Las últimas tres décadas, el escritor Felipe Benítez Reyes tuvo un manuscrito que no podía terminar. Una obra coral, de pequeños personajes que nutren … la trama sin que ninguno obtenga el protagonismo final. Breve, «quizás la novela más breve de que yo haya escrito. Buscando papeles, me di cuenta que tengo 30 años dándole vueltas. No de manera continua, porque eso sería preocupante y diría muy poco de mi capacidad de trabajo, pero sí de manera intermitente».

Lo que faltaba para el punto final, cuenta el autor, era la forma de unificar «esa galería variopinta de personajes». Sus recuerdos de niño en el «clima bélico que aún vivía en mi familia, con historias que se contaban a media voz con alusiones a determinadas personas y tabúes que circulaban en torno al periodo de guerra y de posguerra» se transforman en ‘La gente’ (Fundación José Manuel Lara), una narración de 155 páginas que mezcla un «clima social con uno moral».

«Hay un afán exculpatorio en todos los que participaron en esa enorme anomalía bárbara», reflexiona Benítez Reyes. «Mi abuelo paterno era el que más explícitamente se refería a aquello, porque le mataron a su hermano pequeño, fusilado por los falangistas. Era anarquista y fue una de las pocas personas que fusilaron en el pueblo, donde realmente la guerra duró relativamente poco. Mi abuelo murió con 98 años y, cada vez que yo lo veía, él se acordaba de su hermano. Decía: «yo vi a mi hermano por la mañana y ya no volví a verlo. Y no sé dónde está, ni sé dónde está enterrado, ni sé lo que hicieron con él».

«El bulo tiene mucho poder. Puedes cargarte la reputación de una persona con un supuesto, con una falsedad que haces circular».

Ahora bien, al sacar a la luz los susurros familiares, ¿cómo se equilibra la honestidad con el silencio de lo inconfesable? «Me planteé que no iba a ser una crónica real, por propia conveniencia, porque hay descendientes que se pueden sentir agraviados y yo no quería herir a nadie», responde Benítez Reyes. «Así que creé una serie de arquetipos para retratar a personajes muy significados durante la guerra de mi pueblo. Hay situaciones y actitudes ideológicas que son universales, no solamente en este pueblo, en todas partes».

Aunque ficción, el lugar elegido no es imaginario. La novela transcurre en el lugar donde vive el autor, Rota (Cádiz, Andalucía), para abordar una de las características del pueblo pequeño, la fuerza del chisme, de la maledicencia. «El bulo tiene mucho poder. Puedes cargarte la reputación de una persona con un supuesto, con una falsedad que haces circular. Al día siguiente esa persona está arruinada de por vida, aunque demuestre que es mentira. Aquello pervivirá, no tiene remedio posible», sostiene. «Yo quería que ese poder estuviese presente, que se viera cómo se juzga a los demás a partir de unos datos que podrían ser equívocos».

Peculiares y relevantes

En este «mural» literario se plasman «personajes pintorescos, peculiares. Todos somos incomprensibles para los demás e intenté reflejarlo aquí». ¿Por qué explorar personajes corrientes en vez de crear un héroe? «Ahí está el reto, que los personajes corrientes tengan alguna peculiaridad, algún relieve por muy secundarios que sean. A mí me gusta mucho el cine y me gustan mucho los secundarios de las películas, que dan un relieve aunque aparezcan durante cuatro segundos. En la narrativa es igual, y lo hacía muy bien Dickens, por ejemplo. Sus personajes secundarios aparecen fugazmente y, sin embargo, son magníficos. Quisiera que mi novela se entendiera como una gran galería de secundarios. En realidad, no hay ningún protagonista».

En los primeros párrafos, Benítez Reyes elige hablar de la memoria, definirla, aunque con dudas, y así marca el paso a lo que vendrá, con un clima que envuelve las acciones, como los «bares llenos de hombres que hablaban, discutían y se atribuían el poder de tener la razón». Ahora, quizás, hablen en ese bar de esta novela que les retrata.