Cuando era niña, el padre de Jane Goodall le regaló un chimpancé de peluche al que ella llamó Jubilee. Como reconoció años después, aquel juguete marcó el inicio de un profundo vínculo que la acompañó para siempre. Durante muchos años, Jubilee la observó con sus grandes ojos inmóviles desde un rincón de su habitación, inspirándola en silencio mientras ella soñaba con viajar al continente africano y vivir entre aquellos seres tan parecidos a nosotros que tanto la fascinaban.

Nacida en Londres en 1934, durante la infancia pasaba horas contemplando insectos, pájaros y leyendo libros de aventuras, especialmente de Tarzán, el «hombre-mono» criado por gorilas, cuyas historias le inocularon definitivamente el veneno de África en el corazón. En su juventud, su familia no pudo permitirse que ella fuese a la universidad, por lo que estudió secretariado y desempeñó distintos empleos hasta que tuvo dinero suficiente para costearse un viaje a Kenia en 1957, invitada por una amiga. Ese viaje marcó un antes y un después: allí conoció al renombrado antropólogo y paleontólogo Louis Leakey, quien se convirtió en su mentor y le abrió las puertas de la primatología, convencido de que el estudio de los grandes simios era también una forma de entender la evolución humana.

Goodall comenzó trabajando como secretaria para Leakey, pero este no tardó en quedar impresionado por su conocimiento de los animales y su entusiasmo, y le ofreció la oportunidad de realizar un estudio sobre chimpancés en el Parque Nacional de Gombe, en Tanzania, que terminaría convirtiéndola en la gran pionera de la primatología moderna.

En Gombe, realizó un descubrimiento sorprendente: los chimpancés usaban palos para extraer termitas de sus nidos y piedras para romper nueces; o lo que es lo mismo, empleaban herramientas. Un hallazgo revolucionario que transformó la comprensión del propio ser humano y de sus parientes evolutivos más cercanos, ya que hasta entonces se consideraba que estas habilidades eran exclusivamente humanas. «Ahora debemos redefinir la noción de herramienta, redefinir la de hombre o aceptar a los chimpancés como humanos», expresó Leakey cuando Goodall le comunicó su hallazgo.

Imagen de archivo, correspondiente a 2025, de la etóloga británica Jane Goodall. ALEX ZEA / EP / GETTY

El hecho de que distintas comunidades de chimpancés emplearan herramientas diferentes, y de que estas conductas se transmitieran socialmente y no por herencia genética, proporcionó evidencia de la existencia de “culturas” en otras especies. Hoy se sabe que estas prácticas aprendidas están ampliamente extendidas en el reino animal, no solo entre los primates, sino también en orcas, delfines, elefantes, cuervos e incluso ratones.

«Un referente constante»

Miquel Llorente, profesor Serra Húnter de la Universitat de Girona, quien fue presidente de la Asociación Primatológica Española durante ocho años, califica a Goodall como «una pionera que transformó la primatología y la conservación con una curiosidad inagotable y una presencia que irradiaba autenticidad».

«Recuerdo la primera vez que compartí una comida con ella: su fuerza interior, su claridad, su humanidad y su capacidad de inspirar sin imponerse eran realmente únicas. Más allá de sus aportaciones al estudio de los chimpancés, acercó la ciencia a las personas, transmitiendo comprensión y respeto por los animales de manera natural y cercana«, describe para RTVE Noticias.

«Para mí y para muchos primatólogos, Jane fue un referente constante, una guía silenciosa cuya mirada y ética profesional nos enseñaron más que mil palabras. Su partida marca un punto de inflexión, pero su legado sigue vivo en miles de científicos, divulgadores y personas anónimas sensibles a la vida que nos rodea», asegura Llorente.

Flo, Fifi, David ‘Barbagris’…

El método de Goodall rompió moldes en la rigidez académica de la época: en lugar de números, asignó nombres a los chimpancés, y sustituyó la distancia por la empatía. Observaba con respeto y proximidad, dispuesta a demostrar que la ciencia también podía apoyarse en la calidez. Así retrató a individuos únicos —como Flo, Fifi o David ‘Barbagris’— y reveló al mundo la complejidad emocional y social de los grandes simios.

Pero su legado fue mucho más allá de la investigación. A medida que avanzaban los años, Goodall se convirtió en una de las voces más influyentes de la conservación y la defensa de la vida salvaje. Fundó el Jane Goodall Institute, impulsó programas comunitarios en África y creó Roots & Shoots (‘Raíces y Brotes’), una red global de jóvenes comprometidos con el planeta. Su mensaje era claro: no hay gesto demasiado pequeño que no pueda cambiar el mundo. «Sin esperanza, caeremos en la apatía, y entonces estaremos perdidos”, aseguraba en su último mensaje publicado con motivo del Día de la Tierra, el pasado 22 de abril.

«Siempre es difícil valorar el impacto de nuestras acciones y la forma en que podemos cambiar el futuro de los demás, pero Jane Goodall es un icono casi incomparable, una inspiración para millones de científicos, activistas y personas sensibles a la belleza de la naturaleza. Es difícil evaluar cuánto ha mejorado nuestro mundo con su presencia, pero, sin duda, vivimos en un planeta mejor gracias a ella», comenta a RTVE Noticias el biólogo cognitivo Antonio Osuna Mascaró, quien desarrolla su trabajo en el Messerli Research Institute de Viena.

«Su pérdida es un duro golpe para la conservación de las especies y para la ciencia. Sin embargo, nos deja la inspiración de una vida extraordinaria, profundamente significativa y bien aprovechada. Se seguirá hablando de Jane Goodall durante muchos años, y su legado perdurará para siempre», agrega este científico especializado en comportamiento animal.

Una herencia luminosa

Con su característico cabello recogido en una coleta y una voz suave pero firme, recorrió el planeta incansablemente durante décadas, e inspiró a varias generaciones, recordándonos que la empatía hacia los animales y la naturaleza es inseparable de nuestra propia humanidad. La muerte le ha sorprendido en California, donde se encontraba realizando una gira de conferencias por Estados Unidos.

Jane Goodall se marcha dejando un vacío imposible de llenar, pero también una herencia luminosa: la certeza de que la curiosidad y la ternura pueden cambiar el mundo, y también ayudarnos a comprender un poco mejor el amasijo de pensamientos y emociones que somos.