Nunca sabremos qué habría pasado en caso de carrera limpia de Evenepoel
Remco Evenepoel llegó al Mundial de Kigali con las piernas afiladas, la moral en lo más alto y una ambición clara: hacer historia, como en París 2024, doble campeón.
Después de arrasar en la contrarreloj, su objetivo era claro: un doblete, como aquel doble olímpico del año pasado.
Pero el ciclismo, como la vida, tiene otros planes. Y Kigali se encargó de recordárselo.
La carrera se rompió en Mont Kigali, un muro que prometía drama… y lo dio.
Justo antes del momento decisivo, Evenepoel pasó sobre un bache.
No uno cualquiera, sino ese bache que los dioses del ciclismo guardan para poner a prueba a los héroes. El golpe movió su sillín.
Y no hablamos de un pequeño ajuste: hablamos de cambiar completamente la posición en la bici, provocar calambres y quitar potencia.
En ese instante, la victoria comenzó a escaparse.
Mientras Pogačar lanzaba su ataque magistral, Evenepoel se vio obligado a luchar contra tres enemigos a la vez: la mecánica, el dolor y la frustración.
Tuvo que cambiar de bici… ¡tres veces! Una odisea.
Entre cada cambio perdió tiempo, ritmo y quizá también parte de sus fuerzas mentales.
Hubo un momento —con casi dos minutos de desventaja y varias vueltas por delante— en que se preguntó: “¿Vale la pena seguir?”.
Pero Evenepoel no sabe rendirse, por suerte.
Con una mezcla de rabia y orgullo, volvió a entrar en el grupo perseguidor.
Tiró, arrancó, apretó los dientes.
Incluso cuando supo que el oro estaba fuera de su alcance, peleó por lo máximo posible. Tomó la responsabilidad, arrastró a los perseguidores y se lanzó en solitario hacia la meta. Plata. Muy sudada, muy peleada, muy amarga.
Al bajarse de la bici, la imagen era clara: cabeza gacha, casco en mano, un ciclista destrozado.
En sus palabras después hubo autocrítica y resignación: “Si no hubiera tenido esos problemas mecánicos y calambres, podría haber seguido a Pogačar y Del Toro. La carrera habría sido distinta”.
Pero también reconoció algo: su forma física estaba a otro nive, una forma que le ha costado la vida conseguir tras el accidente del año pasado.
Esa plata, pese a todo, no era solo un segundo puesto… era la demostración de que Evenepoel sigue siendo uno de los más grandes del pelotón.
Kigali no debería recordado solo por un ganador.
Será la historia de un ciclismo cruel y bello a la vez, donde el destino decidió entrar en juego con un sillín. Un día en el que la gloria no se perdió por falta de forma, sino por un golpe inoportuno.
Evenepoel se va de Ruanda con doble medalla, pero con la sensación de que tenía mucho más por dar. No es una derrota, es una historia inconclusa.
Y él, seguro, quiere escribir el próximo capítulo. Porque los héroes del ciclismo nunca se rinden. Y Remco Evenepoel… no sabe hacerlo.
Imagen: UCI