Belleza que duele
Saltó mundialmente a la fama en el 2005 cuando le dieron un Oscar por su emotivo documental El viaje del emperador, sobre la vida de esos pingüinos antárticos. En el 2007, lanzó su segunda película: Una amistad inolvidable, que narra la relación de un zorro salvaje y una niña . En el 2019, fundó Icebreaker Studios con la ambición de reconectar a la humanidad y la naturaleza a través de la maravilla y la emoción. Y eso es lo que propone en su exposición Antarctica experience (Cúpula Arenas), un viaje inmersivo al polo Sur, donde ha pasado más de tres años y donde entendió lo extremadamente frágiles que somos. “La naturaleza allí es de una belleza abrumadora, y genera un efecto similar al que sienten los astronautas al ver la Tierra desde el espacio: the overview effect, la conciencia sobre la necesidad de proteger nuestro planeta”.
Ha pasado de la ciencia al arte.
De la ciencia aprendí a mirar la naturaleza. De la naturaleza recibí la emoción. Y con el cine aprendí el lenguaje para compartir esa emoción.
¿Su forma de mirar el mundo ha cambiado en estos 30 años de oficio?
Se ha vuelto más contemplativa y emocionada. Mi parte racional y científica ve que el mundo se degrada a una velocidad que da miedo y me pregunto cómo puedo transmitir ese mensaje para que importe.
¿Cómo establecer una relación entre los humanos y la naturaleza?
Es simple: somos hijos de la naturaleza. Llevamos cientos de miles de años evolucionando en un mundo donde aprendimos a estar vivos, a predecir, a sentir, a tener instinto, pero desde hace apenas dos o tres generaciones nos convertimos en ciudadanos urbanos.
¿Ya no entendemos la naturaleza?
No, pero estamos equipados para ello, solo hay que aceptar salir de lo racional y volver al instinto y a la emoción. La naturaleza es lo más fácil de sentir, basta con estar.
Usted es hijo de la tierra.
Sí, vengo de familia campesina. Ese enraizamiento es un patrimonio que reivindico.
¿Qué experiencias le marcaron?
Mi abuelo me sentaba en sus rodillas y me mostraba imágenes de animales. He pasado mi vida intentando satisfacer la curiosidad que él me despertó.
¿Recuerda su primera vez en la Antártida?
Tenía 24 años. Fue un choque estético y emocional. Catorce meses en una isla conviviendo 30 personas, con tormentas, ballenas y pingüinos. Me educaron personas de la generación pionera, los que construyeron las bases antárticas, auténticos aventureros.
¿Qué entendió?
La cotidianidad de la muerte. Recuerdo caminar en pleno invierno sobre la banquisa, viendo a los polluelos de pingüino morir porque sus padres no podían alimentarlos. Cada gesto cuenta, cada movimiento es clave para sobrevivir. Entiendes tu propia fragilidad.
En invierno, si no se agrupan, mueren.
Han renunciado a la propiedad para sobrevivir. El bien común es vital. Una hermosa metáfora de la humanidad.
¿Alguna lección inolvidable?
En las islas subantárticas una familia de orcas cazaba en la playa. Un día me acerqué demasiado a un elefante marino para filmar. La orca detuvo su ataque y me miró. Sentí que me decía: “Eres un imbécil imprudente”. Vi inteligencia en esa mirada, y eso me marcó.
¿Existe la capacidad de comunicación con los otros animales?
Quien convive con ellos lo sabe. Hay un lenguaje instintivo. Necesitamos la naturaleza para estar mentalmente sanos. Cuando nace un bebé no le damos una máquina, le damos un peluche.
Por ahora.
Los niños están conectados porque aún no han entrado en la racionalidad. Están descubriendo quiénes son cuando los apartamos de ese mundo, y quedan incompletos.
Usted vive en él. ¿Qué me pierdo?
Hoy salí de casa. La luna aún estaba en el cielo. Había llovido. Hacía frío. Me crucé con un pequeño antílope, nos miramos y pensé: soy un privilegiado. ¿Quién puede soñar con la IA si puede recoger sus propias verduras?
¿Y si tuviéramos conciencia de especie como el pingüino emperador?
Podríamos decir: hay conflictos, vale. Hay religiones distintas, de acuerdo. Pero colectivamente todos necesitamos lo mismo: agua, aire, alimento, amor. Eso podría ser un consenso. No es utopía. Se puede.
¿Qué vio en los ojos del emperador?
Familiaridad. Caminas solo por la banquisa. Ves una silueta: ¿es un compañero? Es un pingüino. Viene hacia ti, te mira, intenta seducirte. Y como no nos temen, la relación es de paz. Eso crea una conexión inesperada. Te reconcilian con lo salvaje.
¿Qué aprendió del hielo?
El silencio. Un silencio tan grande que oyes tu propia sangre. Y las dimensiones: el paisaje blanco se funde con el cielo… Eso crea adicción, a pesar del frío y del aislamiento.
¿Cuál es el mayor error humano frente al mundo natural?
Querer controlarlo. Hay un proverbio que dice: si quieres dominar la naturaleza, obedécela. Deberíamos observarla, comprenderla y adaptarnos. Pero solo la consumimos.
¿Aún hay esperanza?
Por supuesto. Nacemos con esperanza. Ayer mi hija me decía: “Yo ya no creo”. Y le respondí: “Alguien te ha convencido de que no hay esperanza. Recupérala. Vuelve a soñar”.
¿La última vez que lloró ante un paisaje?
Hace demasiado. Una de las más bellas piezas que he leído es el Cántico de las criaturas de san Francisco de Asís, por la gratitud que expresa hacia el sol, la luna, el viento, el aire, las nubes, el cielo sereno, un estado de ánimo que hay que alimentar.