Santi Balmes, cantante de Love of Lesbian, alucina bastante con los cuadros que hay colgados en la pared: «Perdón, ¿retomamos el hilo? Es que estoy flipando con eso, acabo de verlo, no me había fijado», señala un increíble mural en el techo (estilo Capilla Sixtina) en el que se muestra a un montón de personas tapándose el rostro, en el centro un triángulo que parece Illuminati, todo de carácter expresionista. «Muy guapo», concedo. Nos encontramos en el estudio RGF, pequeño espacio repleto de obras de arte contemporáneo cerca de Príncipe Pío en Madrid, donde nos hemos citado para la entrevista.
Nuestras voces retumban un poco y Balmes parece cansado, normal si tenemos en cuenta que su grupo lleva un año de gira para presentar su décimo álbum de estudio: Ejército de Salvación. El 1 de noviembre terminarán en el Madrid Arena, así que hablamos con él de la banda que siempre está en (casi) cualquier festival.
PREGUNTA. Lleváis más de dos décadas tocando. ¿Cuál es el secreto para que un grupo dure? Y, por otro lado (es una pregunta doble), ¿qué momento identificarías como el punto de inflexión de la banda?
RESPUESTA. Bueno, el secreto… yo creo que es darse espacio. Tener la empatía suficiente o la receptividad suficiente para no ser invasivos. Y darnos cuenta de que es un trabajo extremadamente emocional en el cual se exacerban mucho las cosas, tanto buenas como malas. Tienes que saber compartir las buenas de una manera extrema, si quieres, pero luego las malas las tienes que aprender a relativizar. En esta profesión todo aflora en algún momento. Puedes llegar al famoso burnout y tener pólvora por el exceso de intensidad… es muy importante conocer tanto a tu compañero de banda que en cuanto baja del ascensor sabes cómo está hoy, a diez metros, solo por su mirada o por sus gestos. Al final es un arte, el de la psicología. En cuanto al punto de inflexión que decías… pues fue claramente en 1999. A la semana de sacarlo ya vimos que había pasado algo muy fuerte y que eso nos iba a transformar la vida.
Foto: D. G.
P. Hubo una época, allá por 2010 aproximadamente, en la que se os etiquetaba junto a muchos otros grupos (Lori Meyers, Vetusta Morla, Supersubmarina, Sidonie…) dentro del indie. ¿Crees que realmente hubo un momento en que todos esos grupos tuvisteis algo en común o era más bien como el britpop, donde una etiqueta un poco vaga englobaba bandas con un sonido muy diferente?
R. Pienso que nosotros coincidimos sobre todo con Vetusta, porque había un momento en que ellos eran cabezas de cartel el sábado y nosotros el viernes. Había como una responsabilidad compartida por no perder la oportunidad de que las bandas de aquí ocuparan lo que antes se le presuponía a los grupos guiris o, de manera puntual, a Los Planetas. Lo que sí teníamos en común era que nos gustaba mucho la música que se hacía fuera y la trasladamos coyunturalmente al castellano. Teníamos influencias muy británicas. Luego, independientemente de eso, pues a Lori les gusta Triana y a mí me gusta Antonio Vega o El Último de la Fila, pero sí creo que había algo común, porque además todos compartíamos eso de intentar que las canciones pudieran ser coreadas por miles de personas sin sentirnos culpables. Porque justo unos años antes parecía que eso era un pecado: se criticaba acercar el disco a la gente cuando estabas metido en el indie.
P. Ahora que mencionas los festivales… ¿Crees que han cambiado mucho en los últimos años? Se les critica por ser macrofestivales donde la gente ya no va a escuchar música.
R. Yo creo que lo que intentan ofrecer ahora es una recreación de la vida moderna: estímulos continuos y subidones de dopamina. Todo está más fragmentado: plataformas, playlists, festivales… Nuestra generación conocía cinco o seis bandas al dedillo, sabíamos hasta cómo se llamaba la madre del guitarrista. Hoy eso ya no sucede, es casi imposible escuchar un disco entero. Incluso nuestra generación ya no lo hace porque no tiene tiempo: está viendo reels en Instagram mientras mea. El festival obedece a esa cultura pica-pica, a la cultura random.
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P. En tu proceso creativo conviven la ironía, el surrealismo, la melancolía… ¿Cómo los gestionas?
R. Conviven muy bien, pero últimamente tengo conflictos respecto a quién le va a interesar lo que siento yo. ¿Cuánta vanidad hay en eso? ¿Por qué das por supuesto que vas a robar 40 minutos del tiempo de alguien? Es un conflicto extraño, porque mostrar sentimientos cantando es algo muy anormal, aunque se haga desde hace miles de años. No hablas de tus emociones solo con tu familia o tu pareja, sino que las sueltas al mundo. Es como colgarte de un puente con un megáfono. Es una necesidad que seguramente obedece a algún tipo de trastorno, la verdad.
