La Ryder Cup es el evento golfístico más seguido y por lo tanto uno de los que más beneficios generan. Aún así, cuando se dice que los jugadores no juegan por dinero no es una forma de desviar la atención hacia el orgullo que supone representar a su país, es que es verdad. Cuando se empezó a disputar la competición, en 1927, el equipo británico recibió ‘compensaciones’ económicas y una asignación para el viaje, la ropa y el equipamiento.

Pero en 1983, tras disputas económicas que llegaron a provocar la renuncia al equipo europeo de Seve Ballesteros en 1981, Tony Jacklin decidió instaurar una tradición. Desde entonces todos sus integrantes, y también los estadounidenses, recibían unas cantidades de los fondos destinados a financiar el torneo que tienen la obligación de donar a una causa benéfica de su elección.

Este año, por primera vez en la historia, los estadounidenses también son retribuidos con 200.000 dólares (unos 170.000 euros) de libre disposición, que algunos han anunciado que donarán a obras benéficas también. Algunos las destinan a iniciativas golfísticas como el Boys & Girls Club of America o la PGA Junior League Golf, otros a sus propias fundaciones para promover diversas actividades y otros a asociaciones de sus países de origen.

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