04/10/2025
Actualizado a las 02:17h.
El Gran Ducado de Luxemburgo se reinventó ayer, sin perder su alma, con la abdicación del Gran Duque Enrique, a sus 70 años de edad, en su hijo Guillermo. Culminaba así un un proceso de transición cuidadosamente orquestado durante más de un año, por el que hasta ahora regente de la casa Nassau-Weilbourg ha dado un paso a un lado y ha cedido a su primogénito la última jefatura de Estado que queda en manos de una casa ducal reinante en Europa.
Luxemburgo amaneció vestida de gala, con las fachadas del casco antiguo luciendo banderas con el león rojo rampante, y los escaparates de la Rue Philippe II exhibiendo retratos oficiales de Enrique y Guillermo, enmarcados por flores blancas y cintas azul celeste. Dignatarios como los Reyes Felipe y Matilde de Bélgica, Guillermo Alejandro y Máxima de Países Bajos, y representantes de las casas reales de Liechtenstein, Noruega y Bélgica llegaron a primera hora al Palacio Gran Ducal.
Aunque Enrique y María Teresa mantienen vínculos estrechos con la monarquía española y su primer viaje de Estado fue precisamente a España en 2001, invitados por Don Juan Carlos y Doña Sofía, en esta ocasión la representación española ha sido institucional, no dinástica. Desde España se ha enviado una felicitación oficial a través del Ministerio de Asuntos Exteriores y se espera que Felipe VI reciba próximamente a Guillermo en una visita de Estado. Finalizada la recepción, en el Salón Azul del Palacio, Enrique firmó el acta de abdicación. Vestido con un traje gris perla y corbata borgoña, se mostró sereno, aunque conmovido. Finalmente, entregó a Guillermo el estandarte ducal, bordado en hilo de oro, con una frase que los micrófonos apenas alcanzaron a captar: «Ahora es tu momento».
En la primera foto: los Reyes de Bélgica, su hija Elisabeth y Enrique y María Teresa de Luxemburgo; en la segunda: los Reyes de los Países Bajos junto a su hija Amalia; y en la tercera, el nuevo Gran Duque junto a su mujer y sus padres
EFE
Guillermo juró su cargo ante la Cámara de Diputados, en una sesión extraordinaria presidida por Fernand Etgen y ante la presencia de la presidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola, y el presidente del Consejo Europeo, António Costa, así como el presidente francés Emmanuel Macron y su homólogo alemán Frank Walter Steinmeier. Durante el juramento, ahora sí, su padre dejó entrever la emoción al escuchar el discurso inaugural de su hijo, en luxemburgués, francés y alemán.
El futuro de la monarquía
El nuevo Gran Duque, de 43 años, lucía uniforme militar de gala, con la banda de la Orden del León de Oro cruzando el pecho, y terminó su alocución con un mensaje claro: «Mi deber es servir, escuchar y unir». Expresó su deseo de «fortalecer la cohesión de nuestra sociedad» y prometió una firme defensa de «los principios democráticos fundamentales». Afirmó que «la monarquía debe evolucionar con los tiempos y orientarse hacia el futuro» y se refirió a «la espiral de desinformación que amenaza nuestra democracia», así como a los valores de «apertura, diversidad, tolerancia y solidaridad». «Viviré la vida de mi pueblo, del que no quiero estar separado por ninguna barrera, y compartiré sus alegrías y sus sufrimientos», declaró sus intenciones.
Posteriormente, ya a mediodía, apareció en el balcón del Palacio junto a la Gran Duquesa Estefanía, radiante en un vestido marfil con bordados florales inspirados en el valle de Our. La multitud reunida en la plaza Guillermo II estalló en vítores. Entre los asistentes, destacaban las jóvenes herederas Elisabeth de Bélgica y Amalia de Países Bajos, ambas con tocados discretos y miradas cómplices. El pequeño príncipe Carlos, de cinco años, saludó tímidamente desde los brazos de su madre, en una escena que recordaba a la famosa imagen de Felipe VI en 1975.
