Bobby es el amigable manager de HUNTR/X. Es un hombre sencillo, aunque férreo en sus propósitos, que defiende los intereses de sus chicas y garantiza que todo los que se propongan salga a la perfección. En muchas ocasiones, es incluso pintado como un tipo torpe, en el concepto más simpático de la palabra, que trata de controlar los nervios de Rumi, Host o Mira pese a estar mucho más nervioso él que ellas; ya es mítica aquella frase de «puedo con esto, imagina que no hay diez mil fans en la puerta que dan mucho miedo». Por supuesto, Bobby es un personaje de ficción, sin embargo, podría decirse que el arquetipo de manager de banda coreana al que representa lo es también

La película K-pop Demons Hunters, o Las guerreras del k-pop si nos ponemos hispanófilos, se ha convertido en algo mucho más grande que un fenómeno de masas; esta obra de dibujos se posicionó solo un par de días después de su estreno como una de las películas animadas más vistas de toda la historia de Netflix. En ella, las tres idols que conforman HUNTR/X, un grupo de k-pop que deslumbra en el panorama, tienen una doble vida como cazadoras de demonios que deben enfrentarse a un grupo de pop rival formado por diablos ocultos tras la máscara del encantamiento juvenil. Uno de los grandes puntos fuertes de la película es que el citado Bobby, simpático agente y road manager del grupo, es tan inocente que ni siquiera se da cuenta de la doble vida como matademonios que llevan sus chicas, una divertida subtrama que es terreno de la ficción no tanto por los seres naturales sino porque en la vida real, en la industria del pop coreano, sería bastante improbable que esas tres idols pudieran siquiera creer en seres naturales sin una autorización de su discográfica fruto de cinco horas de reunión directiva.

Que el k-pop ha conquistado el mundo no es ningún secreto; bandas como BTS, quizá la más conocida del género en la escena internacional, han conseguido posicionarse en lo más alto de las listas en mercados tan complejos como el de Estados Unidos; de hecho, la propia banda sonora de Kpop Hunter Demons ha logrado posicionarse en el top 1 de la Billboard 200. Sin embargo, lo que no se conoce tanto es la enorme maquinaria industrial y de control que hay tras el negocio coreano.

Para el país asiático, el k-pop es mucho más que un estilo de música; es un asunto de estado, una carta de presentación al mundo, un negocio cuyo volumen se cifra en dos mil millones de dólares anuales, según las cuentas de Billboard. Es un asunto muy serio que los grandes actores de la industria no dejan al azar.

Pese a las narrativas de los grupos, estos no se forman al estilo occidental, juntándose como colegas sus integrantes para ir ascendiendo en el negocio hasta llegar a vivir – o no – de la música, sino que son lo que en el mercado se conocen como industry plants: productos creados ex proceso por ejecutivos que en una mano llevan una calculadora y en la otra un libro de sociología. Y con este proceso, vienen acompañados los contratos esclavo, slaves contracts, denominados así por la propia industria coreana.

En el año 2017, la agencia gubernamental FTC, un órgano coreano híbrido entre la CNMC y la Agencia Tributaria, inspeccionó algunas de las principales empresas de representación de idols del kpop – entre ellas, las gigantes SM e YG Enterteinment – y ordenó la rescisión de numerosas cláusulas de los contratos con artistas que denominaros como injustas, abusivas y, según recoge el Korea Times, convertían a los artistas en esclavos.

Entre las cláusulas, se encontraban algunas que obligaban a que los aspirantes a idols que desistieran del proceso tuvieran que devolver más del triple de la cantidad – siempre opaca y nunca justificada – que la empresa había invertido en su supuesta formación. Además, se encontraron multitud de condiciones particulares que permitían a los representantes controlar, bajo el paraguas de una serie de cláusulas morales, los aspectos más íntimos y personales de los artistas, como sus parejas sentimentales o la relación con sus padres.

Por supuesto, según los contratos estándar de la industria coreana, la discográfica o agencia es dueña total del catálogo de los cantantes – esto se conoce como contrato 365: afecta a todos los aspectos del artista – e incluso de sus redes sociales o imagen personal; los artistas son meros contratados que deben cumplir unas condiciones durísimas sin derecho a tomar ninguna decisión sobre sus carreras.

Respecto a las condiciones laborales, Taehyun, uno de los ídolos de la legendaria banda TXT, contó en un directo en redes sociales que miembros de su equipo habían sido golpeados en los ensayos coreógrafos durante su etapa como aprendices. De hecho, según relató en la esclarecedora retransmisión, fue “golpeado un poco menos” gracias a que otros artistas consagrados del sello HYBE – al que también pertenece BTS – intervinieron durante la relatada situación. En ese momento, Taehyun era menor de edad.

Además, Taehyun aseguraba que las jornadas de ensayo eran eternas, empezaban bien temprano en la mañana y terminaban a última hora de la madrugada; unas jornadas que desgastaban mental y físicamente a los artistas hasta convertirlos en marionetas, en simples intérpretes de un proyecto del que no poseían ni su propia imagen. Y aseguraba también que lo suyo no era la excepción, sino lo habitual. 

Estas declaraciones, que pasaron algo desapercibidas, son todo un rara avis. Como se exponía un par de párrafos más arriba, los artistas, por culpa de los monumentales, opacos y complejísimos contratos que los atan a sus sellos, apenas tienen voz propia. Y cuando tratan de romper estos acuerdos, vienen los problemas.

New Jeans es un grupo de idols femeninas creado en 2022 por ADOR, una subsidiaria de la mastodónica y mentada HYBE – la mayor corporación de k-pop –. Conocidas también como NJZ, este grupo de artistas intentó desarrollar diferentes acciones musicales y artísticas fuera de los marcos de HYBE, sin embargo, la empresa no se lo permitió.

Ante esto, las chicas trataron de romper su contrato, pero la corporación respondió con una judicialización del caso que acabó con un fallo de la Audiencia Nacional de Seúl: hasta 2029, NJZ dependerá de HYBE, dándose por intocable su contrato, y deberá cumplir con todas las condiciones que la agencia disponga. Las artistas están totalmente atadas y no podrán hacer nada más allá de recurrir la sentencia – algo que ya anunciaron tras el primer fallo, de marzo de 2025 –. 

Dado el entramado industrial del género, los artistas no suelen contar con ninguna parte dentro de sus equipos que les defienda ante las discográficas, pues suelen ser todos de la misma compañía. Mientras que en otras industrias se firman acuerdos de management – representación – con agencias especializadas que defienden y negocian los intereses del artista ante los sellos, los idols firman contratos 365, prácticamente marginales en las industrias occidentales, que engloban la representación, la discografía, los derechos editoriales de las canciones y hasta la promoción de los eventos en vivos: imagina que tuvieras una disputa con tu empres y tu jefe, abogado, enlace sindical e incluso magistrado del Juzgado Social fueran la misma persona. Además, este tipo de contratos tienen una duración desmedida, de varias décadas, y sobre ellos también se cierne la sombra de un desproporcionado reparto de los beneficios en favor de la compañía.

Pese a los múltiples escándalos y abusos denunciados, el k-pop expande por el mundo no solo su música, sino su modelo industrial. Recientemente, HYBE entró de sopetón en el mercado americano y compró la agencia de representación SB Projects, encargada de las carreras de Justin Bieber, Ariadna Grande o David Guetta, entre otros muchísimos.

Al frente, por cierto, de HYBE América, la dirección de Corea ha colocado a Scooter Braun, el polemiquísimo manager que se quedó con los derechos de las canciones de Taylor Swift. 

Sin embargo, esto no aparece en Las guerreras del k-pop.