Toledo (Toledo)

Buenos días, Carlos. Buenos días, oyentes.

En el año 2003, tuve la oportunidad de disfrutar en el Nuevo Teatro Alcalá de Madrid del musical Cabaret; salí impresionado del maravilloso montaje, de una música casi perfecta tocada y vivida en directo y de la increíble actuación de Asier Etxeandía. La historia la conocen; entreguerras, un transgresor cabaret en Berlín a comienzos de los años 30, tiempos de jazz, de desmadre, de crisis, de hambre y de cambio; el tiempo en el que el nacismo se cocía a fuego lento entre la miseria, las ganas de revancha por la I Guerra Mundial y el orgullo herido del pueblo alemán. La versión para el cine, estrenada en 1972, no desmerece en absoluto el musical para el que se concibió y Liza Minelli borda como nadie el papel de Sally Bowles llenando el Kit Kat Klub y la pantalla entera.

En un momento de la historia, los actores Michel York y Fritz Weper interpretan una escena en la que brindan por su próximo viaje entre las mesas de la terraza de un caserío donde decenas de berlineses brindan con enormes jarras de cerveza y disfrutan de una mañana de sol.

El final de la conversación se mezcla con el sonido de la voz dulce y agradable de un joven que entona una melodía envolvente que acalla poco a poco el murmullo de cervezas y se abre hueco entre cafés y conversaciones.

El tema habla del sol, los bosques y la tormenta y engola la voz al cantar que “el mañana me pertenece” que da título a la canción. Es en ese momento, cuando los allí presentes y los abobados espectadores han conectado con la melodía, cuando el plano se abre lentamente, sin prisas, a poquitos para desvelar que el joven berlinés que entona el canto, va vestido con el uniforme de las juventudes hitlerianas y luce una esvástica en el brazalete de su manga izquierda.

Poco a poco, una buena parte del público se va sumando como un engrasado coro a la canción, y la nostálgica balada deviene de pronto en cántico patriótico. De acogedora y dulce melodía a canto agresivo y excluyente en tres compases y un plano abierto.

Pocos son los clientes que miran resignados al fondo de su vaso conscientes de lo que se avecina, de lo que saben que está por llegar; la mayoría, jóvenes y viejos, se levantan henchidos de vanidad desprendiendo un orgullo atávico y poderoso que no sabían que tenían dentro y que sienten que les arrebata el alma. Por fin alguien les grita con fuerza lo que querían oír, da igual cómo y a costa de quien. La escena, claro, termina con el joven nazi levantando desafiante y seguro de si mismo el brazo derecho.

Creo que estrenan estos días, otra vez, también en Madrid, un nuevo montaje del musical Cabaret. Todo vuelve.

Aquí el enlace a la escena de la película.

Hasta el martes que viene. Besos.