Este fin de semana celebró Sevilla su tradicional feria de San Miguel, con enorme expectación y buenos carteles. Y, por supuesto, ningún mexicano en ellos. La Maestranza, lo he dicho más de una vez, no ha sido una plaza históricamente hospitalaria con nuestros toreros. Y eso que tres de ellos se hicieron matadores a fines de septiembre y a la vista del giraldillo. Y eso que Filiberto Mira, el biógrafo más autorizado del coso del baratillo, dejó escrito que el rey de la feria del otoño sevillano se llama Carlos Arruza, del mismo modo que lo fuera Manolete de la de abril. Todavía, allá por los años 50 del XX, podían verse anunciados en un mismo cartel de la segunda feria de la metrópoli andaluza hasta dos espadas procedentes del Anáhuac. Pero eran otros tiempos. Porque con el arribo del nuevo siglo llegó la consigna de nunca más.
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Alternativas. Con diferencia, Rodolfo Gaona ha sido el mexicano que los sevillanos vieron partir plaza con mayor frecuencia, especialmente a partir de su célebre faena a “Desesperado”, de Gregorio campos, en la serie abrileña de 1912. Aun así, compareció muy poco en la serie de corridas de San Miguel Arcángel. En cambio, tres paisanos hubo que tomaron su alternativa justamente por esas fechas.
Jesús Solórzano Dávalos (Morelia, 1908-CDMX, 1983). Su doctorado coronaba una campaña novilleril que supo de tardes triunfales en la propia Sevilla y también en Madrid. Ell 29 de septiembre de 1930 fue padrino de alternativa del moreliano Marcial Lalanda, con El Niño de la Palma de segundo espada y con el toro “Niquelado”, de Pallarés. Solíorzano ya era matador en México: en El Toreo (15.12.29), Félix Rodríguez le había cedido muleta y espada, pero era habitual que, al viajar a España, nuestros toreros renunciaran a su alternativa mexicana para matar novillos en busca del espaldarazo definitivo.
Esa tarde, Chucho Solórzano estuvo muy torero en los tres tercios del bicho del doctorado a pesar de que “Niquelado” tenía tendencia quedarse corto y derrotar; pero el torero se impuso, lo estoqueó por derecho y los sevillanos lo llamaron a recorrer el anillo entre ovaciones. El sexto fue soso y Jesús lo despachó pronta y atinadamente, demostrando que estaba cuajado para la alternativa. Fue lo mejor de la tarde, las dos figuras hispanas de la terna no se vieron.
José Huerta Rivera (Tetela de Ocampo, 1934- CDMX, 2001). El doctorado sevillano de Joselito Huerta fue la culminación de una cadena de triunfos novilleriles en toda España, especialmente sonados los que alcanzó en la misma Real Maestranza. El otorgante, aquel 29 de septiembre de 1955, fue Antonio Bienvenida y testigo Antonio Vázquez –de la dinastía de los Vázquez de San Bernardo–, y, para empezar a todo tren el poblano desorejó a “Servilleto”, de Felipe Bartolomé, el de la ceremonia. Como en el caso de Chucho Solórzano, la tarde fue del mexicano, pues ninguno de los dos Antonios consiguió sacar los pies del tiesto.
Abel Flores “El papelero” (Angangueo, 1941-CDMX, 2011). Aunque como matador no funcionó y lo dejó pronto, en 1963, el que fuera voceador de diarios en infancia realizó interesante campaña novilleril en la península que desembocó en una alternativa de lujo en la mismísima Maestranza. La tarde del 30 de septiembre de dicho año salió por delante el rejoneador Alvaro Domecq Romero y cortó la primera oreja, previa al doctorado que concediera Diego Puerta al valeroso joven michoacano delante de Juan García “Mondeño” y con el toro “Buenas Noches” de Núñez Hermanos. El catecúmeno no estuvo mal pero falló bastante con el estoque. En cambio sus alternantes, que eran dos figuras del toreo, no dejaron escapar la ocasión: dos orejas cortó Puerta por una faena realmente inspirada –era Diego un torero de garra más que de clase, pero esa tarde toreó con gran suavidad a un toro de bandera–, y una con petición de la segunda “Mondeño”, ya a punto de ingresar a un convento dominico que no tardaría en abandonar.
Triunfos mexicanos en la sanmiguelada. La limpieza étnica contra el elemento azteca emprendida en los últimos decenios por la empresa sevillana sólo empezó a operar hacia finales del siglo XX. Muy antes, la Maestranza había sido escenario del debut triunfal de Luis Castro “El Soldado”, que acababa de armarla fuerte en Madrid en aquellos manos a mano memorables con Lorenzo Garza, y que al presentarse en el coso maestrante al lado de otro novillero mexicano, Jesús González “El Indio”, y los españoles “Venturita” y “Alcalareño” con ocho utreros de Coquilla, cortó oreja y se llevó la tarde (30.09.34).
