Durante toda una década se dibujó en el imaginario colectivo la imagen de una California canalla en la que Malibú, sin Charlie Sheen, no era Malibú. El intérprete norteamericano, coprotagonista de Dos hombres y medio, apareció en el estreno de la serie, allá por 2003, y se mantuvo en primera línea hasta 2011, cuando fue despedido por pronunciar “comentarios despreciativos” contra el creador de la producción. A su partida, quedaron las riendas a compartir entre las otras dos partes del casi trío: el —no tan— pequeño Jake, interpretado por Angus T. Jones, y Alan Harper, encarnado por el carismático Jon Cryer.

El actor, cuya carrera delante de las cámaras se remonta a 1984, amén de la comedia romántica No Small Affair, que comparte con Demi Moore, se consagró con la serie ambientada en la California de principios de los ‘dos mil’: recibió dos premios Emmy (y siete nominaciones), uno por mejor actor de reparto en 2009 y otro por mejor actor en serie de comedia, allá por 2012. Cuando Dos hombres y medio tocó fin, tres años después del último galardón citado, Cryer desapareció de la pequeña y la gran pantalla.

“Profesionales que aprovecharon cuatro pelos”

Son pocas las ocasiones en las que ha regresado, siendo, quizá, Supergirl (así como otras producciones del universo DC), donde asume el papel de Lex Luthor, la más mediática de todas. Cuando esto ocurrió, en 2018, y en las posteriores ocasiones, todos repararon en un detalle que no saltaba a la vista en la mítica serie de la CBS: Cryer estaba perdiendo pelo. Y el actor, ni corto ni perezoso, asumió la calvicie con orgullo. Se rapó, se dejó barba y dio un giro de 180 grados a su apariencia física.

En una entrevista con el presentador Conan O’Brien, el intérprete habló de la melena que lucía en los años ochenta como un pelo que “ya se fue”, siendo su icónico corte de pelo en Dos hombres y medio fruto de un gran esfuerzo por parte del equipo de peluquería: “Este es el trabajo de varios profesionales talentosos que aprovecharon al máximo, digamos, cuatro cabellos”.

Trató de poner en práctica diversos remedios —nunca usó peluquín—, llegando, incluso, a afrontar un “largo y complejo proceso” que empleaba una solución similar a la del betún para zapatos, lo dio por perdido. Solo veía bien su pelo cuando los peluqueros así lo pretendían, aunque fuera “todo aerosol y colocado con astucia”.

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Todo fue mejor para él cuando asumió su calvicie. “Mi mujer me dice: ‘Vaya, cada vez que te pones una camiseta parece que está naciendo un bebé’”, vacila, entre risas, demostrando que el complejo que un día sintió se esfumó con la misma tranquilidad con la que se deshacían entre espuma las olas de la costa californiana de Malibú.

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