Hay victorias que pueden marcar un antes y un después. Días en los que lo que menos cuenta es la táctica, la calidad del juego o el divertimento. Y es que lo importante para este Real Mallorca, al que no le sobra nada y le falta mucho, es acumular puntos. Y es por ello que el triunfo ante el Alavés (1-0), un equipo diseñado para sufrir y que competirá por los mismos objetivos que los bermellones —salvo sorpresa—, significó mucho más que el simple hecho de ganar.

Mirar hacia el futuro con cinco puntos no es lo mismo que hacerlo con dos. Tras un inicio desolador en lo deportivo y preocupante en lo extradeportivo, tanto Jagoba Arrasate como la plantilla tenían marcado en rojo el choque frente al conjunto vasco. Todo lo que no fuese sumar de tres hubiera significado echar gasolina al fuego sobre el que se mueve el equipo en las últimas semanas.

Especialmente necesario era para el técnico de Berriatua. La derrota en San Sebastián le dejó muy tocado, tal y como reconoció el viernes en rueda de prensa. Una noche complicada, de darle vueltas a las cosas. Y como resultado llegó una charla con el equipo en busca de una reacción y un regreso a los orígenes, al menos en cuanto a intenciones y disposición sobre el campo.

Un 4-2-3-1 y la idea de ser más valientes con la pelota, recular menos y apretar más arriba, pero sin perder solidez atrás. Eso fue lo que caracterizó al equipo en la primera vuelta del curso pasado y que se había perdido. Y, pese a ganar, falta un mundo todavía para verlo sobre el verde. El choque ante el Alavés no fue el más brillante, pero el Mallorca consiguió sacarlo adelante.

Y eso que el inicio no fue lo que se esperaba. Los presentes en el estadio no vieron a un Mallorca que acosara a su rival y atosigara al portero contrario. De hecho, si alguien estaba más cómodo con la pelota era el Alavés. Los nervios en los bermellones eran evidentes y los errores e imprecisiones se acumulaban uno detrás de otro. La defensa no encontraba la manera de salir, el centro del campo no conseguía controlar el juego y Muriqi estaba demasiado alejado del área de Sivera.

El gol de Asano, nacido de la inteligencia y tras una buena combinación, dio el premio cuando seguramente el equipo no había hecho méritos para recibirlo. En la segunda mitad, la ansiedad y el miedo a perder la ventaja provocaron que en los primeros minutos el Mallorca reculase en exceso. El físico no sobraba y apenas llegaban a pisar el campo ajeno.

Pero los cambios de Arrasate, en especial Mateo Joseph, Antonio Sánchez y Mateu Jaume, le dieron energía al equipo. Empezó a descolocarse menos y a jugar en campo del Alavés. De hecho, consiguió que el último tramo se jugase a muchos metros del área de Leo Román, que ya sabe lo que es dejar su portería a cero este curso en Primera División.

El final del partido, con la explosión de alegría en las gradas y en el campo, habló de que se acababan de conseguir más que tres puntos. Pero hoy, cuando se empiece a preparar el choque del sábado ante el Athletic en San Mamés, no será más que otro partido. La alegría de la victoria es la mejor base para intentar reencontrarse y recuperar la «esencia», un término al que suele hacer referencia Arrasate. Se ha dado un pequeño paso, pero quedan muchos más que dar.

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