Este libro empieza con una cita: “La vida humana de este planeta nace de la mujer. La única experiencia unificadora, innegable, compartida por mujeres y hombres. […] Sin embargo, una rara falta de elementos nos ha impedido comprenderla y utilizarla. Sabemos mucho más acerca del aire que respiramos o de los mares que atravesamos, que acerca de la naturaleza y del significado de la maternidad”. Es de Adrienne Rich, y está extraída de su icónica obra Nacemos de mujer. En ella, la autora aborda la cuestión de la maternidad con una complejidad que no había conocido hasta la aparición del libro, en 1976.
«No duermo más de dos horas seguidas»: cuando la brecha de cuidados empeora el sueño y la salud de las madres

Adriana Cavarero se propone algo parecido en Mujeres que amamantan cachorros de lobo (Galaxia Gutenberg, 2025). En su caso, el objeto de análisis parte de la propia dimensión visceral del parto, ese acto tremendo en el que el cuerpo se abre y se desgarra para escindirse en dos. Ese fenómeno generador de vida que inserta a la mujer en el proceso procreador de la naturaleza, y que a lo largo de la historia se ha clasificado como “aterrador, excesivo, cercano a la animalidad”.
Cavarero se interesa por la dimensión nutricia y maternal de las mujeres, recurriendo a la biología para tratar de resultar objetiva en su reflexión. De esta manera, supera esa suerte de ‘censura’ feminista que parece evitar el tema para no “aprisionar a las mujeres en la trampa de la reproducción de la especie”, como ella misma narra.
La autora, profesora honoraria y presidenta del comité científico del Centro Hannah Arendt de Estudios Políticos en la Universidad de Verona, desafía así lo que ella considera la indiferencia de la filosofía hacia el cuerpo materno. Para ello, no le valen ni las interpretaciones idílicas de la maternidad ni las absolutamente pesimistas. Cavarero, materialista, trata de abarcar el fenómeno de la manera más real posible, y para hacerlo, analiza la literatura de autoras como Annie Ernaux, Elena Ferrante o Clarice Lispector; el pensamiento de Simone de Beauvoir, Platón o Károly Kerényi, y tragedias griegas como la de Las Bacantes o la de Níobe transformada en piedra.
Con todos estos elementos, tamizados por el filtro de su original pensamiento, la autora va trazando una visión propia de la maternidad como experiencia sobrecogedora y contradictoria, lo que le lleva a reflexionar también acerca de cuestiones como la condición femenina, la crisis climática o el feminismo actual.
Hablas de devolver a la maternidad su verdad cruda, nutritiva y material. ¿Crees que incluso hoy hay todavía resistencia a mostrar ese lado no idealizado, ambivalente, e incluso tremendo de la maternidad y el parto? ¿Quizá nos asusta que este fenómeno nos acerque demasiado a las bestias, una idea que en tu libro aparece varias veces?
Sí, sí. Soy feminista y en mi experiencia feminista, en las últimas décadas, ha habido una especie de prohibición de hablar de la maternidad. Es una prohibición relacionada con el hecho de que, por un lado, tenemos ese icono idílico de la madre de Dios, una imagen ética que hace obligatorio para las mujeres convertirse en madre. Porque si no te conviertes en madre, no eres una mujer de verdad, lo cual es una trampa. En la tradición feminista ha habido cierto miedo a centrarse en la maternidad porque hacerlo era centrarse en esa vieja trampa.
Por otro lado, cito a Simone de Beauvoir en El segundo sexo –que se publicó hace muchos años, en 1949–: Ella señalaba lo biológico como una trampa porque notó que había una diferencia anatómica entre varón y mujer, pues la mujer tiene una estructura anatómica funcional para dar a luz. Y como esto es una trampa biológica, mejor no hablar de maternidad. Mejor no hablar de biología, porque la biología es una trampa. Esta era la posición de Beauvoir y de algunas corrientes de la tradición feminista.
Si no te conviertes en madre, no eres una mujer de verdad, lo cual es una trampa
Para mí fue difícil superar estas prohibiciones, pero simplemente me centré en lo biológico y en ofrecer un enfoque positivo de lo biológico. Aunque prefiero no usar la palabra bio, prefiero usar la palabra zoé. Son dos antiguos términos griegos que significan vida, pero prefiero zoé porque significa lo biológico entendido como la multiplicidad y la pluralidad de las formas de vida que constituyen el mundo. Formas de vida entre las cuales los seres humanos somos solo una más.
Y esto último es importante, en mi opinión. Es lo que Elena Ferrante en sus novelas llamó el “lado oscuro de la maternidad”. El “lado oscuro”, porque trata del cuerpo, de la experiencia singular de cuando estás embarazada o cuando das a luz, cuando sientes tener una complicidad con el proceso general de la generación, del que todas las formas de vida forman parte. Esta complicidad es, de algún modo, maravillosa. Pero de otro modo, también es terrible. Usaría la palabra ‘sobrecogedor’ [uncanny]. Sobrecogedor, pero familiar, porque desde el principio de la vida humana, las mujeres siempre han dado a luz a nuevas generaciones, así que no tiene nada de especial. Pero, a la vez, tiene algo de sobrenatural, porque para la experiencia maternal, existe este contacto directo con la grandeza del proceso general de la procreación.
