Madrid
James Rhodes es uno de los pianistas más reconocidos de la escena internacional. Desde que comenzara a enamorarse desde bien pequeño por la música gracias a un casete de Johann Sebastian Bach, el artista fue depurando su técnica hasta convertirse en un virtuoso del piano. Gracias a ello, el británico obtuvo una beca para estudiar en la prestigiosa Guildhall School of Music an Drama. Sin embargo, nunca pudo incorporarse a la misma por culpa de su padre, quien se cerró en banda a que su hijo se dedicara a la música en vez de a un «trabajo normal».
Más información
Así lo ha explicado el propio James Rhodes en El Faro de la Cadena SER, al que ha acudido en calidad de Gatopardo para hacer un viaje a través de algunos momentos clave de su vida. Después de hablar acerca de su infancia, y lo mucho que le gustaba tocar el piano, este ha reconocido que nunca tuvo un piano propio hasta que fue adulto: «Ahora tengo un piano en casa que es casi como mi bebé. Vale casi más que el piso entero. Es un piano de cola y era mi sueño desde pequeño. Porque, cuando un niño empieza a tener atracción por la música, siempre hay un momento en casa en el que los padres se preguntan si le llevamos a clase o no o si podemos permitirnos un piano en casa».
«Fue muy triste»
Y claro, a pesar de que él tenía mucho entusiasmo por la música clásica, su padre se cerró en banda a que se dedicara a la misma: «En mi caso fue muy triste. Yo tuve bastante talento y mucho entusiasmo, hasta el punto de que me ofrecieron una beca en conservatorio muy top en Londres, pero mi padre me negó rotundamente porque me decía que tenía que tener un trabajo normal. Me decía que tenía que ir a la universidad, estudiar algo que no fuera música, y que me pusiera a trabajar en algo serio».
James Rhodes: «Mi profesor de piano no me dijo nada bonito hasta que vino a verme en concierto»
00:00:0028:49
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
FacebookTwitterLinkedinWhatsAppCerrar
Y James Rhodes no supo cómo decirle que lo que realmente amaba era la música y que quería dedicarse a ello: «No tuve los huevos para decirle que no y, entonces, dejé el piano durante una década. Piénsalo, es muy triste. Entre los 14 y 18 años tuve un profe y estaba superenganchado al mundo de la música. Era mi oxígeno, mi manera de escapar. Pero luego, de los 18 a los 28 años, fue todo un desastre». Y no solo porque no pudiera dedicarse a su auténtica pasión: «Durante esta etapa trabajé en trabajos entre comillas normales, visité varios hospitales psiquiátricos, tuve un matrimonio brutal, un divorcio brutal y al final me reencontré con el piano».
El renacer de James Rhodes
El pianista reconoce que fue un reencuentro muy bonito porque, después de diez años sin tocar el instrumento, volvió a sentir lo mismo que cuando era un adolescente. Y no solo eso, sino que comenzó a trabajar a destajo para volver a ser quien un día fue: «Encontré un profe divino, un poco bueno y también un poco bruto y criticón, pero funcionó».
Al comienzo fue un desastre. No tenía la misma soltura que en la adolescencia. Pero, con el paso del tiempo, comenzó a recuperar su tacto: «Al final es como una bicicleta. Lo bueno es que siempre había esa chispa, ese feeling. Gracias a esto, y a todo el trabajo por detrás, pude cumplir el sueño y tocar las piezas más difíciles».