No sabemos exactamente el qué, pero algo pasa. Desde hace un mes, más de una decena de países de la OTAN han registrado incidentes con drones rusos, detectados espiando instalaciones militares e infraestructuras críticas u obligando al cierre del tráfico aéreo en aeropuertos; y la frecuencia de las incursiones ha llegado a un punto culmen este fin de semana. Un repaso somero: cazas Mig-31 han penetrado en el espacio aéreo de Estonia, casi llegando hasta la capital del país. Se han incrementado los ciberataques en todo el territorio. Presuntos barcos espía han sido avistados frente a las costas españolas y británicas analizando cables submarinos y realizando movimientos extraños. La central nuclear de Zaporiya, en Ucrania, lleva cinco días sin conexión eléctrica y operando con generadores diésel de emergencia, lo cual «incrementa el riesgo de un accidente», según la Agencia Internacional de la Energía Atómica.

Que Rusia está incrementando su agresividad hacia los estados de la Alianza Atlántica, especialmente en Europa, parece sobradamente demostrado no solo por los datos, sino también por la retórica. «La OTAN y la Unión Europea quieren declarar, y de hecho ya han declarado, una auténtica guerra contra mi país y están participando directamente en ella», declaró el ministro de Exteriores ruso Sergei Lavrov este pasado jueves, durante la Asamblea General de la ONU. La implicación es clara: si Rusia está ya en guerra con sus adversarios, lo único que está haciendo es defenderse. «Cualquier agresión contra mi país será recibida con una respuesta decisiva. No debe haber ninguna duda sobre esto entre aquellos que en la OTAN y la UE le están diciendo a sus votantes que la guerra con Rusia es inevitable», añadió el jefe de la diplomacia rusa este sábado.

El número de operaciones híbridas rusas contra Europa se ha disparado, especialmente desde la reunión en Alaska entre los presidentes de EEUU y Rusia, Donald Trump y Vladimir Putin. Esto ha llevado a la sospecha de que el Kremlin podría estar tratando de aprovechar la ventana de oportunidad que le brinda la pasividad de la actual Administración estadounidense para subir el voltaje y probar hasta dónde puede llegar. El objetivo, tal y como ya contó El Confidencial en otra pieza, sería comprobar el grado de compromiso que todavía mantienen los países miembros con la Alianza Atlántica y probar la reacción de sus poblaciones, especialmente en aquellas naciones con los sectores euroescépticos y simpatías prorrusas más arraigados.

Pero hay otra forma de verlo: esta escalada de tensión podría en realidad ser lo contrario, una muestra de inquietud por parte del Kremlin ante una situación que le es cada vez más desfavorable. Un intento de provocar una reacción de temor en las sociedades amenazadas que lleve a un cambio de escenario a favor de Rusia. La aplicación a escala geopolítica del llamado ‘control reflexivo’, una vieja técnica de los servicios de inteligencia soviéticos en la que se busca influir de forma manipulativa en el adversario para que actúe de una forma predeterminada.

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Fermín Torrano. Frente de Pokrovsk (Ucrania)

Fuentes diplomáticas con un profundo conocimiento de la situación en Europa, consultadas por El Confidencial, apuntan en esa dirección. La gran estrategia rusa respecto a Ucrania se basaba en la asunción de que tarde o temprano sus aliados occidentales se cansarían y dejarían de apoyar a Kiev, pero en el caso de Europa esto no solo no ha ocurrido, sino que dicho respaldo se ha ido incrementando progresivamente tanto en volumen financiero como en el tipo de armamento enviado a los ucranianos. La semana pasada, por ejemplo, el canciller alemán Friedrich Merz rompió una lanza a favor de utilizar los fondos rusos congelados para financiar los esfuerzos bélicos de Ucrania en un artículo en el diario Financial Times, un paso que todavía causa demasiada polémica dentro de la UE, pero que ahora está algo más cerca de ocurrir de una forma u otra.

Varios países europeos parecen, además, dispuestos a plantar cara. Alemania y Polonia están revisando sus legislaciones para que sus tropas puedan derribar drones, en el primer paso, e incluso aeronaves militares en el segundo. La semana pasada, diplomáticos europeos habrían mantenido una reunión secreta con representantes rusos en la que habrían advertido de que la OTAN está dispuesta a reaccionar con el uso de la fuerza a futuras violaciones de su espacio aéreo, incluido, si es necesario, el derribo de cazas rusos, según reportó la agencia Bloomberg. Una postura confirmada también públicamente por el Secretario General de la Alianza Atlántica Mark Rutte. Rusia sigue insistiendo en que estos incidentes son accidentales, o que sencillamente no han ocurrido.

El historiador y filósofo israelí Yuval Noah Harari escribió este fin de semana un ensayo en el que argumentaba que Ucrania está ganando la guerra, por el simple hecho de no estar perdiéndola frente a un supuesto coloso militar como Rusia. Además de recordar las victorias navales ucranianas y la imposibilidad rusa de imponer una superioridad aérea, Harari compara el frente ucraniano con los de la Primera Guerra Mundial, en los que supuestas conquistas de localidades parecían grandes avances pero que en realidad suponían muy poco en términos reales. «Para Ucrania, es sensato desde el punto de vista militar realizar retiradas tácticas y preservar su fuerza y ​​la vida de sus soldados, mientras permite que los rusos se desangren hasta el agotamiento organizando costosos ataques para obtener ganancias insignificantes. Lo cierto es que Ucrania ha logrado mantener a Rusia en un punto muerto«, escribe.