Y esto, como dijiste, da a la experiencia maternal la sensación de estar muy cerca de la animalidad. Pero somos animales. Somos formas de vida. Y, por supuesto, todo lo que es natural y está vivo tiene que ver con esta animalidad. Aunque eso represente solo un aspecto, porque el otro aspecto es, por supuesto, la psique y la conciencia de la madre.

Para mí es importante que las nuevas generaciones estén preocupadas por esto, por lo que podemos llamar una ‘ecología radical’. Una ecología radical es comenzar a pensarnos como formas de vida de la naturaleza, formada por una pluralidad de formas de vida. Ser conscientes de que la especie humana es solo una más de esas formas de vida, es parte de la red. No tiene privilegios por encima del resto, algo que podría percibirse a través de la experiencia maternal con lo que yo llamo ‘conocimiento visceral’.
En el libro también se observan los rasgos de esta ‘ecología radical’ cuando hablas de los matriarcados históricos como tiempos de paz, como momentos en los que el ser humano ha estado en comunión con el entorno, y no contra él. ¿Crees que las mujeres, por este ‘conocimiento visceral’ que las conecta con la naturaleza, pueden ‘liderar’ de algún modo los movimientos ecologistas?
Las mujeres, más que los hombres, tienen una estructura corporal muy conectada con la animalidad y la naturaleza. Y no hablo solo de la elección de la maternidad, sino también de cuando eres muy joven y tienes la primera menstruación. No es una elección. No es tu voluntad. Hay algo en la naturaleza que regula tu cuerpo. Y así te sientes muy cercana a la naturaleza, entendida como la forma múltiple y dinámica de vida, de regeneración continua.
El cuerpo femenino tiene una especie de proximidad sobrecogedora y desconcertante con el proceso de regeneración y el proceso de la vida, de la nutrición o de la multiplicidad
La ciencia es muy importante. Y tenemos que responder a la catástrofe ecológica, primero, con la ciencia, pero también esta proximidad del cuerpo femenino a la naturaleza puede transformarse en una forma de conocimiento visceral. Desde el cuerpo masculino a la naturaleza hay una especie de distancia. Por supuesto, el cuerpo masculino es un cuerpo biológico, y es la naturaleza la que hace que el cuerpo masculino funcione. Pero el contacto no se da en una proximidad total. El cuerpo femenino tiene una especie de proximidad sobrecogedora y desconcertante con el proceso de regeneración y el proceso de la vida, de la nutrición o de la multiplicidad. Así que pienso que considerar este conocimiento visceral a la hora de enfrentarse a la catástrofe ecológica puede ser una aproximación al problema especial y útil.
Tras toda la investigación y reflexión que has llevado a cabo en este libro sobre la naturaleza, el parto y el cuerpo maternal, ¿cómo abordas la cuestión de la gestación subrogada? ¿Qué cuestiones éticas, políticas o simbólicas entran en juego si entendemos la gestación a través de la materialidad radical a través de la cual analizas la existencia?
Soy muy crítica con la gestación subrogada porque la gestación subrogada consiste en la explotación económica del útero, en general, de mujeres pobres. Es un nuevo fenómeno del mercado industrial de la procreación que trata a las mujeres y, en general, a las mujeres pobres, como instrumento, como un puro instrumento, como una especie de máquina de regeneración. En mi opinión, es una explotación. Y, por tanto, es terrible.
Debemos trabajar juntos en el campo de la adopción y no en el campo de la explotación de la reproducción a través de los cuerpos de las mujeres, tratadas como instrumentos en un mercado de procreación
Por otro lado, entiendo que la gente, no importa qué sexo tenga, tiene un deseo de paternidad y maternidad, un deseo de tener hijos. Pero pienso que debemos trabajar juntos en el campo de la adopción y no en el campo de la explotación de la reproducción a través de los cuerpos de las mujeres, tratadas como instrumentos en un mercado de procreación. Como mujer, lo siento muy ofensivo, como algo que nos retrotrae a la esclavitud. Es muy, muy ofensivo para la imagen simbólica de las mujeres.
¿Crees que el mercado de la gestación subrogada es de algún modo posible porque, como sociedad, estamos desconectados de nuestros cuerpos, de lo que realmente significa dar a luz?
Sí, estoy de acuerdo. Y uno de los problemas es el hecho de que el cuerpo está culturalmente, en nuestra sociedad contemporánea, considerado como algo que puedes manipular, algo que puedes cambiar a tu voluntad. Por ejemplo, tenemos el importante mercado de la cirugía estética. Luego tenemos el mercado del gimnasio o del culturismo para transformar tu cuerpo en un modelo ideal, o la persecución del modelo ideal de las mujeres muy delgadas, anoréxicas.
