Pablo Guerrero (Badajoz) ha muerto la tarde de este martes, según ha informado a este diario su propio hermano. Tenía 78 años. Cantautor y poeta, Guerrero es, entre muchas cosas, el compositor e intérprete de A cántaros, que se convirtió en reguero de libertad en los estertores del franquismo. Comenzó su carrera a finales de los años sesenta y estuvo en activo hasta el final.
Aunque en sus primeros años dio lustre al movimiento de cantautores siempre destacó por su movilidad entre géneros. Experimentó todo lo que pudo, incluso con la música electrónica. En una de sus últimas entrevistas con EL PAÍS, el 2021, reflexionaba sobre la muerte: “Quiero pensar que no somos solo un montón de vísceras”.
“A mí la curiosidad me ha salvado la vida: ya entonces era un chiquillo pasmado”, dijo sobre la excitación que le producía el paso de titiriteros por las calles de Esparragosa de Lares, el depauperado pueblito de la Siberia pacense que lo vio nacer. Guerrero era un recolector de palabras desde chiquillo, cuando escuchaba embobado el Romance de la loba parda de labios de su abuelo. Nunca supo ni él mismo si era un poeta que cantaba o un cantor de ponía voz a la lírica. “Siempre pensé que la timidez haría muy efímero mi paso por la música, pero Nacho Sáenz de Tejada me animó mucho a seguir”, anota en referencia al inolvidable músico y periodista, entonces guitarrista en Nuestro Pequeño Mundo y luego maestro de la crítica en EL PAÍS.
Guerrero siempre pensó que su paso por la música sería efímero, pero estuvo cinco décadas. La poesía era su auténtica pasión: ya la escribía en la escuela en cuartillas y se las regalaba a los amigos.
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