de restauración como la Mezquita de Córdoba y el Monasterio de La Rábida. Allí aprendió el rigor técnico y el eclecticismo que marcarían sus primeras obras.

De vuelta a Jerez en la década de 1890, comenzó una etapa de consolidación profesional en la que dejó algunas de sus creaciones más reconocibles. En 1894 dirigió la reconstrucción de la Plaza de Toros, una obra clave para la vida social de la ciudad. Dos años más tarde proyectó el baldaquino de la Colegiata de Jerez, de aire historicista, ejemplo de su sensibilidad hacia lo monumental. Fue nombrado arquitecto municipal auxiliar en 1899, cargo desde el cual asumió proyectos urbanísticos de envergadura, como el trazado del Parque González Hontoria, donde además ideó varias casetas permanentes de claro aire modernista, estilo al que se adscribió tras su visita en 1900 a la Exposición Universal de París. Estas fueron la del Ayuntamiento, Casino Nacional, Casino Jerezano, Círculo Lebrero, Pedro Domecq o la del Casino Militar, entre otras, de las que algunas todavía se conservan hoy en día como memoria viva de aquel impulso arquitectónico. Otras obras de interés que realiza durante estos años son el desaparecido Tiro de Pichón (1903) en El Puerto de Santa María, el pabellón del Jockey Club (1905) actual Depósito de Sementales, el pórtico de la bodega Pedro Domecq (1907) o la Farmacia Cafranga (1908) en la calle Larga.

En 1898 fue nombrado Arquitecto Conservador de la Cartuja de Jerez, cargo que desempeñó durante más de cuatro décadas. El monasterio, en ruinas tras guerras, desamortizaciones y saqueos, sobrevivió gracias a su empeño personal. Solicitó fondos, redactó informes minuciosos y dirigió obras de consolidación que evitaron su colapso. Su labor alcanzó un momento de gloria en 1927, cuando durante unas obras se descubrió el célebre Vaso de la Alhambra, joya hispano-árabe que hoy se conserva en el Museo Arqueológico Nacional. La Cartuja debe en gran medida a Hernández-Rubio el haber llegado al presente como uno de los grandes hitos patrimoniales de Andalucía.

Francisco Hernández-Rubio: 75 años sin el arquitecto que dio forma a la modernidad de Jerez

En el terreno de la arquitectura civil, su firma aparece en edificios que aún definen la identidad urbana de Jerez. El más destacado es, sin duda, el antiguo Banco de España, en la Plaza del Banco, un imponente edificio que hoy alberga la Biblioteca Municipal. También proyectó bodegas y casas señoriales que incorporaban tanto la tradición andaluza como guiños modernistas.

Su prestigio lo llevó también a trabajar fuera de Jerez. En Sevilla, donde dejó huella en el Paseo de la Palmera, diseñando entre 1910 y 1915 cuatro notables residencias: la Casa de César Puente, considerado el último gran canto del modernismo en Sevilla; la Casa de Francisco Castillo, de aire anglicista; la Casa Sundheim y el chalet de la familia Seras, una elegante residencia de inspiración inglesa. En Huelva proyectó la Casa Muñoz (1909) o la Casa Antonio Guijarro (1910). Estas obras muestran su capacidad para dialogar con los lenguajes internacionales sin perder la esencia regional.

Su estilo atravesó distintas etapas. Del eclecticismo monumentalista de sus inicios pasó a un historicismo refinado, visible en sus obras religiosas. Más tarde, en contacto con las corrientes internacionales y tras su paso por la Exposición Universal de París de 1900, se dejó seducir por el modernismo y posteriormente por el anglicismo. Finalmente, en las décadas de 1920 y 1930, abrazó con naturalidad el regionalismo andaluz, integrando azulejos, ladrillos vistos y soluciones populares en sus edificios. Esa versatilidad lo convierte en un testigo privilegiado de la evolución de la arquitectura española en medio siglo.

El 27 de septiembre de 1950, a los 91 años, la vida de Hernández-Rubio se apagó de forma inesperada y trágica: fue atropellado frente a su casa en la calle Porvera, la misma donde había nacido y donde había desarrollado su vida familiar y profesional. Su entierro congregó a autoridades y vecinos, en un multitudinario homenaje que reflejó el respeto y el cariño de toda la ciudad.

Se cerraba así el ciclo de un hombre que había dedicado su vida al arte de construir y conservar. Su legado, visible en plazas, parques, iglesias, bodegas, casetas de feria y residencias señoriales de Jerez, sigue recordándonos que la arquitectura no es solo técnica o adorno, sino también memoria y compromiso con la ciudad.

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