Pensamos que el cuerpo es algo a nuestra disposición, algo en lo que podemos trabajar y transformar a voluntad. Y en este sentido, también el mercado trata los cuerpos de las mujeres como algo a disposición del mercado, algo en lo que puedes trabajar. En ese mercado, estas mujeres firman un contrato. Y en este contrato, durante nueve meses, el útero es propiedad de la agencia [de subrogación]. Así que las mujeres están obligadas a soportar todo el embarazo y dar a luz, y no pueden decidir abortar, por ejemplo. El cuerpo está a disposición de los deseos y de los intereses de la sociedad. Así es nuestra era.
Simone de Beauvoir dijo que “la biología no es destino”. Después de analizar tan de cerca la experiencia del parto y la maternidad, ¿ha cambiado de algún modo tu manera de leer esa afirmación? ¿Crees que la realidad visceral de ser mujer a la que te has enfrentado otorga a la biología un cierto peso en las vidas de las mujeres?
Me gusta mucho Simone de Beauvoir, pero debe insertarse en su propio contexto histórico. Pienso que “la biología no es destino” sigue siendo verdad. Porque el hecho de la maternidad, de dar a luz, forma parte de la biología. Pero, por supuesto, como mujer, puedes rechazarlo y eres libre de elegir si quieres dar a luz o no. Por eso realmente no es un destino, porque ahora tenemos décadas y décadas de feminismo. Estamos hablando como mujeres hijas de la liberación feminista. Así que la biología no es destino.
Pero, por otro lado, pienso, como dije antes, que la biología es importante, y la biología podría ser un campo crucial de investigación. Y esta negación de la biología es típica de la tradición filosófica. La filosofía siempre despreció la biología, la mera animalidad, el mero cuerpo, la mera materialidad. Eso no es importante para la filosofía. Lo que es importante es el alma, la mente, las grandes verdades universales. Y esa es la razón por la cual nuestra tradición filosófica metafísica desprecia la biología.
La filosofía siempre despreció la biología, la mera animalidad, el mero cuerpo, la mera materialidad
Mi perspectiva es completamente diferente. Pienso que la metafísica es muy peligrosa. La abstracción es muy peligrosa, porque es típica del antropocentrismo, esa visión del universo donde el hombre es la raíz y el señor, el regulador del sistema. Estoy en contra del antropocentrismo y estoy a favor de un biocentrismo radical en el cual somos una forma de vida.
Hay otras formas de vida, pero tenemos que entender y percibir nuestro ser como una forma de vida que es muy vulnerable y muy frágil por nuestra conexión constitutiva con otras formas de vida. Si el mundo vegetal desapareciera, todos los animales moriríamos, porque no habría oxígeno. Así que esta conexión es real, no es metafísica, no es una fantasía. Tenemos que ser conscientes de nuestra dependencia y nuestra parcialidad, de la dependencia y parcialidad recíproca. Es un enfoque material de la realidad, muy alejado y crítico con el enfoque metafísico.
En el libro confiesas vacilar sobre si escribir ‘mujeres’ o ‘cuerpos con útero’, en un esfuerzo por ser inclusiva. ¿Cómo conecta esto con tu enfoque material de la realidad y la biología?
Este es un tema importante de la cultura y la política contemporánea. En las últimas décadas, ha habido muchas alianzas entre el feminismo y el colectivo gay, pero, en tiempos recientes, ha aparecido una nueva ola cultural y política de la galaxia LGBT y queer. Trata de imponer un lenguaje nuevo, disciplinando lo que podemos decir o no para ser inclusivos.
El feminismo nunca habló de un lenguaje universal que deba imponerse a los hombres. No tenemos este deseo absoluto de que nuestro lenguaje sea universal, un valor para todos
Este nuevo lenguaje contrasta con la historia del feminismo y la historia de la libertad de las mujeres. Durante el último siglo de libertad de las mujeres, hemos vivido cambios históricos importantes, una época en la que las mujeres son la nueva subjetividad. Una subjetividad que se atreve a ser afirmativa, y se atreve a generar un nuevo enfoque y una nueva cultura, una nueva manera de interpretar el mundo y de pensar a las mujeres, en las que ellas son el sujeto. Y no se puede borrar al sujeto de un movimiento político.
El feminismo histórico ha sido la única revolución exitosa del siglo XX, y somos el resultado de esta revolución. No puedes borrar esta revolución con una especie de disciplina lingüística totalitaria. Así que no quiero decir “cuerpo con útero”. Quiero decir “mujeres” porque, como sabes, hay mujeres que no tienen útero porque han sido operadas. Y también hay mujeres que ya no menstrúan, como yo, que ya soy mayor. Así que, ¿por qué sacrificar el mismo sujeto de esta subjetividad política revolucionaria en nombre de la imposición de otra subjetividad política?
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Como movimiento feminista, siempre supimos que las mujeres no son la totalidad. Las mujeres son una parcialidad de la forma humana de vida. Y por eso el feminismo nunca habló de un lenguaje universal que deba imponerse a los hombres. No tenemos este deseo absoluto de que nuestro lenguaje sea universal, un valor para todos. Mi invitación a la galaxia política LGBT es que se alegre de ser parcial y de adoptar su propio lenguaje, pero que no imponga el lenguaje sobre la subjetividad política de otros. Especialmente, cuando se trata de una subjetividad política tan importante como la del movimiento feminista.