Al Premio Setenil de Molina de Segura, que reconoce el mejor libro de relatos publicado, «el Oscar del Cuento», se presentan decenas de candidatos, y … lo han ganado los autores más prestigiosos. Este 2025, el único aspirante de la Región de Murcia con opciones es el caravaqueño Miguel Sánchez Robles (1957), por ‘No sabe del amor quien vuelve vivo’ (Villa de Indianos, 2025).
Ya estuvo en la terna de finalistas en otras dos ocasiones: por ‘Tantos ángeles rotos’ (Gollarín, 2006) y por ‘La soledad de los gregarios’ (Fundación El Broncense, Diputación de Cáceres, 2012). En este tercer intento no lo tiene nada fácil, pues compite con autores como Pilar Adón (‘Las iras’, Galaxia Gutenberg); Elena Alonso Frayle (‘Después nos hicimos grandes’, de Trea); Juncal Baeza (‘Peligro extremo de incendio’, Dieciséis); Marc Colell (‘El bozal’, Ya lo dijo Casimiro Parker); Juan Montiel (‘Cada lunes de aguas’, Fulgencio Pimentel); Virtudes Olvera (‘Mamíferos’, Esdrújula); Elena Prieto (‘Johnny Cash no es para niños’, Talentura); Irene Reyes-Noguerol (‘Alcaravea’, Páginas de Espuma) y Pedro Ugarte (‘Un lugar mejor’, Páginas de Espuma). La mayoría de obras publicadas por Sánchez Robles han sido reconocidas con galardones literarios, y entre las editoriales en las que ha publicado destacan Hiperión, Reino de Cordelia, Algaida, Huerga & Fierro, Gollarín, Edhasa, etc. Caravaca de la Cruz es tierra de escritores (Miguel Espinosa, Luis Leante, Ignacio Ramos, Carmen María López, Jesús López García, José Blanc…), y Sánchez Robles, que reconoce que todavía no ha llegado al gran público, está agradecido, sobre todo, «a esos lectores fieles por los que escribo». Es uno de los autores invitados a la Feria del Libro de Murcia, que arranca el próximo 3 de octubre en Alfonso X.
–Hace unos días un amigo le dijo algo precioso por Whatsapp…
–Sí, me dijo este amigo en un mensaje que estaba leyendo ‘No sabe el amor quien vuelve vivo’, que iba por la mitad, pero que no quería que se le acabara. ¿Puede decirse algo más precioso a un escritor? Tener lectores así es que no tiene precio.
–Esto mismo sucede a menudo con las películas o con las series, ¿tiene esa misma sensación?
–Yo he escrito mucho sobre cine, que funciona, sobre todo el de Hollywood, por arquetipos: juicios, gente con problemas… pero, sobre todo con el cine español, me sucede que me cuesta mucho, mucho, mucho… encontrar una película que de verdad me guste. Hay chispazos de verdad, y hay películas que me gustan muchísimo, pero también muchísimas que no me interesan. Estoy deseando ver ‘Sirât’ porque creo que es del tipo de películas que me apetecen.
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¿Para qué no tiene tiempo?
¡Para cosas sin alma! En realidad, los protagonistas de mis libros son también así. Todo lo bueno o lo malo que les ocurre es eso: no tener tiempo para las cosas sin alma… -
¿Qué cosas hacen sus personajes?
Cocinar sin mirar el reloj para alguien que amas; escribir muy despacio una carta a mano y luego meterla en un sobre de cerrar con saliva; escuchar con mucha atención a alguien que está triste; atar la bicicleta en la puerta de la universidad junto a la bicicleta de la persona de la que se han enamorado; pintar una escultura de yeso con acuarela como si estuviesen rezando; llorar en silencio sin que nadie les vea; mirar a los ojos a un desconocido y sonreírle… -
Leer, hablar, pensar…
… como si cada palabra estuviese naciendo de nuevo.
–¿Siempre es buen momento para experimentar el amor? Porque estamos faltos de amor, eso es innegable. Vivimos en un mundo hostil, pero a poco que nos fijemos también podemos encontrar muestras de amor que pueden reconciliarnos con nuestra especie.
–El amor es una cosa muy intensa que requiere tiempo y dedicación para cultivarlo y para tenerlo. Claro que a veces lleva consigo dolor, pero es lo más deslumbrante y es lo que salva el mundo.
