Cuba es una paradoja en sí misma, de ahí que tratar de comprenderla resulte una tarea ardua. Si no me creen, prueben a explicar –o, al menos, a explicarse–cómo es posible que su autor moderno de mayor éxito, el escritor que mejor narra la isla y su circunstancia, sea poco menos que un proscrito dentro de sus fronteras.
Tusquets (2025), 384 páginas
Morir en la arena
Me refiero a Leonardo Padura, novelista traducido a más de treinta lenguas, galardonado en diversos países (España, Italia, Francia…) y, aun así, silenciado en Cuba, donde sigue viviendo, concretamente en la misma casa de la Habana que lo vio nacer en 1955, en el barrio de Mantilla. Pero, tal como él mismo explica en las entrevistas, apenas existe en Cuba: no aparece en los medios de comunicación y sus libros se publican de manera deficiente… cuando se publican. Es decir, en las altas esferas no es el hijo insigne del que enorgullecerse, sino una persona non grata…
Este es el precio que Padura ha de pagar por no ahorrarse críticas a la dictadura cubana, algo que asumió hace mucho. Por eso sus libros tienen un valor extra, porque, bajo esa percha tan amplia y, a veces, equívoca de «novela negra» (etiqueta que reciben las narraciones protagonizadas por su personaje estrella, el policía Mario Conde), intuimos una escritura en sangre, valga la metáfora.
Su última novela, Morir en la arena (Tusquets, 2025), incluye a Conde solo de manera testimonial, pero es un libro Padura al cien por cien, con la intensidad, la hondura y la visión humanista a las que nos tiene acostumbrados.
En ella conocemos a Rodolfo, traumatizado por su participación en la guerra de Angola y ahora recién jubilado después de décadas en un empleo de burócrata mal remunerado. Se diría que está a punto de comenzar una etapa, aunque él sabe que, en el fondo, es la prolongación de la etapa de siempre. Un Rodolfo que no se despinta mucho de los otros hombres de su generación.
«Frente al local de la Calzada por donde transitaban los ómnibus, tozudamente abierto con la iluminación de una vela, Rodolfo vio a los más fieles clientes del barrio congregados en el bar de mala muerte y peor ron que dominaba una esquina, bebiendo sus alcoholes y procurando el olvido. Tipos gastados, vencidos, feos. Más derrotados que él».
Podría parecer que es difícil encontrar tipos más derrotados que Rodolfo, un hombre sombrío que, tras haberse criado en un hogar donde imperaba la violencia (bofetones, gritos, castigos…), cargó con el estigma de ser hermano de Geni «Caballo Loco», quien, siendo joven, asesinó en un arrebato al padre de los dos con un martillo, tal como había prometido en más de una ocasión.
Ahora que su hermano está a punto de salir de la cárcel por causas humanitarias –su salud está muy deteriorada–, se activan en Rodolfo, más que nunca, los resortes de la memoria –una memoria cruel, sin atisbos de alegría–, a los que se suma la incertidumbre sobre cómo encarar el regreso del hermano parricida, a quien nunca ha visitado en la cárcel.
Por la novela desfilan Nora (mujer de Geni y antiguo amor de Rodolfo), los padres de los dos hermanos (Fermín y Lola), los abuelos (Quintín y Flora), Fumero (el mejor amigo de Geni, testaferro de algunos secretos que solo él conoce) y algunos miembros de las nuevas generaciones que han dado la espalda a su país natal para rehacer sus vidas en el extranjero, y que a la postre, gracias a sus envíos de dinero, se convierten en el sostén económico de sus parientes.
El regreso de la oveja negra viene a resaltar el drama de una familia que, como tantas otras, ha tratado de abrirse paso –sin demasiada suerte– en la neblina de una isla que les niega una y otra vez un futuro esperanzador. La historia de Rodolfo y Geni no es solo íntima: es también el eco de una nación que ha aprendido a malvivir sin reconciliarse.
Morir en la arena es un libro realista que narra el derrumbe moral, espiritual y económico de un pueblo que primero creyó en la Revolución y luego acabó secuestrado por ella. Una novela que, más allá de las peripecias que experimentan sus personajes, revela con fina sabiduría sentimientos universales como el miedo, la resignación o la desesperanza.
Creo que deberíamos entender a Leonardo Padura no como autor de novela negra al uso, sino de novela social donde la víctima es siempre la libertad colectiva, que muere una y otra vez en la arena.