«A mí lo que más me gusta son las series coreanas. Me encanta la forma en la que las graban, cómo intentan mostrar diferentes perspectivas dentro de una misma historia. Eso me parece súper interesante», dice Aira, madrileña de 18 años con la seguridad de quien ya ha elegido bando en el supermercado cultural internacional: Corea del Sur. Un nido lejano, no muy grande pero potente, que ha convertido la globalización e internet en el epicentro de su estrategia de influencia.
Y ¿cómo saber que Aira no es la única, ni un bicho raro con exóticos apetitos? Pues basta con ver la kilométrica cola que da la vuelta a la manzana el domingo 28 de septiembre en el Círculo de Bellas Artes de Madrid (CBA). La K-Expo Spain, celebrada en varios puntos de la capital del 28 al 30 de septiembre, es el mayor acontecimiento hasta la fecha de cultura surcoreana en nuestro país. Una cita multitudinaria refleja la pasión categórica por la Tierra de la Calma Matutina.
Corea está de moda. Así lo demuestra el boom de sus grupos musicales o el audiovisual. Dos elementos que se mezclan a la perfección en el último gran hit de Netflix, Las guerras del K-pop, con más de 236 millones de visualizaciones desde su estreno en junio de este año. En España, cada vez más grupos de K-pop pueblan los festivales -o los protagonizan, como en el Music Bank de 2024- y la comida del país asiático tiene una presencia cada día mayor en las calles de las grandes ciudades. La denominación de origen coreana busca ahora exportar un modo de vida.
Por otro lado, el interés de los surcoreanos por España tampoco deja de aumentar. Según datos de Madrid Destino, entre 2023 y 2024 se produjo una subida del 66% de los visitantes coreanos a la capital. Cifras que, sin duda, dejarán entrever la misma línea ascendente a finales de este año, y que demuestran una curiosidad retroactiva entre ambas culturas. Ferias como la K-Expo de Madrid pretenden satisfacer esa curiosidad.
Una feria para confirmar una pasión
Llegada la tarde del domingo, marabuntas pueriles de hormonas en ebullición corearán desgañitadas las canciones de Isaac Hong, Ben y Yu-Ree Choi, rostros pálidos de porcelana impoluta y adalides en la feria del llamado K-pop. Pero antes, las distintas plantas del CBA ofrecen un paseo por los puntos fuertes exportables de la cultura surcoreana. Aira, por ejemplo, se encuentra con sus amigos en la segunda planta, donde la K-Music y el K-Game son protagonistas. El marketing surcoreano convierte cualquier cosa con «K» en identidad nacional.
Ambos sectores, dedicados a los videojuegos y la música, atraen la atención del público, ofreciendo la oportunidad de jugar a cosas como la maquinita del famoso «¡El gaaaanchoooo!», de la película Toy Story, o de enlatarse en una pequeña cabina para entrar en una realidad paralela de karaoke, donde la pareja de afortunados amateurs se ve cantando frente a miles de personas virtuales en una gran pantalla. Por descontado, no faltan los cientos de entrañables dibujos animados y figuritas que salpican cada parte de la feria en forma de peluches, pegatinas, etc. Hay algo infantil incluso en la madurez dentro de la cultura coreana.
Basta para cerciorarse de esto en la habilidad de la industria surcoreana para producir cutis finos de bañera a estrenar. En la cuarta planta, hay todo un apartado donde el skincare capitanea la atención, con largas colas de mujeres, niñas y adolescentes esperando para recibir un tratamiento con estas pioneras cremas y mejunjes. Las encargadas de este stand, huelga decir, de nacionalidad coreana, son el perfecto reclamo. Sus rostros encarnan la promesa conquistable de productos y rutinas coreanas. Y es que no se sabe si en Corea del Sur se maquillan o se restauran. Sin importar tampoco el género, pues no están los zagales peor provistos de teces impolutamente tuneadas.
La gastronomía como atractivo
Enfrente, atravesando un espacio vacío, se encuentra el apartado gastronómico. Seongju, un lozano coreano que, si bien se tropieza un poco al hablar en español, resuelve la conversación con probadísima disposición y esfuerzo, cuenta que el objetivo desde este stand es dar a conocer la comida coreana más allá de los clásicos bulgogi o kimchi. Si bien es cierto, ambos productos protagonizan la oferta (no consumible, solo observable) de los muchos precocinados dispuestos en las estanterías. La organización ha traído a un famoso chef de Master Chef Corea.
