Hay escritores admirables e indispensables que tenían un huerto, como Antón Chéjov, y luego hay escritores admirables e indispensables que no tienen un huerto, sino que son un huerto. Es el caso de mi querido amigo Joaquín Araújo, el hombre emboscado. Hoy leemos en ‘Área de Descanso’, el último libro de Araújo, ‘Tterra’ (Tundra), y la fabulosa novela ‘Cordillera’ (AdN), de Marta del Riego.
Su huerto es en realidad una huerta y se llama Alba. Como el propio naturalista, también Alba tiene personalidad propia y escribe, pero en su caso en los surcos labrados en la tierra que la alberga. Es una huerta tan fértil como el propio Araújo, quien es autor de más de 100 títulos (su actividad se expande más allá de lo literario, en documentales, conferencias…), libros que muchas veces se mueven entre varios géneros: la poesía (con especial predilección por el haiku), el epigrama, la sentencia filosófica, la narración, el ensayo. Libros que son como la propia condición de la tierra que labra, la Tterra, como se titula su último trabajo, publicado por la editorial Tundra y que está alimentado de ese espíritu híbrido y anfibio.
Siento no poder reproducir el idiograma chino que aparece en la portada y que sintetiza en un solo carácter la filosofía de vida de este escritor campesino: la interdependencia de todos los seres vivos, de la Natura, y del campesinado como una vía para conectar con lo que nos sustenta y nos hace humanos, aunque cada vez parezcamos más alejados de ese ideal.
Joaquín Araújo escribe a mano, con una caligrafía pulcra y elegante (¡que ya quisiera yo!), labrada con el mismo cuidado con el que cultiva su huerta. Quien nunca haya tenido la oportunidad de contar con una dedicatoria o de ver esa caligrafía de primera mano, ahora puede hacerlo en Tterra, pues tanto el autor como el editor decidieron que esta vez el libro sería como una fotografía de su cuaderno de escritura, donde ha anotado los haikus, poemas y sentencias que entreveran esta reflexión necesaria y oportuna que nos propone Araújo sobre nuestra relación con la tierra que nos da de comer, de la que dependemos. “¡Qué formidables historias nos cuenta el hogar de las raíces”, escribe Araújo.
Y, ciertamente, la tierra, el suelo, parecen condenados al olvido incluso en los ensayos sobre ecología. “La ignorancia precede a todas las violencias…”, dice este pacifista, instruido en el Tao cuando nadie en España hablaba del taoísmo o del budismo. “Si fuéramos más los que echáramos raíces tal vez conseguiríamos que la Tierra no colapse”, escribe en otro momento. De ese modo, pienso yo, estaríamos conectados por las micorrizas, por ese mundo subterráneo que nos sustenta. “La fertilidad derrota al tiempo”, anota. Y esa fertilidad es la del propio Araújo, que ha derrotado al tiempo con una labor incansable tanto en el plano intelectual como personal para enseñarnos a caminar por la vida.

El naturalista, agricultor y escritor Joaquín Araújo.
Sería maravilloso que este tipo de libros llegaran a las poblaciones rurales, a quienes viven allí, que sus habitantes se dieran cuenta de que sus enemigos no son los ecologistas, sino las grandes multinacionales y un modelo de producción intensivo que esquilma los suelos y contamina los ríos y la tierra, que mata a sus habitantes. Sería maravilloso, repito, que los pequeños agricultores, los que de verdad viven del campo, y los ecologistas y animalistas pudieran entenderse para revitalizar la naturaleza. Pero lo cierto es que pesan más los conflictos, creo que por la información distorsionada e interesada que les llega.
El ‘thriller’ rural de Marta del Riego
Uno de esos conflictos, en este caso el de la ganadería con la fauna salvaje (el oso), es el hilo conductor de Cordillera (AdN), novela de Marta del Riego que leímos recientemente en el curso de escritura de naturaleza que imparto desde hace varios veranos en el Taller de Clara Obligado. Tuvimos la suerte de contar con la autora para dialogar sobre su thriller rural, una historia que es muchas historias, que cuenta con una estructura poderosa que bebe de la tragedia griega y de la ópera, como explicó la propia autora, muy musical, escrita con un castellano a veces poético a veces crudo en el que uno atisba el murmullo de un afluente lingüístico subterráneo: el leonés.
Ambientada en el lado sur de la ladera cantábrica, Cordillera es una novela coral, en la que la autora da voz a varios personajes: desde la protagonista, Nidia, una pastora trashumante; Diego, un biólogo desencantado del mundo académico que emprende una investigación sobre el oso; una osa que lucha por su supervivencia y la de sus crías en un entorno hostil y, en cierta forma, a través del coro, la propia montaña, quizás la otra gran protagonista de esta historia envolvente cuya lectura te atrapa desde la primera línea.
En esta nueva narrativa de naturaleza, Marta del Riego es de las que han dado voz a la propia naturaleza, a los animales que viven en ella, todo un riesgo desde el punto de vista literario. El conflicto entre el mundo rural y la naturaleza en la que vive, el papel de la mujer, la amistad, la relación con los otros seres vivos, la violencia, el machismo, la sexualidad, el “choque cultural” entre científicos/biólogos y los habitantes de una zona al borde del despoblamiento total, son algunos de los temas que aborda Marta del Riego, temas que se solapan como una cebolla.
Aunque me alegro y celebro la fertilidad del ensayo de naturaleza, me parece fundamental también la ficción para narrar nuestro paso por el mundo, nuestra relación con los otros seres vivos. La buena ficción es capar de llegar a lugares donde otros géneros no pueden. Nos lleva a empatizar, a entender al otro, a los otros, aunque no pensemos de la misma manera. Quizá sea este un camino por explorar para lograr el encuentro entre quienes habitamos en Gaia, para que nuestro mundo siga siendo habitable para todos.
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Narrador y profesor de escritura creativa. Autor de novelas, ensayos y libros de relatos. Creo que hay pocas cosas que aporten tanto sosiego y que enriquezcan tanto como leer al abrigo de un árbol, en medio del bosque. En silencio. De eso escribo en Área de Descanso.
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