El pueblo luxemburgués siguió con especial atención el trayecto a pie desde el Palacio hasta el ayuntamiento. Guillermo y Estefanía caminaron entre la gente, escoltados solamente por músicos de la Philharmonie y una guardia ceremonial, con trajes inspirados en el siglo XIX. Ocho tranvías decorados con los colores del Ducado recorrieron la avenida Royal-Hamilius hasta la parada «Théâtre», rebautizada como «Trounwiessel» en honor a esta histórica jornada. Allí se escuchó por primera vez la voz grabada de Guillermo anunciando la llegada a «Luxembourg, notre maison commune» (Luxemburgo, nuestra casa común).
En el ayuntamiento, la alcaldesa Lydia Polfer celebró «la elegancia de la continuidad y la audacia del cambio». Guillermo firmó el libro de oro y saludó a los representantes de la sociedad civil, incluyendo a jóvenes emprendedores, artistas y voluntarios. El Cercle Cité acogió después una recepción oficial. El menú, diseñado por el chef René Mathieu, incluía trucha del Éislek, cordero de Mullerthal y mousse de mirabel. La vajilla, con el escudo ducal en relieve, fue fabricada especialmente para la ocasión por Villeroy & Boch. Más tarde, una cena de gala en el Castillo de Berg reunió a 120 invitados con música de cámara y un brindis en honor a Enrique, que se retiró al final a la residencia de Fischbach.
Guillermo ha dejado claro que su estilo será más accesible que el de su predecesor, en concordancia con las formas y los medios de comunicación propios de su generación. Ha anunciado una gira de presentación por cinco regiones del país, que comenzará hoy mismo en Esch-sur-Alzette, donde visitará una escuela, un hospital y un centro cultural. Su Fundación, creada con motivo de su llegada a la jefatura de Estado, ha invitado a los ciudadanos e instituciones a participar en proyectos sociales, en lugar de enviarle regalos. El sello conmemorativo emitido por Correos muestra a Guillermo y Estefanía en un abrazo simbólico, con el lema: «Zesumme fir Lëtzebuerg» («Juntos por Luxemburgo»).
Durante el acto en la Cámara de los Diputados
EFE
Enrique, que ascendió al trono en el año 2000, ha sido un monarca de perfil bajo pero de decisiones firmes. Su negativa a sancionar la ley de eutanasia en 2008 tuvo como consecuencia una reforma constitucional que redefinió el papel del jefe de Estado. Ayer, al arriar su estandarte en el Gran Palacio Ducal, mantuvo fija la mirada fija en Guillermo, como si en ese gesto se condensaran 25 años de servicio y su legado. La gran duquesa María Teresa, vestida de azul medianoche, tomó la mano de Enrique discretamente durante el acto, en un gesto de despedida silenciosa, pero cargada de afecto. El nuevo estandarte fue izado mientras sonaban las campanas de la catedral de Santa María.
La formación de Guillermo
Guillermo, de 43 años, ha sido preparado desde niño para este momento. Educado en Ciencias Políticas en Angers y formado en la Real Academia Militar de Sandhurst, ha mostrado una voluntad clara de acercarse al pueblo. En su discurso afirmó que «quiero ser el Gran Duque que construya puentes entre generaciones». Su estilo es directo y sin grandilocuencias. En una entrevista previa, ha confesado estar «nervioso pero preparado», consciente de que ahora le toca asumir responsabilidades como la cabeza de la diplomacia, la firma de decretos y la representación internacional.
La jornada estuvo llena de gestos que desvelan matices de su perfil. En lugar de retirarse tras el saludo desde el balcón, por ejemplo, Guillermo y Estefanía caminaron hasta el ayuntamiento, una muestra de «sencillez y compromiso» del nuevo duque. Guillermo y Estefanía parecen dispuestos a jugar la carta de la proximidad y a apuntalar la continuidad dinástica. El pequeño príncipe Carlos, ya el heredero al trono más joven de Europa, cortó ayer la cinta inaugural de un colegio que lleva su nombre, y fue visto saludando tímidamente a Amalia y Elisabeth, en una escena que pareció anticipar el futuro de las monarquías europeas.
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