Carlos Arruza, por su parte, se presentó en Sevilla justamente un día de San Miguel (29.09.44) cambiando la oreja de su segundo de Julia Cossío por una cornada leve; con su toro anterior tuvo petición y dio la vuelta al ruedo, Domingo Ortega también cortó oreja y se fue en blanco el peruano Alejandro Montani. Al año siguiente, dueño ya de la adhesión entusiasta de los sevillanos gracias a sus triunfos al lado de Manolete en abril de aquel 1945, cortó dos orejas a su primero de Felipe Bartolomé alternando con Rafael Vega de los Reyes y Montani (28.09.45). Y cuatro orejas, ni una menos, al comparecer en la feria chica de septiembre del año siguiente, toros muy encastados de Salvador Guardiola y baño completo para sus alternantes Rafael Ortega “Gallito” y Pepín Martín Vázquez (28.09.46); al día siguiente no estuvo Carlos tan en vena y solamente cobró un apéndice, lo mismo que el rejoneador Álvaro Domecq Sr. y Rafael Vega “Gitanillo II”; sólo Emiliano de la Casa “Morenito de Talavera” se fue con las manos vacías. En encierro fue de Clemente Tassara.
Muy pocos recordarán que el Ciclón Arruza fue dueño por aquellos años de una ganadería española, de simiente Santa Coloma y que pastaba en territorio andaluz. Ese hierro tenían los bureles anunciados en la feria de San Miguel de 1951 para una terna integrada por dos mexicanos –Luis Procuna y Juan Silveti Reinoso–, y el rondeño Antonio Ordóñez; el caso es que los bichos de Arruza deben haber tenido al diablo dentro porque ninguno de los tres espadas consiguió triunfar y al Berrendito su primero lo envió a la enfermería conmocionado y con varias piezas dentales de menos, por lo que Silveti tuvo que despachar tres morlacos (29.09.51). La empresa maestrante reincidiría en un cartel con dos mexicas (Jesús Córdoba y Silveti) y un hispano (Manolo Vázquez), y ganado difícil de Marceliano Rodríguez, con el que solamente Chucho Córdoba pudo cortar un apéndice (28.09.54).
Entre rupturas del Convenio y decisiones de la empresa Pagés, pasarían otros nueve años antes de que otro mexicano partiera plaza en feria de San Miguel, y fue precisamente Abel Flores, para tomar su ya descrita y más bien gris alternativa. Y no le fue mucho mejor a su pareja novilleril en México, el bravo tlaxcalteca Gabino Aguilar que, ya matador, toreó al lado de Pedrés y Curro Romero astados de dos ganaderías, Manuel Camacho y Núñez Hermanos; para Curro fue ese día la única oreja (29.09.64).
También un apéndice cortaría Alfredo Leal, el último mexicano que ha comparecido en la feria sanmiguelina, pero el público pedía las dos y le pegó un broncón al presidente de la corrida en que Manolo Vázquez anunció su despedida –la primera, porque más tarde volvió a enfundarse el chispeante– y fue Curro Romero tercer espada en tarde desafortunada para ambos, a tono con la dureza de una mansada grande y pasada de Concha y Sierra. En cambio, el chilango colado en aquel cartel estuvo colosal, con petición y vuelta en su primero y faenón al quinto, con el que dibujó además, según Don Fabricio II, “la mejor estocada del año”. De ahí el meneo al juez por un público que obligó a Alfredo a recorrer el anillo hasta en cinco ocasiones, ni una menos. Y luego se lo llevó en hombros hasta la calle, aunque no por la Puerta del Príncipe (28.09.68).
San Miguel 2025. Las corridas de este fin de semana en Sevilla arrojan, al lado de los de Juan Ortega, que con su toreo de terciopelo cortó una oreja el viernes 27, y Borja Jiménez, que debió cortarla el sábado pero se topó con la negativa del juez, dos de los nombres más infravalorados del actual escalafón y que, por encima de tejemanejes empresariales y sordinas mediáticas son dos señores toreros.
El primero es el onubense David de Miranda, cuyos sonoros triunfos en años recientes tanto en Madrid como en Sevilla le han servido de muy poco; el viernes, extrajo agua de la media embestida de un animal rocoso y mirón, obligando con su entrega a las de toro, público y juez, el cual tuvo que soltar la primera oreja de la feria, la de “Maleado”, de Victoriano del Río, el segundo de una tarde en la que el toro bueno –“Postinero”, el cuarto– se lo llevó Juanito 0rtega para cuajarle torerísima faena, de oreja también.
Pero el golpe más sonado vino a darlo un Daniel Luque en la plenitud de su maestría, que no es dominio a secas sino serenidad y armonía para poderles a los toros a una distancia mínima de los pitones. Fue el sábado 28, y si enorme estuvo con el segundo de Garcigrande –otra decepción ganadera–, que tenía sentido y al que por culpa del descabello le perdió la oreja, lo del quinto fue, auténticamente, inventarse embestidas ligadas cuando “Olvidado”, además de ceñirse y probar, no podía con el rabo. Sus naturales, en tandas generosas, de un temple y una pulcritud admirables, terminaron por poner de acuerdo a todo mundo, incluido el mismo juez que acababa de negarle un apéndice honestamente ganado a Borja Jiménez. Daniel Luque no parece un gran torero más en el sentido convencional de término ya que además y por encima de su elegante maestría ofrece tarde a tarde soluciones originales a problemas técnicos de toda la vida. Algo que sólo está al alcance de los grandes.
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