–Su corpus literario se ha hecho casi por entero desde Caravaca…
–Estuve un tiempo viviendo fuera de Caravaca cuando era joven. Tenía 21 años la primera vez que me presenté a las oposiciones, y las aprobé por Andalucía. Nos presentamos cinco amigos de Caravaca. Durante una década estuve viviendo en Albox, Pulpí, Huercal-Overa, Vélez Rubio… La educación era distinta entonces, había una mejor valoración de lo literario. Yo entonces vivía intensamente, porque para escribir tienes que haber vivido antes. Hay un verso precioso de Francisco Brines, y muy didáctico y deslumbrante, que es ese que dice, «ahora vive, espera». Cuando vives, sigue viviendo, y déjalo todo, porque después de haber vivido eso, no se sabe qué más puede venir.
–Los escritores salen al encuentro del mundo, pero todo lo que hay en el interior de los individuos también cuenta a la hora de escribir.
–La literatura nos permite decir las verdades y los sentimientos más universales. Pienso que nadie ha escrito del amor como Fernando Pessoa. Parece que él no viajó a ningún sitio, pero yo he leído de Pessoa una descripción de cómo tienen que ser los desiertos que es buenísima y que nos demuestra que no es necesario viajar a veces para comprender. Todo lo que anida dentro del ser humano puede bastar.
–¿Qué procuró hacer de joven?
–Sobre todo, vivir. De joven procuraba vivir. Con 17 años, por ejemplo, me deslumbró Benidorm. He aprovechado bien la vida. Yo tengo 68 años, y dicen que todavía puedo permitirme el viaje de mi vida. Hay una cosa que me gustaría hacer que es ir a Viena con mis hijos para el concierto de Año Nuevo. Es una suerte, porque las entradas se sortean.
–Mientras llega…
–Sigo viviendo, ¡no queda otra! Para mí es importante seguir trabajando para llegar al gran público, hay muchos escritores que escriben desde la no visibilidad de los medios de comunicación, y hay muchos premios que ejercen una especie de mecenazgo cultural, que apuestan por alguien que escribe de modo pequeño, y al que le prestan atención con un jurado importante y el compromiso editorial. Hay una literatura distinta que para mí es muy importante que está más allá de los galardones institucionales.
–Con qué escena, personaje o trama está en este momento. ¿Dónde ha dejado el punto y aparte para esta entrevista?
–Estoy con un personaje que no tiene nombre, por ahora, ni tengo claro tampoco a quién voy a dirigir todo ese libro. Es una estructura original. Es una historia sobre dos personas que no se van a encontrar nunca. La segunda persona nunca habla. Hay un diálogo interior. Podrían pertenecer a un país cualquiera, a una clase social cualquiera. Veremos qué pasa con ellos… En esas estoy. Es una historia que tiene mucho que ver con el amor, con ese deseo de amar del protagonista y de que se cumplan sus sueños.
–En marzo publicará una antología poética de los últimos 25 años.
–El libro se titulará ‘Habitaciones de existir’. Lo cierto es que un libro es verdaderamente una buena habitación de existir. Hasta entonces, como digo, yo espero haber vivido muchísimo más.
–El Setenil se le resiste…
–Un amigo me dice que no le gustaría estar en esa terna, porque hay buenos libros en esta edición. Es un honor y una alegría volver a ser finalista del premio Setenil con un libro como ‘No sabe del amor quien vuelve vivo’, que reúne dieciséis relatos, algunos premiados y otros inéditos, que transitan por la condición humana, la búsqueda de la felicidad, el amor abúlico, la vileza, la compasión, la melancolía y la agonía de un mundo que no es justo con los más débiles. Los personajes atraviesan algunos relatos y juegan con el lector. Todos abordan la vida como una concesión pasajera y cruel. Son seres heridos que no ven con claridad lo que sucede a su alrededor: maridos borrachos, parejas tristes que dan pena en el restaurante de moda, abuelos cuyo cerebro funciona como una máquina imperfecta y son un estorbo…
Encerrado en la habitación
El hecho de nacer en la tierra de Miguel Espinosa debió influir algo para que Miguel Sánchez Robles eligiera este camino de la creación literaria. En ese paréntesis en Almería, el joven docente vivió la vida, consciente de que cada día podía ser el último. Fue profesor de Historia durante varias décadas hasta su jubilación, y, prácticamente, su carrera docente se ha desarrollado en un instituto de la ciudad de la Vera Cruz. Pero se reconoce como un autor que empezó tarde a escribir, con cerca de 30 años, y fue con el tiempo, y con perspectiva, cuando se dio cuenta de eso que dice, que para escribir uno tiene que haber vivido mucho… «Hay que tener un bagaje vital y una manera de mirar el mundo para luego sentir esa necesidad de escribir». Esto es algo en lo que insiste a menudo en los clubes de lectura a los que le invitan, y fue lo que dijo, por ejemplo, en el club que dirige el escritor [y organizador del Encuentro Literario sobre Repoblación] Andrés Ortiz Tafur en el municipio jienense de Santiago-Pontones (2.777 habitantes) al suroeste de la Sierra del Segura (Jaén).
