04/10/2025


Actualizado a las 15:53h.

Sevilla amaneció con ese brillo dorado que solo tiene cuando huele a acontecimiento grande. Era una mañana de sábado, pero no una cualquiera, en la calle que lleva al santuario de los Gitanos no cabía un alfiler. Desde antes de las once, los curiosos se arremolinaban tras las vallas, abanicos en mano, móviles alzados y una ilusión casi devocional: ver de cerca la boda del año. Porque no era una matrimonio cualquiera. Se casaba Cayetano Martínez de Irujo, el quinto hijo de la duquesa de Alba, con Bárbara Mirján, su novia desde hace nueve años. Él, con 62; ella, con 29. Medio siglo de historia aristocrática frente a una juventud serena y moderna, una mezcla de tradición y presente que tenía a toda Sevilla mirando hacia el lugar donde reposan las cenizas de doña Cayetana.

Los Gitanos, engalanado para la ocasión, vivía su tercera boda del día, en una maratón de enlaces donde la expectación se multiplicaba con cada minuto que pasaba. Hasta la novia anterior, al entrar, soltó entre risas: «A ver si cuando me vea Cayetano va a cambiar de idea y se casa conmigo». Sevilla, que todo lo celebra, respondió con carcajadas y flashes. Mientras tanto, a escasos metros, una manifestación por Palestina cortaba la calle. Pero ni el ruido ni el calor sofocante —aplacado con abanicos de esparto que se repartían en la entrada— lograron desviar la atención de los allí presentes.

Alfonso fue el primero en llegar. Después, uno a uno, los nombres ilustres fueron cruzando el umbral: Eugenia Martínez de Irujo, radiante y cercana; Curro Romero y Carmen Tello, entrando discretamente por la casa de hermandad; Carmen Lomana, Alfonso Martínez de Irujo, Bertín Osborne, Jaime Martínez Bordiú, Susana Griso… y, para sorpresa de muchos su sobrino Jacobo, incluso, cuyo paso estaba en duda hasta el último minuto.

A las 13:38 llegaba el novio con el uniforme rojo de Maestrante y del brazo de su hija Amina, emocionada y elegante, en un gesto que condensaba mucha felicidad. Y entre los murmullos, los abanicos y el eco de los flashes, a las 13:57 el gentío estalló en aplausos: un coche de caballos asomaba por la cuesta, trayendo a Bárbara Mirján, del brazo de su padre, Javier Mirján. Ella, envuelta en un diseño de Navascués, parecía una estampa sevillana salida de un cuadro de Romero de Torres. Serenidad en el gesto, brillo en la mirada. Dentro, el padre Ignacio Sánchez-Dalp —el mismo que casó a Cayetana con Alfonso Díez— aguardaba.

El ya matrimonio se marcha de la plaza Señor de la Salud en coche de caballos

El ya matrimonio se marcha de la plaza Señor de la Salud en coche de caballos

Manuel Olmedo

La ceremonia fue pura solemnidad sevillana, con ese aire de tradición que la familia Alba sabe conjugar con el espectáculo de lo social.

El silencio se hizo en el santuario cuando comenzaba la homilía del padre Ignacio Sánchez-Dalp, que, con voz serena y cercana, habló del amor como «la mayor de las cosas que llenan el corazón». Recordó cómo las vidas de Cayetano y Bárbara se cruzaron aquel 11 de agosto de 2016 en Marbella, «cuando el Señor ya pensó que entre todas las personas del mundo os habíais escogido los mejores el uno al otro». Invitó a los novios a «seguir siendo novios toda la vida» y a mantener sus corazones sin secretos: «Que no haya un cuarto oscuro en el corazón de Bárbara al que no pueda acceder Cayetano, ni una esquina reservada en el corazón de Cayetano donde no entre Bárbara».

Minutos después, con la emoción aún contenida, llegó el momento de las alianzas y el templo se llenó del eco solemne del Himno de España. Durante la comunión, sonó la marcha ‘La Saeta’, devolviendo el aire más puro de Sevilla al santuario. En el banco de la familia, Alfonso Díez, sereno y discreto, compartía asiento con Carlos Juan Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo duque de Alba, testigo privilegiado de una ceremonia cargada de símbolos. Y como colofón, la noticia de que el Papa León XIV había concedido al matrimonio su bendición apostólica dio al enlace un broche de espiritualidad y elegancia, sellando así una unión tan esperada como bendecida.

Al término del enlace, los invitados —unos trescientos elegidos— han partido hacia Las Arroyuelas, la finca de Carmona que Cayetano heredó de su madre. Allí, en el cortijo de La Motilla, espera un banquete de sabor andaluz: jamón recién cortado, carnes, pescados, vinos del sur y, más tarde, barra libre y actuaciones de los Alpresa.

Amina, hija y madrina del novio, saluda a sus familiares

Amina, hija y madrina del novio, saluda a sus familiares

Manuel olmedo

Se espera que la fiesta se prolongue hasta bien entrada la madrugada, bajo el cielo sereno de Carmona, donde la duquesa —si el alma tiene balcones— mirará orgullosa. No en vano, mañana sería el decimocuarto aniversario de su boda con Alfonso Díez. Hoy, sin embargo, la historia la escriben otros. Y Sevilla, fiel a su instinto, ha sabido convertir la espera, los rumores y los abanicos en un espectáculo propio. Porque si algo sabe esta ciudad es hacer del amor —y de la expectación— un arte mayor.

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