Y Seongju tiene más razón que un santo, pues —como recién acaba de suceder, y a lo largo de la feria volverá a hacerlo— los asistentes tienen la oportunidad de ver cómo se las apaña, sobre un escenario, un cocinero importado de Corea que explica a los asistentes los trucos de la abuela para producir las tapas de su pueblo. No obstante, y aunque nadie espere food trucks ni una amplia oferta para satisfacer el hambre, sí es viable probar un producto muy típico de Corea, y que aquí suena a ensayo a la desesperada de una marca por atraer la atención de un público curioso: agua de aloe con sabor a piña. «Esto es muy habitual en Seúl», asegura Seongju, quien se encarga de comprobar quién de los asistentes ha hecho una encuesta disponible para sus teléfonos móviles, a cambio de una botella del singular líquido». Un sabor algo impreciso, pero sabroso, coronado en el fondo con trocitos de lo que parece gelatina.
Para Fernando, de 16 años, y asistente a la feria, fue la música la que abrió la puerta a Corea. «Lo que más me gusta de todo este tema coreano es la música, sobre todo. Es lo primero que a mí me llamó la atención», confiesa. Pero, una vez Corea del Sur le entró por las orejas, acabó haciéndolo también por el estómago. «Luego también me apasiona mucho la comida: los buldak o los tteokbokki». Dos pasiones, K-Gastro y K-Music, que impactaron en Fernando a través de las redes sociales e internet. Instagram y videojuegos se convirtieron en las puertas de entrada a Corea.
Y es que las pantallas han sido la mirilla privilegiada a una cultura que impacta mucho en las generaciones jóvenes españolas. Para Daniel, de 24 años, ataviado con unas gafas en forma de piña junto a sus amigas (hay que ver qué pasión por esta fruta), la irrupción coreana en España aparece en voces que miran desde fuera de la burbuja etnocentrista, y se decantan por una mutación en los atractivos culturales pospandemia. «Yo creo que después del covid hubo un cambio», declara Daniel. «Ya estábamos un poco saturados con todo lo americano, lo ‘gringo’, y la cultura asiática empezó a ofrecer algo diferente. Corea, en concreto, le dio un giro muy fresco a lo que estábamos acostumbrados. Creo que eso es clave: las ganas de cambiar».
Porque en una sociedad dominada por el scroll infinito y las modas rápidas, también los referentes culturales nacionales se alteran con velocidad. «A mí por eso ha acabado por gustarme todo lo coreano», prosigue Daniel. «La vestimenta, los bailes… todo atrapa muchísimo. Incluso en la comida, que tiene ciertas influencias, pero con toques únicos. ¿Quién sabe? A lo mejor en unos años el boom es de la India, pero ahora mismo, el momento es de Corea», concluye el joven. El scroll infinito acelera la transformación de los referentes culturales juveniles.
Un lugar de encuentro para un futuro prometedor
Y de entre puestos, carteles y demostraciones culinarias, se advierte la presencia de quienes no son consumidores, sino pequeños puentes con la cultura protagonista. Dojun, nacido en Corea pero llegado a España con su familia cuando era un niño, contextualiza el aumento de la diáspora coreana: «Aún somos muchos menos que la comunidad china», asegura, antes de proseguir su tesis con una frase que es tan cómica como reveladora: «Pero cada día me cruzo con más coreanos que no conozco en Madrid».
Y, más allá del paulatino, pero constante, auge poblacional que identifica Dojun, lo que sí ha visto como una explosión desatada es el interés local por su cultura de origen. «El multimedia y el K-pop diría que son claves», asegura. «Internet ha sido imprescindible, también el cine y las series. Bong Joon-ho, el director de Parásitos, y que ganara el Oscar… También el mercado. El mercado asiático está disparado y eso también hace que el interés, económico y social, crezca», concluye Dojun con una simpatía y cordialidad que manifiestan durante la K-Expo todos los coreanos a cargo. El interés local se dispara gracias al cine, internet y K-pop.
Es difícil presumir que una pequeña población como Corea del Sur vaya a zamparse décadas de efectivísimo soft power norteamericano. Sin embargo, el orden mundial se está alterando y Corea —no cabe duda viendo el éxito de la feria— ha sabido erguirse en un foco de atracción juvenil privilegiado. Comida, cuidados faciales, música, audiovisual… El interés es claro y la oferta, solvente. Quizás en unos años sea India, pero hoy es Corea.