Ahí, por cierto, se encuentra la Residencia de Escritores Santiago-Pontones, iniciativa inspirada en prácticas de eco-narrativa internacional. Y allí se leyó ‘Te llamaré tristeza’, la obra de Sánchez Robles que resultó ganadora del premio Tiflos de Novela de la ONCE, «donde quedé sorprendido por el rigor y el apasionamiento de la gente que había leído esa novela».
Lo primero que escribió Sánchez Robles fue poesía, y, de hecho, ganó el premio MurciaJoven. destinado a menores de 30 años. Y no dejó de escribir. «Todos los libros que he publicado, que son bastantes, han llegado al público lector de esta manera, a través de premios literarios. Me gusta mucho escribir, tengo muchos proyectos importantes que me gustaría llegar a concluir. Pero también me gusta andar en bici y nadar. Yo siempre fui lector de pequeño, me gustaba tanto la vida que cuando llegaba la primavera no me veía yo dentro de una clase haciendo ejercicios de caligrafía. Por eso algunas veces me escapaba a la naturaleza, buscaba nidos de pájaros, sentía ese impulso. Hasta que un día mi padre fue advertido, y me mandó a la habitación de arriba». ¿Qué sucedió entonces? «¡Me tuvo 15 días sin salir! Tuve la suerte de que mi abuelo tenía un libro muy gordo, ‘Papillon’ [una novela autobiográfica, publicada en 1969, del francés Henri Charrière], y aquello me fascinó tanto que ese libro me hizo lector. Yo pienso que a todos nos espera un libro que nos hará lectores, lo que no sé si es todos llegaremos a encontrarlo alguna vez». Sánchez Robles quedó impresionado con ‘Papillon’, como contó a Mónica Gómez en Russafa Radio y el programa ‘La tregua del escritor’. «En 1931, Henri Charrière, apodado Papillon por el tatuaje en forma de mariposa de su pecho, fue condenado a prisión por un asesinato que no había cometido», resume la editorial DeBolsillo. «Sentenciado a cadena perpetua en una colonia penal de la Guayana Francesa, en su mente solo cabía una meta: escapar. Tras varios intentos fallidos de fuga a lo largo de los años, fue enviado a la llamada Isla del Diablo, de donde ningún recluso se había evadido jamás… hasta su llegada. La lucha por la libertad de Papillon sigue siendo una de las más increíbles hazañas que el ingenio, el tesón y la valentía humanos hayan demostrado jamás. Su relato dio lugar a esta extraordinaria autobiografía, la odisea de un hombre inocente para perseguir lo que nunca debió perder: la libertad».
Sánchez Robles reconoce que escribe sobre el mundo que se ha perdido como la vida rural, y lo hace desde la nostalgia, pero no es menos cierto que también describe la vida en las ciudades desde el asombro, porque le fascina igualmente ese frenesí. «Mi bagaje nostálgico por lo que pude vivir existe, y por ese mundo que se ha ido o estamos perdiendo. Quiero decir que muchos de mis alumnos, por ejemplo, no sabían distinguir un almendro de un albaricoquero, o no habían conocido parajes insólitos de Caravaca, ni habían cortado una rama de tomillo para olerla. Es innegable que en las grandes ciudades hay más biodiversidad antropológica. La vida lenta de los pueblos, todo eso que hemos perdido, me sigue gustando observarla, y siento calor cada vez que voy con mis amigos a sitios recónditos, cuando entras a casas casi derrumbadas y ves alacenas con algún plato, o con algún muñeco o trozo de porcelana, que son como detalles líricos». ¿Quién no ha vivido ese mundo?
Apuntes para una novela
El proyecto de novela para el que tiene apuntes tomados va de un futuro demasiado urbano. «Es una especulación tan urbana que puede considerarse un pequeño apocalipsis. Tengo muchos proyectos, pero este quiero llevarlo a cabo». Tiene que seguir viviendo, y ganas, desde luego, tiene.