Las cifras sobre el terreno dan una idea de la debilidad rusa: durante 2025, pese a haber dedicado enormes recursos militares y de tropas, el Ejército ruso apenas ha logrado conquistar un 0,6% del territorio ucraniano, a un coste de al menos 200.000 bajas entre muertos y heridos. A ese ritmo, Rusia necesitaría más de un siglo y decenas de millones de bajas más para conquistar toda Ucrania. Y aunque la guerra siempre es un proceso mucho más fluido y rara vez lineal, estas progresiones permiten hacerse una idea de lo magras que son las supuestas «conquistas rusas». La última gran conquista rusa a reseñar sería la ciudad de Avdiivka, que ya data de febrero de 2024, y aunque los medios de comunicación dieron por perdido Pokrovsk desde el verano de 2024, y aunque las tropas rusas cercan la ciudad, todavía no han podido confirmarla suya.

«Rusia está avanzando en casi todos los frentes«, alardeaba a mediados de mes el jefe del Estado mayor ruso, el general Valeri Gerasimov. Y es cierto que las tropas rusas están haciendo progresos en lugares como Kupiansk, y Ucrania no ha logrado superar el gran escollo para mantener su muro defensivo, que es la falta de hombres. Pero incluso gran parte de los avances logrados por Rusia este verano en una sorprendente breve ofensiva en la zona de Dobropilia (en un intento de ‘pinza’ sobre Pokrovsk) han sido ya recuperados por el 1er Ejército ucraniano.

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Además, está perdiendo material a pasos agigantados. Hay varias estimaciones de cuántos vehículos blindados y tanques quedan en el inventario de Rusia, pero datos de inteligencia abierta han calculado que muchos de los tanques más modernos T-90 y la práctica totalidad de los T-80 se han perdido ya en batalla, obligando a Rusia a rescatar tanques de la Segunda Guerra Mundial. Cálculos estimados por el Wall Street Journal proyectan que Rusia se quedará sin vehículos militares para finales de 2025 o principios de 2026.

A esto se suma, por ejemplo, el aumento de la tasa de deserciones entre las filas rusas, que se ha duplicado respecto al año anterior, y que según algunas fuentes podría llegar hasta el 10% del total de tropas rusas desplegadas en Ucrania.

En el frente económico, las cosas tampoco van bien para Rusia. Ucrania está aprovechando el gigantesco tamaño del país, cuyo territorio es imposible de defender en su totalidad, para atacar sistemáticamente las refinerías, sistemas de almacenamiento de combustible y de transporte de gas y crudo mediante drones, lo que está creando un enorme problema para el país. La aviación ucraniana habría golpeado ya la mitad de estas instalaciones rusas, en algunos casos en más de una ocasión, paralizando en torno al 25% de la producción nacional.

Esto no solo genera escasez de combustible refinado, creando largas colas en las gasolineras de Crimea y de algunas zonas de Rusia, incluso en la región de Moscú. La superabundancia de crudo sin refinar también le plantea un dilema imposible a las autoridades rusas: paralizar la producción, poniendo fin a una de las principales fuentes de ingresos del estado -sumado al hecho de que restablecerla posteriormente no es tan sencillo y lleva cierto tiempo-, o malgastar lo que se extrae, algo que además tendría importantes consecuencias medioambientales. La llegada del invierno, además, podría empeorar la situación con la congelación de tuberías y depósitos debido a las bajísimas temperaturas siberianas.

China e India están aprovechando para adquirir todo el crudo posible a precio de saldo, pero sus capacidades de transporte, almacenamiento y procesado no dejan de tener también sus propios límites. Por lo pronto, Rusia ha reaccionado prohibiendo la exportación de combustibles refinados al menos hasta 2026, así como la difusión de imágenes que reflejen esta escasez, como las filas en gasolineras. La caída de ingresos petrolíferos va a verse inmediatamente reflejada en el reajuste presupuestario que preparan las autoridades rusas.

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Aun así, el consenso entre los expertos es que el rediseño de la economía de Rusia para someterla a las necesidades de la guerra de Ucrania, en lo que algunos han denominado ‘keynesianismo militar’, permitirá sostener el esfuerzo bélico durante algún tiempo. Al apostarlo todo a esta economía de guerra, el Kremlin difícilmente puede dar marcha atrás y revertir esta situación sin provocar un auténtico colapso financiero. Pero esta redistribución de los recursos, sumado al impacto acumulativo de las sanciones, empieza a hacer mella seriamente en todos los demás sectores, como la automoción, la aviación o la producción industrial.

Las fuentes diplomáticas consultadas por El Confidencial señalan astutamente otro factor adicional: un país como Rusia no puede concebir perder una guerra contra un supuesto estado inferior como Ucrania, por lo que se hace necesario expandir el conflicto a toda la OTAN, aunque sea en el plano propagandístico. Esta retórica viene siendo repetida desde hace algunos años por funcionarios y diplomáticos rusos, pero se ha incrementado recientemente a la luz de todos estos reveses. Las palabras de Lavrov ante la ONU irían en ese sentido.

El Kremlin necesita poder venderle a la ciudadanía rusa que la todopoderosa Federación Rusa se encuentra inmersa en una cruzada no contra sus insignificantes vecinos, sino contra casi todo Occidente, lo que hace más justificables las crecientes penurias en la retaguardia. Pero el peligro es que, durante esta escalada, se produzca un error de cálculo que acabe convirtiendo esta narrativa cuasi paranoica en un enfrentamiento real.