El Espai Alfaro no es un museo al uso, ni una sala de exposiciones. Es, ante todo, un espacio cargado de memoria donde el legado del escultor Andreu Alfaro (1930-2012) se preserva, se muestra y se mantiene vivo en diálogo con el presente.
Escultura «Homenaje a Leonardo», de 1971, hecha en madera. / Francisco Calabuig
Ubicado en Godella, en el polígono d’Obradors, este recinto nació como el taller personal del artista. Allí Alfaro concebía y fabricaba sus piezas rodeado de hierros, estructuras, bocetos y herramientas. Con el paso del tiempo, el lugar fue transformándose en algo más: un auténtico laboratorio de ideas, un archivo vivo, un espacio donde la obra se conserva en el mismo contexto donde fue creada. Tras la muerte del escultor, la familia es la encargada de su legado convirtieron aquel taller en el Espai Alfaro, abierto a investigadores, estudiantes, críticos de arte y amantes de la escultura. También, porqué no decirlo, a la arquitectura y el coleccionismo porque Alfaro Hofmann, su hijo, construyó en 1995 otro edificio donde, en dos salas de exposiciones, muestra una curiosísima colección de objetos cotidianos. El arquitecto Fran Silvestre también tiene aquí su estudio.
Andrés Alfaro, hijo del escultor Andreu Alfaro, en el Espai Alfaro en Godella / Francisco Calabuig
Recorrer los 7.000 m2 del Espai Alfaro significa adentrarse en un universo de formas geométricas, volúmenes metálicos, luz y movimiento. Se muestran piezas en diferentes formatos: desde maquetas hasta esculturas monumentales, pasando por dibujos, collages y documentación inédita. Pero el Espai Alfaro no es solo un lugar de contemplación, sino también un espacio cultural vivo, donde se organizan actividades, exposiciones temporales, conferencias y encuentros que ponen en valor la vigencia de su pensamiento y su práctica artística.
Escultura «Expansión» de hecha en 1967 en madera / Francisco Calabuig
La existencia del Espai Alfaro garantiza que su obra no quede reducida a la memoria de los museos ni a los catálogos de exposiciones, sino que siga siendo una fuente de inspiración y debate, un símbolo de la modernidad valenciana y un ejemplo de cómo el arte puede dialogar con la sociedad desde la permanencia y la innovación. «Era un escultor de obra pública, casi ejercía de urbanista y así creaba sus piezas. Él estudiaba el entorno para hacer una escultura y era la escultura la que se adaptaba al espacio», explica Andrés Alfaro, hijo del escultor. Porque Alfaro, padre, siempre buscó un diálogo con el espacio. Sus esculturas no se conciben como objetos aislados, sino como intervenciones que transforman el entorno: plazas, avenidas, parques, rotondas, edificios. En este sentido, su obra tiene una clara dimensión pública y social, pensada para ser compartida y vivida en comunidad.«A veces creo que hay mucha escultura pública que adolece del factor del lugar», reflexiona mientras, bajo un sol de justicia, observa las grandes esculturas que se exhiben en el patio del Espai. Monumentos grandes, medianos y pequeños (en su mayoría bocetos) que cambian según el punto de vista, según la hora del día, según el clima. El reflejo, la sombra y el movimiento del espectador forman parte de la obra.
Escultura «El Caracol (b)», 1978, hecha en acero inoxidable / Francisco Calabuig
A pocos metros de allí , ya a la sombra, en una gran nave tipo industrial se exhiben medio centenar de piezas icónicas del artista seleccionadas por «amigos, críticos de arte e historiadores», concreta Alfaro. Piezas colocadas sobre baldas de forma cronológica, desde los años 50 hasta la final de los 70, en una sala y, de los 80 hasta el 2008., en la otra. Algunas recuerdan a otras porque son bocetos, perfectos, pero bocetos.. «Aunque hacía escultura de gabinete o de pequeño formato, siempre creaba piezas con el ánimo de poderla replicar en formato monumental», apunta.
