La quinta gala de Supervivientes All Stars fue un cóctel explosivo, donde la unificación de playas y egos promete más enfrentamientos verbales, más roce y más tensión. Marta Peñate fue la encargada de dar la noticia en Honduras, mientras su futuro marido, Tony Spina, esperaba en la orilla, sollozando, como ese niño que se queda en la puerta del colegio sólo y sin merienda, esperando a que su madre lo recoja después de las extraescolares.
El reality quiso hacer realidad los sueños de la familia Spina Peñate de no tener que hacer ni un triste bizum para unirse en santo matrimonio y amenazan con una boda exótica y gratis, al estilo de Lauren Postigo por el rito zulú. Y, ojo, porque tanto Tony como Lauren comparten tinte, peinado y, probablemente, peluquero.
La expulsión puso en la diana a Carlos Alba, Sonia Monroy y Miri Pérez-Cabrero… de Todos los Santos. La audiencia ejerció su papel de juez y, en el último instante, decidió salvar a Carlos. ¡Injusticia! Yo ya lo veía volviendo a España para dedicarse de nuevo a su verdadera profesión: la de cocinero. Porque, en Honduras, estaba ejerciendo de pintor de brocha gorda, y hace tiempo que no pintaba nada.
Sonia Monroy, al escuchar la noticia de su salida, se quedó más fría que su mono Salvaje. Ay, si a ese macaco Dios le regalara dos minutos de vida, habría que ponerle una silla en De Viernes. La estrella de Hollywood, al menos, encontró un consuelo inesperado: el barro de la nominación cayó justo sobre su melena y consiguió disimular esas incipientes canas que le partían el pelo en dos colores, como si quisiera emular a la mismísima Mónica Naranjo en la época de ‘Desátame’.
Mientras tanto, Gloria Camila sigue librando su guerra paralela. Por la noche repasa, en sueños, el álbum familiar de su saga televisiva y, cuando se levanta, saca el cuchillo para defender el honor femenino de la isla. Su cruzada no es otra que demostrar que su amiga Jessica, lejos de ser una náufraga prescindible, hace honor a su apellido y vale para algo más que estar pendiente de los movimientos (pocos) de Albalá.
El verdadero terremoto no estalló en Honduras, sino en el plató. Jorge Javier, siempre dispuesto a menear el avispero, insinuó que entre Yola Berrocal y Montoya había algo más que una relación de colaboradores. Y ahí es donde se confirma mi teoría: a veces el verdadero reality no está en la isla, sino en el propio plató. Lo que habría que hacer es poner cámaras en la sala VIP, porque viendo el ambiente, no me extrañaría que los familiares de los concursantes se montasen sus propios juegos de recompensa. Por suerte, Supervivientes sigue contando con su mayor creadora de contenido: Adara, que genera su propio reality y nos ilumina con su faro de Adarandria. ¿A quién despertaré, a partir de ahora, cada mañana Sonia Monroy cantando el afilador?
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