«Esto de cantar es como colgarte de un puente con un megáfono. Es una necesidad que seguramente obedece a algún tipo de trastorno»
P. Mencionas la vanidad, pero también diste el paso de escribir libros. ¿Tenías miedo de que no se te tomara en serio?
R. Claro.
P. ¿Entonces?
R. Lo necesitaba como vía expresiva. Me di cuenta de que estaba intentando canalizar todo en formato canción, cuando algunas ideas pedían ser relato o novela. La creatividad era desbordante y tuve que ordenar el “armario de juguetes”: qué ideas iban con música y cuáles eran literarias. Ese discernimiento te lleva en realidad toda la vida. Puedes aprender a hacer letras sencillas, con melodía que acompañe la emoción, pero a veces lo vuelcas todo en la letra y queda demasiado intenso. En el pop anglosajón, muchas letras son más simbolistas y su sentido se entiende a través de los arreglos, escuchas a Bowie hablar de marcianos y no entiendes lo que te está queriendo decir hasta que escuchas también la melodía. En castellano somos más literarios.
P. ¿Se pierde alguna vez ese miedo a no ser tomado en serio?
R. Creo que siempre hay miedos, porque desde el minuto uno lo que haces queda a merced de la opinión ajena. Y la opinión ahora se vende muy barata: te has pasado cuatro años haciendo una película y alguien la juzga en 15 segundos, sin contexto. Los contextos históricos se han perdido totalmente, hay gente que pensará que Oasis influyó en los Beatles. Y con la inteligencia artificial, el batiburrillo será aún mayor: todo parecerá igual, falso o verdadero, izquierda o derecha.
P. Como artista, ¿te da miedo la inteligencia artificial en la creación?
R. La semana pasada estuve probando un programa, me hizo una canción en un minuto… y jamás había sido tan infeliz. El valor del arte está en los procesos: el pescador en el lago que está horas hasta atrapar al pez, el japonés soplando las esporas del sake, yo qué sé. Son los procesos los que dan sentido a la obra. Y si se ningunean, todo acabará pareciendo igual, aunque haya alguien que consiga a través de eso hacer maravillas, me alucina que le pidas a una IA que te haga una canción tipo «60 hippies, Liverpooliana» y te haga algo que podría estar tocando Paul McCartney. Si no se legisla, todo quedará en la misma línea horizontal: falso o verdadero dará igual. Creo que nos vamos a enfrentar a uno de los dilemas más salvajes de la historia de la humanidad.
P. Y relacionado con eso… en un panorama musical dominado por lo inmediato y lo digital, ¿qué lugar ocupa la música más conceptual?
R. Creo que aún hay gente que regresa a lo analógico, a los libros. Pero se obliga a las bandas a generar contenido continuo, efímero, simplemente para seguir presentes. Me preocupa esa homogeneización: al final parece que se hace más para Instagram o para las redes que para tu propio proyecto, todo poco preparado o con urgencia. Todos subimos el mismo selfie con el público detrás, intentando gestionar lo que pasó en Málaga o en Pontevedra… ¿Qué sentido tiene todo? Pero bueno, yo aún estoy en el siglo XX, hay gente que ha nacido en el siglo XXI y te aseguro que estos debates seguro que no los tienen.
«La semana pasada estuve probando la IA, me hizo una canción en un minuto… y jamás había sido tan infeliz»
P. Muchas veces has mencionado a Radiohead. ¿Qué nuevas influencias musicales han entrado en tu universo creativo en este tiempo?
R. He estado escuchando últimamente a Rusowsky, por mis hijas… y a Nico Roig, música en catalán, pero también hacer un ejercicio de nuevas influencias puede ser escuchar (si nunca lo habías escuchado) a Coltrane o a Robbie Williams. He vuelto también a Massive Attack como un loco, pero por el ejercicio de revisitar, como releer el libro correcto, que me gusta mucho.
P. Y hablando de nuevo de Radiohead, se les ha criticado e incluso intentado boicotear por no posicionarse con Gaza. ¿Crees que los músicos estáis obligados a tener un altavoz político?
R. No creo que sea estrictamente necesario librar todas las batallas, con la madurez aprendes a elegir tus guerras. El caso de Palestina y Gaza sí me parece excepcional, un genocidio con su puesta en escena, un teatro, y nosotros nos veíamos en la obligación de hacer algo. No sé, nuestra decepción con Estados Unidos en los últimos años ya nos ha generado hartazgo. La política se ha convertido en un espectáculo, los políticos parecen influencers… incluso los entierros, como el de Charlie Kirk con esos fuegos artificiales. Pero también es lícito no pronunciarse, y tampoco somos expertos en geopolítica. No sé, lo de decidir tocar o no en festivales… depende de la situación económica de cada uno.