«Se permitió el lujo de desobedecer un poco al mercado y tener muchos registros. Nunca buscó una marca y fue cambiando»
En común, grandes y pequeñas, su intemporanidad. «Miras la obra y, lo mejor es que se mantiene en el tiempo. Nunca tuvo la etiqueta de autor de moda, pero sí el suficiente peso para estar ahí». comparte- «Se permitió el lujo de desobedecer un poco al mercado y tener muchos registros. Nunca buscó una marca y fue cambiando. Las generatrices pertenecen a un periodo corto de su trayectoria pero tuvieron mucho impacto porque son muy dinámicas y conectan mucho con el público, pero él era muy inquieto y no quiso encasillarse porque le gustaba investigar y experimentar con nuevos materiales», explica mientras pasa con cariño la mano por una escultura hecha en marmol. Y es que, en el Espai Alfaro donde todo está muy cuidado se respira mucha admiración y respeto hacia al artista. Un cuidado que, además, se traduce en gasto. «Es complicado y absorbente mantener el legado y, también, una gran responsabilidad porque, en parte, somos los responsable de toda la obra y eso conlleva un esfuerzo de gestión paralelo a nuestras profesiones», reconoce.
Una vida dedicada a la escultura
Nacido en València en 1929, Andreu Alfaro no tuvo una formación académica clásica en bellas artes. Amante de la gemetría y las abstracción, fue autodidacta y se nutrió de sus inquietudes personales, de su contacto con artistas e intelectuales de la época, y de su interés por los movimientos internacionales para formarse y crecer profesionalmente. Fue, en la década de los cincuenta cuando entró en contacto con el Grupo Parpalló, un colectivo fundamental en la renovación del arte valenciano, que apostaba por el diálogo entre tradición e innovación. En ese entorno, Alfaro se decantó hacia la abstracción geométrica y la escultura monumental.
Escultura «Coincidencias», de 1976, hecha en latón pintado, base de acero inoxidable / Francisco Calabuig
Alfaro se sintió atraído por el constructivismo, el minimalismo, la obra de Constantin Brancusi, Julio González y Alexander Calder, entre otros referentes. En su obra, como se puede observar en la exposición, fue evolucionando hacia la búsqueda de un estilo en el que la geometría y la luz eran losprotagonistas. Y es que, si algo define la obra de Alfaro es su capacidad para convertir lo complejo en simple, lo mínimo en monumental. Su arte se construye a partir de formas geométricas elementales: líneas, planos, círculos, cilindros, rejillas. Sin embargo, a través de la repetición, la variación y la disposición en el espacio, esas formas adquieren un dinamismo sorprendente.
Objetos cotidianos
Las formas dan paso en este pequeño submundo a la cotidianidad. Y ahí es donde más cómodo se siente Andrés Alfaro. En una de las naves del Espai, la última en construirse, se puede visitar la Colección Alfaro Hofmann, un referente único en Europa al reunir más de 400 piezas en la colección permanente de un total de 8000 que ilustran la evolución del diseño doméstico a lo largo del siglo XX. Y es que, el día a día no se entiende sin neveras, lavadoras, cafeteras, radios o televisores que, con el paso del tiempo, dejaron de ser simples aparatos para convertirse en símbolos de progreso y estilo de vida.
Una tostadora de la colección Alfaro Hofmann . / Francisco Calabuig
Lo que distingue a la colección es la variedad y el estado de conservación de sus objetos. Entre los más llamativos se encuentra una lavadora Laundro Mat de Westinghouse de la década de 1940, uno de los primeros modelos eléctricos capaces de girar el tambor de forma automática, símbolo de la mecanización del trabajo doméstico. A su lado, las neveras Kelvinator y Frigidaire de los años cincuenta, con sus líneas curvas y acabados en colores pastel, evocan la estética optimista del período de posguerra y la consolidación del consumo de masas.
Colección de radios en el Espai Alfaro / Francisco Calabuig
El ocio también está representado con piezas como una radio Philips de 1931, que muestra el paso de los grandes muebles radiofónicos al formato más compacto, o los televisores de válvulas de los años sesenta, que marcaron un antes y un después en la forma de entender el entretenimiento familiar. Incluso se pueden encontrar tocadiscos portátiles de los años setenta.
Colección de neveras / Francisco Calabuig
En el apartado de pequeños electrodomésticos, la colección conserva desde batidoras Osterizer y cafeteras italianas Bialetti hasta aspiradoras con diseños futuristas de los años sesenta y setenta, concebidas casi como objetos de deseo más que como simples herramientas de limpieza. Cada pieza no solo revela una innovación técnica, sino también una narrativa estética: los acabados cromados de los años cincuenta, el minimalismo de los setenta o el colorido plástico de los ochenta.
El recorrido por la exposición ofrece así una mirada crítica y nostálgica al mismo tiempo. A través de una nevera, una radio o una tostadora se revela la historia de cómo la tecnología transformó los hogares y, con ellos, las costumbres y aspiraciones de la sociedad.
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