Si amas el mundo de Woody Allen (Nueva York, 1935), este es tu libro. La primera novela del cineasta no decepcionará a los que han disfrutado con sus películas o su autobiografía.

¿Qué pasa con Baum?

Woody Allen

Traducción de Manuel de la Fuente
Alianza, 2025
211 páginas. 20,50 €

En sus páginas está todo el universo del director neoyorquino: neurosis, hipocondría, inseguridad patológica, problemas sentimentales, proyectos frustrados, familias disfuncionales, pasión por el cine, el jazz y la literatura, introspección psicológica, inhibiciones y represiones, sentimiento de culpa y anhelo de redención.

Y, sobre todo, Nueva York, una ciudad que interviene en la trama como un personaje más, ofreciendo un telón de fondo colorido y trepidante. En la ciudad de los grandes rascacielos, conviven el lujo y la pobreza extrema, el talento y el resentimiento, la soledad y las multitudes, el estrépito del tráfico y el silencio de los apartamentos de viudos, solteros y divorciados, los divanes de los psicoanalistas y los solos de saxofón, los grupos de apoyo y el miedo a los extraños.

En un país con más armas que habitantes, nunca hay que descartar la posibilidad de que un vecino con apariencia de buena persona sea en realidad un asesino en serie con varios cadáveres en el armario.

Asher Baum, un escritor de mediana edad con una obra escasamente valorada, es el protagonista de una historia que en ocasiones evoca los mejores momentos de la screwball comedy. Baum soñaba con ingresar en el Olimpo habitado por Dostoievski, Beckett y Kafka, pero la crítica solo lo valora como periodista. Sus novelas resultan tediosas y moralizantes.

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Todos los personajes son versiones del autor, meros vehículos para expresar una mezcla de nihilismo, fobias absurdas y desdén por la especie humana. Casado en terceras nupcias con Connie, una mujer atractiva y ambiciosa, Baum sufre la humillación de que su hijastro Thane triunfe con su primera novela, un bestseller que ha conquistado a los lectores y a la crítica.

Connie está muy orgullosa de su hijo y muy decepcionada con su marido. Pensaba que Baum se convertiría en un gran escritor. Se casó con él seducida por uno de sus artículos, un breve ensayo sobre la Shoah, pero años más tarde apenas soporta que se haya quedado en autor de tercera o cuarta fila.

Baum sospecha que Connie le engaña. La idea de ser un cornudo no le hace ninguna gracia, pero al mismo tiempo se siente atraído por Sam, la novia de su hijastro. Sin embargo, no es un perverso sino un pobre diablo que habla consigo mismo. No se trata de un diálogo interior, discreto y silencioso, sino de vehementes charlas en público, que suscitan en los oyentes ocasionales la impresión de que está loco. Con el cabello ondulante y escaso y las gafas de Foster Grant, Baum fantasea con la posteridad. No quiere sumirse en el olvido.

El espectáculo de un cosmos vasto, frío e indiferente al destino del ser humano le produce escalofríos. Saber que los agujeros negros se devoran entre sí y las galaxias colisionan, desencadenando cataclismos más violentos que la explosión simultánea de un millón de bombas nucleares, enciende en su mente un terror infinito.

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Su pavor solo se aplaca en las calles de Nueva York. Adora la ciudad, con sus librerías, tiendas de discos, salas de cine y espectáculos. No soporta el sonido de los grillos y las cigarras. Prefiere oír cláxones y sirenas de ambulancia. Desearía creer en Dios, pero las argucias de la teología para justificar el mal le parecen poco convincentes. Es judío, pero no tiene la impresión de pertenecer al pueblo elegido. El universo le parece un «manicomio sideral», un «lugar cruel e incomprensible».

Dios solo es una ilusión. En cambio, el sexo sí es real, intensamente real. Un absoluto que no promete la eternidad, pero sí momentos paradisíacos. Al igual que Nietzsche, desearía ser valiente y decir sí a la vida, con toda su carga de sufrimiento, pero es incapaz.

La prosa de ‘¿Qué pasa con Baum?’ es tan directa y elegante como la cámara de Woody Allen en sus mejores momentos

Bajo su apariencia de adulto, solo hay un niño asustado: «Me dan miedo el tiempo y el espacio. Los años luz». Y no atisba ningún remedio para aplacar su temor. La posibilidad de envejecer solo –su matrimonio va muy mal– le aterra y sabe que la sociedad se muestra muy intolerante con los hombres mayores fascinados por las mujeres jóvenes.

Su cinismo le impide adherirse a las nobles causas. Cuando se mira al espejo, tiene la sensación de contemplar el grito de Edvard Munch. Incomprensiblemente, ama la vida. En alguna ocasión ha pensado en el suicidio. Superar el abandono de Tyler, su segunda mujer, le costó mucho, pero carece de la determinación necesaria para arrojarse a las vías del metro, como hizo su abuelo.

Divertidísima novela, ¿Qué pasa con Baum? pertenece al club de las piezas menores. No es alta literatura, pero tampoco mala literatura. Woody Allen no comparte los sueños de Baum. Sabe que no es Dostoievski, pero no ignora su talento para entretener y divertir. No se le puede acusar de haber escrito una obra banal.

De hecho, sus personajes son muy humanos, quizás por su patetismo, incongruencia y fragilidad. Su prosa es tan directa y elegante como su cámara en sus mejores momentos. Sin manierismos, nos sitúa en el ojo de un huracán donde todos podemos encontrar algo de nuestras vidas. ¿Quién no ha conocido el desamor, el fracaso, la incomprensión o la reprobación social?

Andrea Bajani. Foto: Adolfo Frediani.

No voy a revelar el final de la novela, pero sí puedo adelantar que es explosivo. Woody Allen se desvía de la screwball comedy para incurrir en el terreno del disparate. Su último giro me ha recordado la cuarta temporada de Solo asesinatos en el edificio, una serie descacharrante. ¿Qué pasa con Baum? no resuelve ningún dilema existencial, pero nos ayuda a comprender que sin la literatura, el cine, la música o la pintura, el mundo sería un lugar mucho peor.

El ser humano tal vez no tiene remedio. Somos una especie que se complica la existencia de forma innecesaria, pero poseemos una extraordinaria cualidad: el humor, la capacidad de reírnos de nuestras miserias, flaquezas e incoherencias. Y en ese terreno, Allen es un maestro inigualable. Su retrato del esnobismo de los círculos intelectuales neoyorquinos es particularmente regocijante.

Si tuviera que comparar la primera novela del cineasta con una de sus películas, escogería Misterioso asesinato en Manhattan. No es El séptimo sello, de Bergman, pero sí una comedia tan refrescante como La fiera de mi niña. Aquí no hay leopardo, pero sí un escritor judío y neurótico que alivia su angustia escuchando a Dave Brubeck o colocándose debajo del aire acondicionado durante los calurosos meses de verano.