«Para gastar el dinero en una discoteca y que me engañen, prefiero ir a tiro hecho. Esta tía me cobra por un trabajo y yo le pago, fin del tema». Así resume un camarero de 20 años lo que oía a chavales de … su edad en el prostíbulo de Sevilla donde trabajaba. El consumo de prostitución entre jóvenes, aunque minoritario y lejos de ser el público principal, «está en alza», según afirman expertos a ABC. Se da en espacios «al uso» —clubes, pisos, burdeles—, pero sobre todo a través de internet, advierte Erika Larraga, quien en sus 17 años trabajando con mujeres prostituidas en Médicos del Mundo ve con angustia «un cambio tan importante» cuando mira atrás.

Ese giro digital de la prostitución se aceleró durante el confinamiento. Aplicaciones como OnlyFans, creadas originalmente para que ‘influencers’ vendieran contenido exclusivo, se convirtieron en canales de pornografía y en puertas de entrada a la prostitución, explica la psicóloga y educadora Berta Aznar. Hoy es posible pedir prácticas sexuales delante de la cámara y cerrar citas en domicilios, hoteles o coches a través de chats privados.

Y no solo eso. Agencias, como Milanuncios, también distribuyen prostitución en su tablón, informa el sociólogo Lluís Ballester. Además, ya existen plataformas digitales que funcionan como empresas organizadas: captan mujeres, las ponen «en oferta» y los clientes eligen del «catálogo» qué «prácticas» y «físicos» contratar, a través de «pagos encubiertos». «El fácil acceso y el ‘anonimato’ de que no te vean entrar a un club han acercado la prostitución a los más jóvenes», afirma el investigador.

«Para gastar el dinero en una discoteca y que me engañen, prefiero ir a tiro hecho. Esta tía me cobra por un trabajo y yo le pago, fin del tema»

Jóvenes en un prostíbulo de Sevilla

Uno de cada diez chavales de entre 15 y 29 años —frente a una de cada 110 chicas— había pagado por sexo alguna vez en 2020, según el Informe Juventud en España. El consumo habitual, que es el que más preocupa a Ballester, se desplomaba en esta encuesta a la mitad, pero él ya lo sitúa a estas alturas cerca del 10%. Y es que la edad del primer acceso cada vez es más baja, asegura Aznar: entre los 18 y 22 años, «muchas veces antes», con el riesgo de que, cuanto más temprano se inicien, «más fácil es que se vuelva recurrente en el tiempo».

El porno como trampolín

La industria de la prostitución financia otra no menos peligrosa: la pornografía. «¿Por qué gran parte es gratuita? Porque aumenta el negocio de la prostitución, que mueve mucho dinero», apunta Ballester. Antes, la publicidad aparecía al lado de los vídeos, como un ‘banner’ que podía ignorarse. Ahora, explica, la industria prostitucional la inserta directamente dentro de las películas porno. «Si un chaval mira 600 horas de pornografía en un año, habrá visto un 10% de anuncios sobre cirugía estética pirata, labioplastia, alargamiento de pene… y, sobre todo, prostitución».

«¿Por qué gran parte de la pornografía es gratuita? Porque aumenta el negocio de la prostitución, que mueve mucho dinero»

Lluís Ballester

Sociólogo e investigador especializado en los impactos de la pornografía en la infancia y adolescencia

En España, el 43% de los jóvenes ve porno al menos una vez al mes —63% en el caso de los chicos y 22% en el de las chicas—, según datos de 2024 del Ministerio de Juventud e Infancia. Es un 8% más que en 2020. «Y todo lo que ven son hombres violentando a mujeres. ¿Dónde van a llevarlo a cabo? Pues en un prostíbulo, porque en una relación consensual es muy difícil», advierte Larraga. De hecho, las prostitutas —a las que ahora les piden «prácticas de riesgo» y «mucho sexo grupal»— le cuentan a la trabajadora social: «Los chavales llegan con vídeos porno y dicen: ‘Quiero que me hagas esto’».

Proxenetismo 4.0: todo vale

«La chica que tiene más éxito es la que está dispuesta a hacer cualquier cosa, con cualquier tío, en cualquier momento», dicen los proxenetas a las mujeres —«geolocalizadas para que no les estafen»— que trabajan en sus plataformas, relata Ballester. Antes, en los pisos o burdeles, se marcaban límites, como, por ejemplo, «no sexo anal». Ahora, en las webs, no: ponerlos haría caer la demanda y que los clientes se fueran a otra. «Puedes hacer todo, y todo incluye violencia». Así funciona el «cuarto modelo» de la prostitución, que se suma al de calles, clubes y pisos.

A las prostitutas cada vez les piden más «prácticas de riesgo» y «sexo grupal»: «Tienes que estar dispuesta a cualquier cosa»

Esta migración se debe a una cuestión de «rentabilidad»: sin pisos, no pagan alquileres y, sin clubs, ni la policía ni las ONG pueden enterarse. Nadie sabe que existen estas personas prostituidas —«mujeres, en más del 90% de los casos, que están en Madrid, Málaga, Palma, Barcelona o Ibiza»— ni estos compradores, que, aunque piensen que son «anónimos», las compañías venden sus datos.

Detrás de la pantalla, cada vez encuentran clientes más jóvenes. «Una vez me pedían cosas muy raras y le dije que conectara la cámara. Era un niño de 10, 11 o 12 años», confiesa una mujer de Palma a Ballester. «Esto no pasaba antes, porque no se podía hacer», zanja el sociólogo.

Falsos «aliados feministas»

La prostitución está social y culturalmente «muy aceptada» en España, opinan los expertos. «Rara vez se le dice a un putero: ‘Oye, tío, esto está mal’», sentencia Larraga. «He escuchado discursos como ‘es que mi padre ya lo hacía’ cuando vamos a dar charlas a los colegios», añade. Por su parte, cuenta un camarero de un prostíbulo de la capital: «Muchos jóvenes piensan que, como es ‘la profesión más antigua del mundo’, es algo natural, parte de la cultura».

«Hay quienes van de aliados feministas y son puteros»

Erika Larraga

Trabajadora social de Médicos del Mundo con 17 años de experiencia tratando con mujeres prostituidas

«Ahora se habla de la ley de abolición de la prostitución, pero porque ha salido el caso de Ábalos. Hay quienes van de ‘aliados feministas’ y son puteros o ejercen abuso de poder, más dentro de la izquierda», comenta la trabajadora social sobre el oportunismo político. «No puedes decir ‘oh, la prostitución es una forma de violencia de género’, pero luego no te ayudo en nada», apuntala.